Desde el tenso encuentro entre los presidentes Donald Trump y Volodímir Zelenski en la Casa Blanca el pasado 28 de febrero, las posiciones políticas y diplomáticas de los actores involucrados en el conflicto entre Ucrania y Rusia han evolucionado. La idea de una “tregua”, que podría ser un primer paso hacia un alto el fuego, ha cobrado fuerza tras las recientes discusiones tripartitas en Arabia Saudita.
Tras ejercer una fuerte presión sobre Kiev, incluso con la interrupción del apoyo operativo y de inteligencia a Ucrania, Washington parece ahora incrementar su presión sobre Moscú. La propuesta estadounidense ha generado “reservas” en el Kremlin, lo que ha reforzado la impaciencia de Donald Trump, ansioso por obtener resultados tangibles lo antes posible. El viernes pasado, el portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, informó que se han transmitido “informaciones y señales al presidente estadounidense” a través del emisario especial Steve Witkoff. Rusia se ha mostrado “cautelosamente optimista” tras haber presentado “sus condiciones” el jueves anterior.
El presidente ruso, Vladímir Putin, junto a su homólogo bielorruso, Alexander Lukashenko, ha evitado rechazar de plano la iniciativa de Trump, aunque ha expresado ciertas reservas. Fiel a la tradición diplomática rusa de avanzar “a pasos de lobo”, mantiene abiertas varias opciones, desde la continuidad de las operaciones militares hasta la posibilidad de una tregua. Esto crea una dinámica de negociación que encaja con el estilo de Trump.
El mandatario estadounidense ha advertido que “sería un gran desencanto para el mundo” si Rusia rechaza su propuesta de suspender los combates en Ucrania durante 30 días. “Quisiera reunirme o hablar con él”, afirmó, agregando que “el tema debe resolverse rápidamente”. Mientras Zelenski acusa a Putin de “dilatar” la cuestión, el líder ruso busca capitalizar la situación a su favor.
Ucrania, que inicialmente insistía en que no aceptaría ninguna tregua sin una retirada rusa de todos los territorios ocupados, incluida Crimea desde 2014, ha flexibilizado su postura. Ha aceptado el acuerdo minero propuesto por Estados Unidos, que en las últimas semanas ha reafirmado su papel central en la defensa de Kiev. La clave del acuerdo radica en garantizar una solución duradera, lo que Ucrania y sus aliados denominan “garantías de seguridad”.
Estados Unidos reanudó su apoyo a Kiev pocos días después, consolidando su posición como mediador clave para ambas partes. En este contexto, los cancilleres del G7 (Estados Unidos, Canadá, Japón, Alemania, Francia, Reino Unido e Italia) se reunieron en la provincia de Alberta, Canadá. La ministra de Exteriores canadiense, Mélanie Joly, destacó la “fuerte unidad” del bloque en torno a Ucrania y prometió un “comunicado final contundente”. “Apoyamos la propuesta estadounidense de un alto el fuego, aceptado por los ucranianos, y seguimos a la espera de la reacción rusa”, agregó.
Mientras tanto, el príncipe heredero saudí, Mohamed bin Salmán, expresó su respaldo a “todas las iniciativas” para poner fin a la guerra en Ucrania. Sin embargo, cuando Putin expuso sus condiciones, planteó preguntas clave: ¿se utilizaría la tregua para el reabastecimiento de armas? ¿Quién garantizaría el cumplimiento del alto el fuego? Estas interrogantes revelan la complejidad de la situación para Washington.
Además, aunque el G7 mostró unidad en torno a Ucrania, afloraron tensiones internas. La guerra comercial entre Estados Unidos y Canadá, así como recientes fricciones con Europa, complicaron las negociaciones. La presión estadounidense sobre los europeos evidenció la fragilidad de una política de defensa común en la UE.
A pesar del respaldo financiero de Europa a Ucrania—que desde el inicio del conflicto ha aportado el 60 % del apoyo económico y financiero—el bloque carece de una producción armamentística común comparable a la de Estados Unidos. Esta debilidad estratégica refuerza la dependencia europea de la OTAN, organización creada en 1949 y responsable de la defensa del continente.
Francia y Reino Unido son los únicos países europeos con capacidad nuclear militar, pero la idea de una “disuasión nuclear compartida” sigue siendo motivo de debate. El concepto enfrenta una contradicción inherente: requiere firmeza en su posible uso, pero también un cierto grado de incertidumbre sobre qué intereses justificarían su activación.
Más allá de las tensiones en el eje transatlántico, la situación en Oriente Medio también fue un tema clave en la cumbre del G7. Los enfrentamientos en Siria han generado preocupación sobre una posible escalada incontrolada. La canciller alemana advirtió sobre la necesidad de una “posición común” para evitar un deterioro mayor, mientras que Reino Unido abogó por aumentar la ayuda humanitaria.
En cuanto al posible envío de fuerzas de paz europeas a Ucrania—una propuesta respaldada por Londres y París en caso de un alto el fuego—la tensión volvió a escalar. Moscú lo considera una “intervención militar directa”, según declaró la portavoz rusa María Zajárova. Por su parte, Putin insistió en que cualquier tregua debe conducir a una “paz duradera” y abordar las “causas profundas” del conflicto.
¿Se trata de una estrategia de negociación? Lo cierto es que el pulso continúa. En una señal significativa, Putin apareció por primera vez con uniforme militar en la región de Kursk, donde las tropas ucranianas siguen operando.
El contexto actual deja muchas preguntas abiertas: ¿será esta tregua el preludio de una paz duradera? ¿Cómo podría lograrse sin resolver el tema territorial? ¿Quién garantizará el cumplimiento de los acuerdos mientras Moscú acusa a Europa de injerencia y Occidente considera la guerra en Ucrania una cuestión de seguridad estratégica?
La complejidad del diálogo diplomático, impulsado por la presión estadounidense en Arabia Saudita, sigue marcando la agenda del G7, en un escenario donde las disputas comerciales entre sus propios miembros añaden una capa adicional de incertidumbre.
Politólogo francés y especialista en relaciones internacionales.