En aquella soleada mañana de noviembre nos despertamos las tres hermanas en la cama de nuestros padres. Aunque yo, a los 18, me hacía la bravucona, no duraba mucho en mi cama en aquellas noches de ofensiva. Tan pronto como un helicóptero comenzaba a tirar proyectiles en el gran cafetal que es ahora la Avenida Jerusalén, volaba a la cama de mis papás. No era más seguro, pero mi padre, sobreviviente de mil tormentas, lograba dormir. Y yo también.
Mi madre ocupó toda la Ofensiva Final en cocinar. Creo que nunca tuvimos tan ricos manjares como entonces. Y más ricos aún porque yo sabía que era de las afortunadas. Durante la ofensiva mi alacena estuvo llena (con peligro, pero llena) y mi casa no fue tomada por la guerrilla.
Pero ese 16 de noviembre sonó el teléfono (el teléfono, teléfono, no el celular que no existía) mientras yo leía un libro en la sala (cuya ventana de vidrio estaba marcada por una X de tirro grueso, para evitar que se rajara con las bombas). Era mi tía. Estaba en un funeral y había entrado una de sus amigas, con la noticia que los Jesuitas de la UCA estaban muertos. Todas, contó, se habían santiguado.
Mi padre se paró cuando mi madre repitió “muertos”. En aquellos años, nuestro Twitter se llamaba Radioaficionados. Todos teníamos un radio de onda corta en casa. Allí nos enterábamos de las “piñatas”(balaceras) o del “veinte” de las bombas. Se sintonizaba Radio Venceremos y, por las noches, el resumen de noticias de La Voz de América. Claro que uno de niño vivía amenazado. No se podía decir que se oía el radio de onda corta. El Salvador llevaba doce años de Estado de Excepción, tres o cuatro diálogos, miles de muertos y hectáreas de tierras quemadas, y el conflicto parecía no tener fin.
Mi padre encendió la radio. Había habido “piñata” en la UCA. Ocho víctimas: Ignacio Ellacuría, Segundo Montes, Ignacio Martín-Baró, Amando López, Joaquín Moreno y Fernando López y López, así como Elba y Celina Ramos, madre e hija. Mi padre se veía perplejo. No era ningún secreto que muchos se querían deshacer de los Jesuitas, pero siempre se pensaba en Ellacuría o Montes. Pero, ¿todos? ¿Matar a todos? ¿Y a la cocinera?
Durante años, cada vez que le preguntaba a mi padre sobre el tema, el sólo me contestaba: “Leete el Manifiesto Jesuita”. Como era evangélica, muchos me decían que “estaban en el infierno”. Y muchos, por años, simplemente decían que los que pedían justicia eran subversivos. Así que yo seguí con mi vida. Total, ¿qué significaban para mí los Jesuitas de la UCA?
En el año 2004 me fui a estudiar un pos-título a Chile. Mis “caseros” eran pinochetistas; es más, se jactaban de que una abuela había sido novia de Pinochet. Pero, milagrosamente, eran amigos de unos “allendistas”. Una noche, en un apartamento delicioso tipo loft, en Chile Centro, lleno de muebles antiguos y posters de cine originales, los allendistas me preguntaron por los Mártires de la UCA. No supe qué decir.
“Carmen”, me dijo Hans (nunca olvidaré su nombre),“o eras rábidamente derechista o no te importó”.
“Nunca me importó”, contesté avergonzada. No, en casa no éramos derecha. Mi padre había huido de España, de la dictadura derechista de Franco. Hablar de derechas en casa era imperdonable.
“Ven”, me dijo Hans, y me invitó a la segunda planta, igual de encantadora que la primera. Desde las ventanas se veían los apartamentos que inversionistas, junto con el gobierno chileno, estaban construyendo en aquellas casas antiguas. Los balcones estaban llenosde luz, plantas y flores de otoño. Pero en la esquina había una casa abandonada y oscura.
