Rusia está de moda. La guerra que inició contra Ucrania la ha puesto en los titulares de muchos noticieros del mundo. Sin embargo, cuando algo así sucede suele pasar que los temas de fondo, esos que no son noticia ni hacen que la gente permanezca en línea, puedan pasar desapercibidos.
Dentro de los grandes sueños de Putin está, como lo ha declarado en múltiples ocasiones, volver a la grandeza que tuvo el Imperio Ruso en la época de los zares. Un sueño factible, cómo no, siempre que se den tres condiciones imprescindibles: convencer a sus conciudadanos de que es posible, tener la suficiente autonomía económica para lograrlo, y contar con la suficiente población para sostenerlo.
La tercera, precisamente, ha ocupado los discursos de Putin reiteradamente: “El destino de Rusia y su histórico futuro, depende de qué tan numerosos seamos” declaraba recientemente. En su discurso sobre el estado de la Federación, en 2021, declaró que la crisis demográfica se convertiría en el núcleo de sus preocupaciones como gobernante, mientras citaba estadísticas: Rusia tiene una tasa de nacimientos de 1.5 nacimientos por mujer (datos de 2019) lo que indica que no se está llegando a la tasa de reemplazo poblacional y que, necesariamente, la población disminuye en número y envejece.
Rusia ha entrado en la perfecta tormenta demográfica: baja tasa de natalidad, alta mortalidad por el coronavirus, muertes aceleradas por la guerra y emigración forzada de muchos que huyen de su país para no ser enlistados. Putin lo sabe. Y Occidente también.
No por nada The Economist publicó recientemente un artículo con el titular explícito: “La pesadilla demográfica de Rusia empeora”. Escrito del que entresaco una cita: “La esperanza de vida de los hombres rusos de 15 años se redujo en casi cinco años, al mismo nivel que en Haití. El número de rusos nacidos en abril de 2022 no fue mayor que en los meses de la ocupación de Hitler. Y debido a que tantos hombres en edad de luchar están muertos o en el exilio, las mujeres ahora superan en número a los hombres por al menos 10 millones”. Unos datos y una información que, con razón, podría llamarse coyuntural… Sin embargo, la situación no es nueva: es el resultado de una baja generalizada de natalidad que viene de larga data.
El demógrafo francés Laurent Chalard hace notar: “Putin está obsesionado por el tema demográfico. En su mente, el poder de un país está ligado al tamaño de la población, en el sentido de que cuanto mayor es la población más poderoso es un Estado”… Y en esto, definitivamente, el líder ruso no está equivocado.
Una preocupación que lo ha hecho pasar de los dichos a los hechos: ha modernizado todos los hospitales y mejorado la atención médica pediátrica, ha puesto en marcha un conjunto de políticas destinadas a fomentar que sus compatriotas tengan hijos, como programas de ayuda financiera para nacimientos o adopciones, bonos para familias numerosas, permisos especiales de trabajo para padres y madres desde el nacimiento hasta que su hijo cumple tres años, altos subsidios económicos para guarderías e instituciones de educación para párvulos, la creación de una red de centros de planificación familiar destinados a dar asistencia a las familias que deseen tener hijos, etc.
Independientemente de las motivaciones de los rusos para aumentar la natalidad, al menos lo están intentando. En primer lugar, porque son conscientes del problema que implica el envejecimiento de los habitantes y la imposibilidad de sostener una sociedad en el mediano plazo con una pirámide poblacional invertida; y, en segundo lugar, porque es una estrategia importante para poner un diferenciador poderoso entre un Occidente antinatalista y con valores morales discutibles (núcleo de la propaganda rusa), y una Rusia orgullosa de su “integridad” moral y satisfecha de sus valores familiares… que tiene como misión recuperar la grandeza perdida.
Ingeniero/@carlosmayorare