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Vladímir Putin: el pecado y tragedia de la hibris

Putin se autoderrotó. Su imagen se ha desplomado en el mundo entero, y ya está teniendo que enfrentar sediciones, como la perpetrada por el Grupo Wagner: este motín terminó de desnudar la tremenda vulnerabilidad de un país un día juzgado imbatible.

Por Óscar Arias Sánchez |

La imagen de Putin se ha deteriorado en el mundo y su caída es inevitable, como lo fue para figuras mitológicas castigadas por su desmesura

Rousseau en su Contrato social y Kant en su Paz perpetua llegan ambos a la misma conclusión: en una democracia, el pueblo es el titular del poder político. Así las cosas, la guerra entre naciones democráticas es inconcebible, pues el pueblo jamás querrá hacerse masacrar en los campos de batalla, siempre y cuando estemos en presencia de democracias sanas y funcionales y no de dictaduras disfrazadas.

Las guerras solo serán posibles cuando son libradas entre regímenes totalitarios, o entre democracias y autocracias. La historia ha probado que ambos pensadores estaban en lo correcto. No acertaron al cien por ciento en sus pronósticos, pero indudablemente tienen un alto grado de razón.

Vladímir Putin es un triste vestigio de la era del Sóviet Supremo, del politburó, de la nomenklatura, de los apparátchik del Estado soviético. Ahí fue formado, y nadie es ajeno a su naturaleza y su educación. Llamemos las cosas por su nombre: con cuatro mandatos presidenciales consecutivos, desde el 2000 Putin es un autócrata, un tirano tan reprensible como lo fueron todos en la historia.

La anexión forzosa de Crimea a Rusia en el 2014 fue una señal inequívoca: lo propio de los imperios es expandirse, tal como lo hicieron en el pasado Inglaterra, Francia y los Estados Unidos.

Todavía hace un par de años Putin era un líder respetado y no carente de carisma. Creíamos estar ya lejos de los Stalin, Kruschev, Brézhnev, Andrópov y Chernenko. Pero al tomar la funesta decisión de invadir Ucrania, el mundo empezó a verlo —y con toda razón— como a un villano.

Un megalómano más en la larguísima lista de personajes que la historia del siglo XX nos regaló. Como curándose en salud de la impugnación universal de que pronto sería objeto, el 22 de diciembre del 2020 firmó un proyecto de ley que otorga inmunidad procesal de por vida a los expresidentes rusos.

Sus delirantes fantasías de restituir a la madre Rusia la potestad que algún día tuvo sobre la mitad del mundo no son en lo absoluto viables hoy día. No se puede regresar a los tiempos de Brézhnev y proceder a partir de ese momento a reescribir y enderezar la historia. Todos somos arrastrados por el río de Heráclito, ese en cuyas aguas nadie, por principio, se baña dos veces.

Faltó diálogo

Putin cometió errores de principiante. Subestimó el poderío militar ucraniano, no “estudió” al rival. Luego, el error simétrico: sobreestimó el músculo bélico de Rusia. El resultado de estos yerros de cálculo son tremendamente humillantes para su país. Expuesta ante el mundo ha quedado la fragilidad militar de Rusia. Pero a esto hay que añadir otro componente, esta vez de orden psicológico y emotivo que Putin tampoco previó: me refiero a la motivación.

Mientras los ucranianos luchan por su patria, por su libertad, por defender lo que es suyo y por expulsar de sus tierras al invasor —y todas esas son poderosísimas razones para incendiar las almas y alentar los ánimos—, los soldados rusos luchan para cumplir las órdenes en una guerra en la que no están involucrados emotivamente, cuya causa les es indiferente, y teniendo que representar ante el mundo el rol de los perversos invasores. Y, por supuesto, la deserción en las líneas de la armada rusa ha sido masiva.

Esta guerra nunca debió darse. Si en el siglo pasado, al inicio de la década de los noventa, Washington no se hubiera embriagado de arrogancia al presenciar frente a sus ojos la desintegración de la Unión Soviética —convirtiéndose en la única superpotencia de un mundo unipolar— y acelerar la expansión de la OTAN hasta la frontera con Rusia, hoy no estaríamos viendo este baño de sangre que inunda a Europa.

En la Conferencia de Seguridad de Múnich del 2007, Putin advirtió a Occidente que la adhesión de Ucrania a la OTAN era, para su país, una provocación inaceptable. Lamentablemente, no se dio lo que pudo evitar esta invasión: hablar más, dialogar más y negociar.

Cuadro ruso patético

Cuando Kruschev plantó sus misiles en Cuba, a tan solo 144 kilómetros de las costas de Florida, y con capacidad para volatilizar un 80 % del territorio estadounidense, durante aquellos días de pesadilla de octubre de 1962, el presidente Kennedy logró un acuerdo razonable al retirar los misiles estadounidenses instalados en Turquía, devolviéndole la tranquilidad al mundo entero. La guerra en Ucrania pasará a la historia como el conflicto bélico más evitable e innecesario de que se guarda memoria.

Con la invasión rusa a Ucrania de febrero del 2022, violentando el derecho internacional y la Carta de las Naciones Unidas, Putin ignoró todo lo que en la guerra es imponderable e inmensurable: no investigó de qué madera humana estaba hecha el alma de los patriotas ucranianos, no contó con ese elemento “romántico” y “épico” que los ponía en una posición psicológica superior: una cosa es morir por la patria (la madre, la que nos da el alimento, la lengua materna y esa frazada simbólica que es la bandera) y otra muy diferente es morir por el Estado (el padre legislador, frío y punitivo). Ahí mismo selló su suerte.

Muy malparada queda la armada rusa: el ethos guerrero que alguna vez la cubrió de gloria queda reducido a tan solo una leyenda. El sitio de Leningrado es una de las más grandes páginas épicas en la historia del mundo. En esa ocasión, el pueblo y el Ejército ruso soportaron, entre el 8 de setiembre de 1941 y el 27 de enero de 1944, un total de 872 días de asedio, debatiéndose heroicamente contra el frío inmisericorde, la hambruna y los sitiadores de la Wehrmacht, y no se dejaron doblegar. A la luz de esta saga, de esta epopeya casi sobrehumana, lo que el actual Ejército ruso ha demostrado es patético.

Putin se autoderrotó. Su imagen se ha desplomado en el mundo entero, y ya está teniendo que enfrentar sediciones, como la perpetrada por el Grupo Wagner: este motín terminó de desnudar la tremenda vulnerabilidad de un país un día juzgado imbatible.

El pueblo ruso todavía apoya a Putin, pero ya lo hace con mucha menos convicción que al principio. Es una cuestión de tiempo. Todo tirano termina por caer: es una ley entrópica e inexorable. A Putin le espera el juicio riguroso de la historia, de sus conciudadanos y de la comunidad mundial. Tendrá que comparecer con la cabeza gacha, el cuerpo encorvado y el alma grávida con el peso de los miles de muertos que cargará por el resto de su vida.

En la mitología griega existía el pecado de la hibris, que era severísimamente castigado: el exceso, la desmesura exorbitada, la voluntad de emular a los dioses. Así perecieron Ícaro, Prometeo, Pandora, Agamenón, Jasón, Sísifo, Tántalo… y así caerá también Putin. (Publicado con licencia del autor).

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Invasión De Rusia A Ucrania Opinión

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