La “operación especial militar” de Putin en Ucrania está a punto de cumplir un año. Ha pasado de ser una invasión relámpago que pretendía, aparentemente, despertar los sentimientos prorrusos de los ucranianos y hacer colapsar el país políticamente, a una guerra de posiciones después de que Rusia se hizo con el este de Ucrania y los puertos del Mar Negro.
De hecho, ni Rusia ha sido capaz de conquistar posiciones decisivas, ni Ucrania de desalojar el territorio invadido. El ejército ruso no ha colapsado (como algunos predijeron teniendo a la vista los problemas logísticos y/o la falta de espíritu de lucha de sus miembros), ni los soldados ucranianos han logrado expulsar al invasor de su tierra, a pesar de millones de dólares de ayuda militar y entrenamiento.
La toma de Kiev se convirtió en un imposible para los rusos y abandonar el ánimo de tomar la ciudad redundó en un mejor aprovisionamiento para sus tropas en el este de Ucrania y mayor disponibilidad de soldados y equipos en ese frente.
Se cumplieron los pronósticos de quienes predijeron que el ejército de Putin era muy pequeño como para una invasión a gran escala. Y se entendió mejor al presidente ruso cuando declaró que lo suyo no era una guerra (que habría supuesto un modo diferente de batallar), sino una operación militar especial. Palabras más, palabras menos, ya se sabe que la propaganda siempre ha permitido justificar cualquier acción bélica o política.
De hecho, tal como se fueron dando las acciones, la situación para los ucranianos cambió de defender sus ciudades y se convirtió en una operación de recuperación de territorio. Variando de manera importante el modo de luchar, pues no es lo mismo defender posiciones que arrebatárselas al enemigo. De manera que las operaciones rusas hoy día se orientan principalmente a conservar y asegurar el territorio conquistado en Donetsk y Luhansk, convirtiendo esa defensa en la principal justificación para la invasión del año pasado. Y sirviendo en bandeja a Putin la recuperación de su imagen entre sus paisanos, pues especialmente Crimea, y los caminos que llevan desde Rusia hasta la península, tiene en la tradición rusa el estatus de parte integral de la patria, y por lo mismo, condición irrenunciable para recuperar el brillo y el prestigio perdido con la revolución de octubre y la “pesadilla” comunista.
Así las cosas, al tener sus tropas concentradas y empeñadas en una misión más asequible, los rusos minimizan los problemas de aprovisionamiento, requieren menos personal militar y bajan el número de bajas entre sus filas, consiguiendo condiciones ideales para una guerra prolongada que permitiría afianzar sus posiciones entre la población civil de los territorios ocupados. Mientras se refuerza la moral del ejército, misma que alguna vez estuvo en horas bajas al darse de frente con una resistencia militar ucraniana formidable.
Putin habría logrado recuperar no solo el territorio de la antigua federación rusa, sino también los sentimientos prorrusos entre la población civil y la moral entre sus tropas.
Ambos lados han sufrido importantes bajas humanas y pérdida de material bélico. Los rusos tienen grandes reservas de equipo y los ucranianos han recibido de parte de Occidente toneladas de armas, por lo que todo pinta para que el fin de la guerra no sea en el corto plazo, pues con el estado actual de cosas ninguna de las partes tiene posibilidades de lograr una ventaja decisiva: ni los ucranianos tomarán los territorios ocupados, ni los rusos continuarán con su ánimo de tomar otras ciudades diferentes a las que actualmente controlan.
Si a esto se suma la triste realidad de que no hay negociaciones entre los bandos, pues cualquier parlamento implicaría ceder y entregar al otro posiciones, una situación a la que ninguno de los dos estaría dispuesto, pienso no equivocarme si digo que todavía tendremos guerra para rato. A ver.
Ingeniero/@carlosmayorare