Por una vez, la espada de Damocles pende sobre Vladimir Putin. El gobernante ruso está acostumbrado a ser él quien le pone precio a las cabezas de sus enemigos, pero en esta ocasión le toca esquivar una orden de detención que ha emitido el Tribunal Penal Internacional (TPI), con sede en La Haya. Ahora, más que nunca, se lo pensará dos veces antes de abandonar el Kremlin, donde cuenta con una corte de fieles y todo un aparato represivo que lo resguarda de una maniatada oposición que lucha por un cambio en Rusia.
Cuando lanzó hace más de un año la ofensiva militar contra Ucrania, no estaba en sus planes que la guerra se prolongaría y que la resistencia de los ucranianos, presididos por un resuelto Volodomir Zelenski, sería tan perseverante. Desde entonces, no le ha temblado el pulso a la hora de sacrificar a sus propios soldados y diezmar al pueblo ocupado. En su afán de trasnochado conquistador, también ha sido responsable de la deportación ilegal de menores ucranianos para ser llevados hasta Rusia o las zonas ocupadas. Es precisamente a causa del plan de traslado forzoso de niños y niñas, por lo que el TPI lo ha acusado de crímenes de guerra que violan los tratados internacionales. Sólo falta que se difundan por el mundo carteles con su foto como se hacía en el Lejano Oeste cuando se perseguía al villano de turno.
Desde que sus topas invadieron Ucrania, Putin sólo ha visitado ocho países, la mayoría en la órbita de la influencia rusa. Lo más lejos que se ha aventurado es una visita a Irán. Solamente con un líder próximo a él como Xi Jingping, con quien se reunió hace unos días en el Kremlin, se atreve a sentarse a poca distancia y no pone por medio una enorme mesa de seis metros que lo separa de los líderes occidentales que le han exigido el fin de las atrocidades en Ucrania. Sin duda, después del anuncio del TPI redoblará su cautela, temeroso de dar un paso en falso. No es de extrañar que su paranoia habitual también se duplique, siempre pendiente de ser víctima de un atentado o un envenenamiento. Son las artimañas de las que se vale su propio gobierno para deshacerse de los desafectos y críticos del régimen. Debe temerle al dicho, Quien a hierro mata a hierro muere.
El TPI, que se creó en 2002 y desde entonces ha encausado a otros responsables de crímenes de guerra, pretende detenerlo por los abusos cometidos contra niños indefensos (Ucrania estima que se han deportado a más de dieciséis mil menores). Pero, desde que se instaló en el poder, Putin cuenta con un voluminoso récord de violaciones de derechos humanos y crímenes de lesa humanidad. Además de los envenenamientos y asesinatos que ha encargado contra opositores, tiene lleno el presidio político (el preso más prominente es Alexei Navalny) y persigue con saña al colectivo LGTBQ. Sobre él pesan crímenes cometidos en 2000 en Chechenia y en 2016 estuvo directamente implicado en el bombardeo en Alepo que su aliado, el dictador sirio Bashar al Asad, dirigió contra la población civil. Sobran evidencias para condenar al mandatario ruso en una corte internacional por los crímenes que ha cometido dentro y fuera de su país.
Putin se ha burlado de esta orden de detención. Desde su gobierno, que no reconoce la jurisdicción de esta entidad, se afirma que se trata de una acción “escandalosa e inaceptable” cuyo valor es “nulo”. El vicepresidente del Consejo de Seguridad de Rusia, Dimitri Medvedev, ha ido más lejos con una amenaza: “Es completamente imaginable el empleo preciso de un misil hipersónico Onix lanzado por un buque ruso desde el mar del Norte contra la sede del Tribunal de la Haya.” Una vez más, Rusia le recuerda a Occidente su poderío nuclear.
No es tarea fácil arrestar y sentar en el banquillo a un jefe de estado en funciones. Es un proceso laborioso que precisa la exhaustiva recopilación de pruebas. Además, en Moscú, rodeado de corifeos que lo protegen, difícilmente entregarían a Putin para ser juzgado. Pero este paso del TPI lo debilita aún más en el orden mundial, donde su imagen está muy desgastada y las sanciones internacionales son el claro repudio a un enemigo declarado de las democracias europeas y de Estados Unidos.
Lejos de reforzarse como un “hombre fuerte”, hoy Putin es un gobernante debilitado por una guerra que se le ha ido de las manos, y señalado por crímenes de guerra por los que tarde o temprano rendirá cuentas. Hará todo lo posible por escabullirse de su particular Juicio de Nuremberg, pero ahora la orden de captura y arresto pesa sobre él. Las tornas han cambiado para un individuo acostumbrado a ser el cazador y no el cazado. [©FIRMAS PRESS]
*Twitter: ginamontaner