—Esa casa nadie la quiere. Era una prisión clandestina —me dijo Hans—. Al sótano llevaban a la gente que Pinochet tiraba al mar.
—Drogados y medio muertos por la tortura. Pero sí, vivos.
Hans se apoyó en el balcón. “Y si tú piensas que en tu país esto no pasó en la guerra, estás negando lo obvio. A los gobiernos no les importa. Mira las noticias hoy: ‘El Presidente del Banco de Chile escala el Everest’. Pero a ti sí te tiene que importar. Uno tiene que enseñar la verdad —no izquierdas, no derechas—, la verdad”.
Al regresar, me puse a estudiar el tema de los Padres Jesuitas. De entrada, Ellacuría me caía mal, y qué clase de nombre era Segundo Montes. Así de vacío es uno. Fue cuestión de años, pues otras cosas pasaron en mi vida. Pero aprendí que Ellacuría era no sólo un discípulo del gran filósofo Zubiri, sino que la estrella del equipo de fútbol de la Universidad de Innsbruck, un hombre de inteligencia superior, escritor, filósofo, fundador del Seminario Jesuita en Santa Tecla.
Segundo Montes, un defensor de los desplazados, que amaba su jardín y quemar pólvora en Año Nuevo. Amando López era un maestro aburrido, pero un consejero inigualable, un hombre con un gran sentido del humor. Joaquín Moreno era quien impartía los Ejercicios Espirituales Ignacianos y soñaba con ser párroco de la Colonia Santa Lucía. Joaquín López y López,el único salvadoreño, fundó Fe y Alegría para educar a los pobres y convirtió en catequistas a 800 estudiantes del Externado para 2000 niños.Estaba enfermo de cancer cuándo fué asesinado. Celina Ramos se quería comprometer un mes después de su muerte y estaba esperando lo que su madre, Elba, la cocinera buena gente de los Padres, cuyo esposo cuidaba el jardín de Segundo Montes, le dijera…
…y todos terminaron tendidos sobre la grama ese 16 de noviembre de 1989. La justicia humana puede señalar culpables, la Divina hace lo Suyo. Pero esas vidas, los sueños, las obras, se fueron en ráfagas de balas.
¿Estoy de acuerdo con todas las ideas de los Padres? No. Aún no, 18 años después, Ellacuría es quien más me cuesta. Pero si sé que amaban mi país y que no eran los demonios que todos decían que eran en los 80, aunque como país tenemos la tendencia a ver todo o blanco o negro. Un crimen de lesa humanidad se define como “un ataque generalizado o sistemático contra una población civil, cometido para aplicar las políticas de un Estado o una organización”. A los años, sólo me pregunto ¿por qué? Ellacuría quería el diálogo para terminar un conflicto interminable, y ¿qué era lo subversivo de ayudar a los desplazados, impartir ejercicios espirituales y fundar Fe y Alegría? ¿Era tan grande el odio, porque los veían como "comunistas"? ¿O en una visión distorsionada de la realidad de verdad pensó que asesinando a ocho personas se iba a llegar a una tregua? ¿Qué pasaba por la mente de los asesinos? Me es tan difícil aún dimensionar el hecho.
La historia, al final, quizás en 20, 40, 60 años más, le hable a este país. Yo soy de las que siempre creí firmemente en el diálogo, en ser objetiva, pero en El Salvador se tiene que ser todo o nada. Yo sólo sé que el teléfono sonó aquella mañana soleada de noviembre y, hasta el día de hoy, a muchos, como a mí, no les importa o siguen con el discurso de que "eran comunistas". Mi generación falló en analizar su historia. Ojalá que, algún día, haya una que lo haga.
Educadora/Especialista en Mercadeo con Estudios de Políticas Públicas
Algunos créditos para este artículo:
https://uca.edu.sv/biografias-de-los-martires-uca/
https://youtu.be/tJssPZhKS6I “El Jardín de Rosas” (documental)