El sábado 8 de octubre, como se sabe, fueron destruidos dos tramos del flamante puente de Kerch que une Rusia a la península de Crimea, recientemente incorporada manu militari por el señor Vladimir Putin. (Aunque –todo hay que decirlo– encontró cierto eco entre los rusos étnicos que abundan en esa torturada región del planeta).
Lo que no se sabe es cómo hicieron saltar por los aires los dos tramos del puente simultáneamente. ¿Fue un submarino ucraniano? ¿Fue una operación de sabotaje ejecutada por un camión que transportaba material inflamable? Hay ocho detenidos, presumiblemente sometidos a sesiones de torturas, lo que acabará generando cualquier tipo de respuestas inducidas por el carnicero que ejerce como interrogador.
¿O fueron dos misiles Neptuno, de fabricación ucraniana, como los empleados en hundir en el Mar Negro el buque insignia ruso Moskva (Moscú) el 14 de abril, a las pocas semanas de haberse iniciado la invasión rusa contra Ucrania?
Si tuviera que apostar lo haría por la opción de los misiles Neptuno de la fábrica ucraniana Luch. No es una cuestión de nacionalismo, sino de que los gringos cuidan celosamente que las armas que les entregan a los ucranianos no sean utilizadas ofensivamente contra Rusia. Son para defenderse. Como parece que los cohetes Neptuno les funcionaron espléndidamente en el Mar Negro contra el buque insignia Moskva, tendrán la tendencia a repetir la hazaña. Lo que parece inverosímil, es que hayan utilizado un camión-bomba. (Hasta ahora, los únicos suicidas en esta época maravillosamente escéptica, en la que no se cree en la otra vida, son los islamistas, que sostienen otras creencias).
En cualquier caso, Putin reaccionó como un miura al ataque contra “su puente”. Él lo fabricó en un tiempo récord. Era su proyecto. Había una cuestión personal en el asunto. No la hubo en el hundimiento del Moskva. Fue una nave de 186 metros de eslora (largo) por 26 metros de manga (ancho), fabricada a principios de los ochenta para una tripulación de 510 marinos y oficialidad. Se trataba de un crucero lanza misiles. Para evitar incursiones de inmersión, los invasores han declarado, ridículamente, que se trata de un “parque subacuático sagrado”. El Moskva había servido para sembrar el terror en la Siria de Bashar al Asad, un títere de los rusos.
Por eso Putin desató un ataque con misiles contra la capital –Kiev– y numerosas ciudades importantes. Era víctima de un acceso incontenible de rabia, pese a su proverbial respiración branquial. Los misiles han hecho blanco en universidades, escuelas, hospitales y en viviendas de obreros. Al extremo que se llegó a temer que utilizara el curso adverso de la guerra para emplear energía nuclear contra Ucrania.
Afortunadamente no lo hizo. Pensó que Estados Unidos hubiera tomado represalias, también nucleares, contra Moscú, como veremos más adelante. A la postre, Estados Unidos tiene una enorme responsabilidad en este conflicto, que Washington ha reconocido plenamente. A principios de 1994, Bill Clinton, entonces presidente de USA, Boris Yeltsin de Rusia y Leonid Kravchuk de Ucrania, formaban parte de una “Asociación por la Paz” formada por la OTAN.
Posteriormente, Rusia se comprometió a recoger los casi tres mil misiles atómicos desplegados en el territorio ucraniano, bajo la atenta mirada de USA e Inglaterra, que sirvieron de garantes al pacto entre Moscú y Kiev, luego destrozado por Vladimir Putin y su invasión a Ucrania.
Queda por descartar la amenaza nuclear de Putin. ¿Es seria? No lo creo. Y no lo creo por la misma razón que tuvo Kruschev en octubre de 1962: porque la perdería rotundamente. Si Moscú ha perdido la guerra convencional con Ucrania, ¿qué le sucedería en un combate nuclear librado por EE.UU.? Cada centro ferroviario desaparecería, como cada concentración de tropas, como las bases militares de Rusia. Llevan observando por medio de satélites desde hace tiempo. Satélites que son capaces de distinguir las facciones de los oficiales destacados, lo que les permite asignarles la importancia que realmente tienen.
Naturalmente, Francia e Inglaterra destruirían las ciudades con más de 20,000 y menos de 50,000 habitantes, y entonces se percibiría lo sabio que ha sido crear la OTAN, y lo idiota que ha sido Vladimir Putin por entregarse a una guerra que, sencillamente, no puede ganar, contraviniendo uno de los más sabios consejos de Sun Tzu en El arte de la guerra (“evita las batallas en las que es imposible que triunfes”) como se está viendo con total claridad. Simultáneamente, Israel aprovecharía para suprimir la amenaza nuclear iraní y retardar otros 20 años el surgimiento de ese peligro.
¿Hay alguien a la derecha de Putin? Por supuesto. Siempre existe alguien que está dispuesto a atacar a los líderes por no ser suficientemente extremistas. Igor Girkin, una especie de “Pimpinela escarlata”, pero al revés de la ficción, denuncia, cada vez que puede, a Vladimir Putin y lo acusa de traicionar a la Madre Rusia. Girkin se hace llamar “Stalkov” –pistolero acechante–, y ha sido declarado en múltiples ocasiones “héroe de la patria rusa”, de manera que es imposible descartar las denuncias de una persona comprometida con el destino semindependiente de “Donetsk”, como es el caso de Girkin. A veces parece que Putin actúa para complacer o parecerse a Girkin. [©FIRMAS PRESS]
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