Rusia y Ucrania están tan lejos que pareciera que lo que pasa en esos países no nos afecta. Pero afecta a todo el mundo y, por supuesto, nos afecta a nosotros. La invasión a Ucrania por parte de Rusia ya cumplió un año y ha costado miles y miles de vidas, población civil y combatientes de parte de Ucrania, y de jóvenes soldados rusos, muchos que no llegaban ni a los 20 años. Producen dolor de corazón esas muertes sin sentido, esas familias que han perdido a hijos que apenas salían de la adolescencia, niños juguetones y optimistas apenas hace unos años. Y también ha costado una debacle económica mundial, cuando ni siquiera se había salido de los costos humanos y económicos que representó la pandemia de covid-19. Los desajustes económicos también provocan muertes. Se deja de invertir en salud para gastar el dinero en la guerra. Faltan insumos en los hospitales, escasean las medicinas, y muchos procedimientos esenciales, como quimioterapias y hemodiálisis, se suspenden. Esto produce una alta cifra de muertes, que a veces se cuentan como “daño colateral”. Esas sólo son las repercusiones más visibles, pero hay muchas otras, menos evidentes: fábricas que cierran, rutas de comercio que se bloquean, inflación, hambre.
Y todo por la soberbia y la ambición de un hombre, Vladimir Putin, que ha acumulado mucho poder en su país y que, por tanto, puede hacer lo que le dé la gana. Comenzó con un error de apreciación, creyendo que la anexión de Ucrania iba a ser cuestión de un par de semanas y resultó que su “operación militar especial” terminó durando mucho más que eso. Rusia, que estaba bastante bien, ha tenido pérdidas económicas fabulosas y las seguirá teniendo al haber perdido a sus mejores clientes. Pasarán muchos años, y mejores liderazgos, para que se recupere. Se consuela con su arsenal atómico, pero con bombas y amenazas no come la gente.
Al pueblo ruso se le restringe la información, y sólo recibe la que da el Gobierno (al menos esa es la intención). Las justificaciones para la guerra son de lo más absurdo. Esgrimen razones que ya casi tienen ochenta años de antigüedad, como que luchan para desnazificar Ucrania. El hecho de que Zelenski sea judío no hace volver a pensar a la cúpula, de todos modos no es más que una justificación y lo saben. Los ucranianos, que hablan un idioma diferente al ruso, han tenido muchas ventajas. Su tierra es rica, su población es educada y trabajadora, y simpatizan con el modo de vida occidental. Eso hace celar a Putin, que no quiere aceptar que cada país es libre de escoger a sus amigos y a sus aliados.
Pero ya hay descontento dentro de Rusia, especialmente entre las personas mejor informadas. Es una guerra en la que no desean participar, ni quieren que les quiten a sus jóvenes para que vayan a morir en los campos de batalla. Con el Internet ya es imposible ocultar del todo la información, y cada vez son menos los que se adhieren a Putin (los más humildes e ignorantes). La última maniobra ha sido evitar que los rusos salgan de su país, que se movilicen. Se les envía órdenes de reclutamiento forzoso por redes sociales. Si no se presentan mueren para la vida civil o son arrestados. Así retribuye todo tirano al pueblo al que dicen amar. Y la historia se repite una vez más.
Médico Psiquiatra.