Las noticias sobre la invasión rusa a Ucrania son cada vez más indignantes. Los niveles de crueldad de las tropas rusas hacia la población civil producen honda tristeza, una especie de dolor de corazón que tarda mucho en disiparse, y que quedará gravado en la memoria de todas las personas de bien para siempre. El asesinato a sangre fría de Karina, una muchacha de 24 años, es una muestra de este nivel de maldad. Karina era una civil ucraniana, una muchacha como cualquier otra que vivía con su madre y padrastro, este último de origen ruso.
Los soldados le dispararon a las piernas sin ningún motivo. “Ella quería vivir -cuenta la madre- luchó para no morir. En medio de su dolor se hizo un torniquete en una pierna que manaba mucha sangre. Los soldados rusos no se conmovieron, y le dieron el tiro de gracia”. Antes la habían violado y golpeado. La madre está inconsolable, el padrastro avergonzado de su ascendencia rusa y dispuesto a dejar de hablar ruso y aprender el ucraniano.
Estas son las hazañas de Putin, quien sustituyó al primer comandante de la invasión por otro más perverso y cruel. Evidentemente la estrategia de asesinar civiles, de violar a las mujeres mientras les dicen que las dejaran sin capacidad de procrear para que no puedan concebir “perros ucranianos” tiene el objetivo de minar la moral de la población y producir terror.
Cualquier persona con un mínimo de decencia se conmueve e indigna. Cualquiera a quien le circula sangre por las venas se enerva ante este tipo de hechos. El mundo civilizado protesta, los países, la mayoría de los países, reclaman el cese de la invasión.
Nadie debe ser indiferente a las injusticias, ni las que se ven en Ucrania ni las que son más cercanas. En El Salvador también somos testigos de injusticias, el arresto de personas inocentes es una de ellas. Todos los salvadoreños hemos sufrido, unos más que otros, los crímenes de las pandillas. Los pandilleros merecen sin lugar a duda castigo; que paguen por lo que le han hecho a la gente honrada, por los asesinatos, las desapariciones, las extorsiones. Pero hay que tener mucho cuidado para no castigar a personas inocentes, que nada tienen que ver con las pandillas y sus crímenes. Castigar a un inocente es una de las mayores injusticias posibles. Muchos se han vuelto tan indiferentes a las injusticias que no les importa, lo ven como un mal necesario, como un daño colateral. Pero claro, el daño colateral no importa mientras no sea uno o un familiar quien lo sufre. Las personas rectas, empáticas con el dolor ajeno, no pueden estar tranquilas sabiendo que hay seres humanos sufriendo sin merecerlo.
Los que practicamos una religión, los que creemos en Dios y tratamos de seguir sus preceptos, no podemos ser indiferentes ante la injusticia, ante cualquier injusticia. Hay imperativos morales, humanos y divinos. Entre estos últimos viene a la mente el pasaje bíblico de San Lucas que cuenta lo que habló con Jesús uno de los ladrones que estaban siendo crucificados junto a Él. Mientras el otro lo insultaba, incitándolo a salvarse a sí mismo, su compañero lo reprendió y le dijo: - “¿No tienes temor de Dios, tú que estás bajo el mismo castigo? Nosotros estamos sufriendo con toda razón, porque estamos pagando el justo castigo de lo que hemos hecho; pero este hombre no hizo nada malo”.