Uno de los recuerdos que me marcaron profundamente durante la guerra fue la vez que mi mamá me entregó un billete de diez colones y me pidió que entrara al súper a comprar otras dos bolsas de frijoles. Le obedecí.
No lo entendí en el momento. No fue hasta años después que descubrí que el gobierno estaba racionando los granos básicos (maíz, arroz, frijoles). Claro en aquellos tiempos no había frijoles semi-preparados y empacados como hoy. Lo que sí había eran los grandes silos de Instituto Regulador de Abastecimientos (IRA). Como una de las tácticas comunes en la guerra era quemar los cultivos, el IRA garantizaba una distribución relativamente “justa”.
Se preguntaran por qué mi madre me mandó a comprar otras cuatro libras de frijoles. Aclaro, no fue ni para acaparar ni para especular. Verán, por nuestra casa había un campamento de refugiados de guerra. Hoy en día, ustedes ven las “comunidades” insertadas en ciertas colonias de la capital. A lo largo de estos cuarenta años, muchas familias lograron legalizar un terrenito y construir una casa de cemento mixto. Pero, en los 80, muchos vivían en carpas hechas de sacos de henequén, o tiendas de refugiados, y otros (más afortunados) en chozas de lámina.
Esta gente recibía ayuda de parte de gobiernos amigos, como Noruega. Pero los gobiernos amigos mandaban ayuda según su mentalidad. Me acuerdo de Noruega en especial porque, en su desesperación, una familia llegó a la casa de mis padres pidiendo ayuda y nos ofreció las latas de arenque (pescados de agua fría enlatados) que ese país les había regalado, a cambio de frijoles. Mi padre había comido arenque toda su vida, los refugiados no. Él ofreció comprárselos para que se compraran sus frijoles, pero ellos no sabían cómo (ni querían, por temor) ir a un supermercado y menos ir al mercado. Así que nosotros nos ingeniamos para conseguir los frijoles e hicimos el trueque.
Hasta el día de hoy, la guerra me sabe a arenque y puedo ver las latas y latas amarillas guardadas en la despensa, pues al final terminamos ayudándole a más familias. Ellos tenían sus frijoles y nosotros comíamos arenque con cebolla, sin cebolla, con papas, sin papas, horneado, con naranjas de los árboles de la casa, etc. Cuando las organizaciones internacionales pudieron levantar un censo, la ayuda fue más acorde a las necesidades de los refugiados. Allí terminó el ciclo del arenque.
Si usted se pone a juzgar si lo que hicimos estuvo bien o mal, sepa que la seguridad alimentaria durante la guerra era precaria, y el dinero, escaso. Cuando yo tenía tres años, pasaba el carrito de leche Foremost cada tarde y yo tomaba una leche espesa y deliciosa. Después del inicio del conflicto armado, nunca se volvió a ver esa leche, pues la ganadería también fue un objetivo militar. La fallida reforma agraria vino a complicar las cosas. Allí fue que El Salvador perdió mucha de la agricultura y ganadería que lo había caracterizado. Si bien yo mentiría que pasé hambre durante esos años, si supe lo que era medir el azúcar y el arroz hasta que se pudiera volver a comprar. Y hubo gente que SÍ pasó hambre, estando rodeado de tierras perfectamente cultivables porque no había dinero para comprar semilla o, peor, porque eran campos minados.
Me preocupa muchísimo que El Salvador, ante la guerra de Rusia contra Ucrania, no esté dando pasos para crear un fondo alimentario de emergencia. Si quieren criticar los últimos treinta y dos años, yo critico con ustedes: no se ha hecho literalmente NADA por el agro. Repetidamente el sector agrario (y ganadero) le ha pedido apoyo a TODOS los gobiernos de turno, sin excepción y ha recibido poco apoyo. Pero en el momento que Ucrania (primer productor de trigo en el mundo) se fue a la guerra y la India prohibió las exportaciones, era tiempo de reactivar el IRA como una reserva de emergencia y asegurar la cosecha 2022.
Ya vamos a casi seis meses de la guerra y, a dos meses de la cosecha, no sabemos cuánto va a poder producir o exportar un país que está bajo constante ataque, o cuánto va a poder plantar para el 2023 en caso que la guerra siga durante el invierno. Y si bien los agricultores salvadoreños recibieron sus paquetes, no fue con el suficiente tiempo para sembrar más que lo de subsistencia para muchas familias rurales. Las lluvias han arruinado cultivos. Es la tormenta perfecta.
En lo que nosotros discutimos otros temas disfrutando las facilidades de Hugo, compras en línea, etc. desde nuestros teléfonos, no parecemos darnos cuenta de lo que viene. Yo entiendo que nadie pudo predecir esta guerra, pero centrémonos un momento en que se necesita asegurar que todo ciudadano salvadoreño tenga acceso a la canasta básica, pase lo que pase al otro lado del mundo. Esto no es un tema político, es un tema humanitario. Allí aún están los silos en pie. Urge un fondo de seguridad alimentaria porque, ¿qué hacemos si no hay frijoles?
Educadora, especialista en Mercadeo con Estudios de Políticas Públicas.