Mientras Donald Trump y Vladimir Putin escenifican conversaciones en las que supuestamente hablan de “acuerdos de paz”, el presidente ucraniano Volodímir Zelenski expresa sus reservas con un pacto que deja fuera al tercero en discordia: el país invadido por el ejército ruso desde febrero de 2022. Al mismo tiempo que desde el Despacho Oval y el Kremlin continúan negociando lo que a todas luces parce la eventual repartición de un botín entre dos potencias rapaces, también desechan el protagonismo de los países miembros de la Unión Europea (UE), en cuyo patio se libra una guerra que podría extenderse en la región por las ansias imperialistas del gobernante ruso.
Washington dio su versión de la última llamada telefónica entre el presidente estadounidense y su homólogo ruso. Según Trump, todo fue de maravillas y muy pronto acabará la guerra entre Rusia y Ucrania. En cambio, las noticias desde Moscú eran otras: Putin sólo aceptó un alto el fuego de 30 días sobre las infraestructuras nucleares del país invadido mientras continúa bombardeando a la población civil. Y no contento con las migajas de su oferta, exige que durante esta exigua tregua se le suspenda la ayuda militar a Ucrania y que ésta desmovilice su ejército. Lo que pretende el mandatario ruso es dilatar el conflicto y seguir ocupando territorios soberanos. Lógicamente, Zelenski no se fía de este endeble acuerdo y se niega a deponer el limitado poderío militar que ahora tiene, a sabiendas de que Putin es un depredador sin escrúpulos y que Trump aspira a sacar réditos económicos. Por eso, urge a los 27 de la UE a que no abandonen a Ucrania en momentos tan decisivos.
En efecto, son tiempos perentorios para Europa, que, de la noche a la mañana, se ha encontrado con el nuevo rostro de un viejo aliado, Estados Unidos, que ahora encarna Trump: un adversario del proyecto de la UE y de la alianza con la OTAN, que se encuentra más cómodo con la autocracia expansionista de Rusia que con las democracias europeas que desde hace años hacen frente a los embates del Kremlin para desestabilizar a naciones vecinas. La alta representante de la UE para Asuntos Exteriores, Kaja Kallas, se ha lamentado de que “el orden internacional está experimentando cambios de una magnitud no vista desde 1945”. Se refiere al fin de la Segunda Guerra Mundial, cuando Europa pudo confiar en la intervención de Estados Unidos para vencer al nazismo. Lastimosamente, hoy en día el trumpismo apoya las corrientes políticas de extrema derecha que cobran fuerza en Europa y que, en su mayoría, son pro rusas.
La reflexión de Kallas coincide con los resortes que se han puesto en marcha en Bruselas, el corazón de la UE, para delinear un plan que refuerce a los 27 frente al distanciamiento de Washington y las amenazas de Moscú. En realidad, todos estos años se incurrió en la irresponsable ingenuidad de creer que la política de un país es algo inamovible, cuando, en el fondo, depende del talante moral de quien lo gobierne. Desde que irrumpió en el panorama político, Trump demostró su escaso apego a principios que no lo beneficien en lo personal y lo económico; tampoco ha ocultado su admiración por hombres fuertes como Putin y el dirigente chino Xi Jinping. En su particular rompecabezas geopolítico, el republicano se ve repartiéndose la hegemonía mundial con Rusia y China.
Ya fuere por falta de previsión o por poca pericia ante lo que se veía venir con el trumpismo, Europa se ha visto abocada a robustecer una alianza que, seguramente, a medio plazo es lo más conveniente para su preservación frente a un enemigo declarado, Rusia, y otro inesperado, el de Estados Unidos bajo el mandato de Trump. Para ello, es imprescindible aumentar considerablemente el gasto militar y comprar armas en Europa. Ciertamente, desde la invasión rusa a Ucrania los 27 han aumentado un 30% su gasto en defensa. Y ahora, como testigos de una más que preocupante liga entre Trump y Putin, no han perdido tiempo en elaborar una hoja de ruta que, según Kallas, servirá “para afrontar lo peor”; son directrices para aumentar la inversión en misiles, munición, defensa aérea y drones, entre otras provisiones, ya que, de acuerdo a información obtenida por los servicios de inteligencia de Dinamarca y Alemania, Rusia pudiera invadir un país de la OTAN antes de 2030.
Indudablemente, es la hora de Europa antes de que dos potencias, una amiga hasta hace muy poco, la lleven a un precipicio al que ya se ha asomado en el pasado y que se debe evitar a toda costa. La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ha señalado: “Los países miembros necesitan apoyarse en las provisiones europeas de defensa, especialmente en tiempos apremiantes”. Los 27, con el ultra y pro ruso gobierno de Hungría en contra del apoyo a Ucrania, también cuentan con la indispensable colaboración del primer ministro británico Keir Starmer, quien subsana el despropósito anti europeísta que trajo consigo el Brexit. Con su Libro Blanco para la Defensa Europea, están dispuestos a salvar las diferencias por el bien común. Lo que está en juego es la supervivencia de la Europa democrática y plural frente a los que pretenden imponer a otros sus agendas de corruptos tiranos. [©FIRMAS PRESS]
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