Los últimos días revelaron una escalada en relación con la guerra y sus consecuencias en Ucrania. Mientras la Asamblea General de las Naciones Unidas estuvo reunida del 19 al 26 de septiembre, la situación política se degradó en relación con el conflicto en Ucrania. Por cierto, el presidente ruso, Vladimir Putin, anunció, en una alocución en la televisión nacional, la organización de referendos en los territorios pro-rusos de Donetsk, Lugansk que componen la región del Donbas: se habían auto-proclamado “repúblicas populares” en 2014 después de la anexión de Crimea. No están reconocidas por la comunidad internacional. Vladimir Putin había, de facto, “legitimado” su independencia en febrero pasado, poco antes de lanzar su ofensiva contra Ucrania.
En las regiones ocupadas de Kherson y Zaporiyia también habrá referendo sobre la integración en Rusia. Kherson es estratégico para llevar a cabo una ofensiva contra Odessa y controlar todos los accesos al Mar Negro. Es decir, que Moscú quiere encerrar definitivamente el estatus de dichas provincias, con un resultado que no deja espacio a la duda: el “Sí” a la integración en la Federación de Rusia ganará y estas provincias serán consideradas parte de Rusia,
sacralizando la nueva realidad territorial. Mientras, operaciones militares se empreden con contraofensivas ucranianas. El Secretario General de la OTAN, Jens Stoltenberg, afirmo que “estos simulacros de referendos no tienen ninguna legitimidad y no cambian la natura de la agresión de Rusia contra Ucrania”. Pero para los rusos, poner en tela de juicio la situación favorable que saldrá de los “referendos” equivaldrá a denunciar la integridad de los territorios de Rusia, abriendo un posible espacio a tensiones con dicho país.
Ilustran la fractura que hay hoy en día entre Moscú y la mayoría de los países que reconocen las reglas de la Carta de las Naciones Unidas: los rusos reivindican una “justicia histórica” considerando estos territorios como suyos, mientras el derecho internacional ha sido violado con el uso de la fuerza. La realidad del “golpe de fuerza” busca suplantar el derecho internacional, el mismo denunciado como el “resultado de una superioridad occidental”. Parecen puestos en tela de juicio, con un uso de la fuerza, los fundamentos de una organización internacional, negociada al salir de la Segunda Guerra Mundial.
Hoy en día, más que nunca, la escalada verbal y militar se vuelve más peligrosa. El tiempo está corriendo en contra de Moscú: “el pasaje en fuerza” exige velocidad, rapidez y resultados. Empezando el octavo mes de la guerra, Moscú parece empantanado: en el interior, el llamado a la movilización (reclutamiento obligatorio) parcial provocó reacciones en varias ciudades tanto como la salida del país de miles de personas. Muchos afirman que prefieren “ser encarcelados que morir en Ucrania”. Reacciones nuevas se retransmiten en las redes sociales y revelan tensiones en el interior. Fake o informaciones, recuerdan que el tiempo está contado, explicando la dureza de Vladimir Putin que anima la amenaza de uso de armas de destrucción masiva. Supone una evolución de la doctrina de utilización de dicho potencial, incluyendo, como tuvimos la ocasión de decirlo, lo nuclear.
Para Moscú, hay un “Occidente” acusado de querer “destruir a Rusia”; para varios Jefes de Estado, entre ellos presidente francés Emmanuel Macron, una voluntad de evitar “una fragmentación internacional”.
Los últimos anuncios del presidente ruso reforzaron la inquietud y la exigencia de prevenir un conflicto de mayor amplitud. Vladimir Putin recordó que su país “dispone también de varios medios de destrucción”.
Anticipando el resultado de los referendos, el presidente ruso busca volver intangible una situación territorial: después del 27 de septiembre próximo, denunciarlos será atacar la integridad rusa. Vladimir Putin decidió acelerar la estrategia del “hecho consumado” para que no se pueda dar un paso atrás.
La Asamblea General de la ONU permitió a muchos países denunciar la mecánica inexorable que se está poniendo en marcha y denunciar una posible forma de “resignación” frente a la posición de Moscú. Francia lanzó una alerta a una “fragmentación del mundo”, para que los miembros de las Naciones Unidas logren convencer Rusia “de renunciar a la guerra”. No se trata de escoger “entre el Norte o el Sur”, sino en “llamar a la responsabilidad de todos los que están ligados a la Carta de las Naciones Unidas y a la paz”.
Y por cierto, los valores de la ONU no son “adaptables” o parciales. Son un todo, que aceptamos en libertad, o rechazamos. Es decir que no se puede escoger en función de intereses nacionales. Hacen parte de un todo que no puede ser desmantelado. Hoy en día, estamos en la historia, viviendo un momento en el cual vamos a tener que escoger una posición cuya consecuencia tendrá que ver entre la paz o la guerra. Ya el mundo sufre de las consecuencias de dicha situación: crisis alimentaria y energética, perturbaciones sobre las rutas del comercio mundial, tantos aspectos que acompañan las tensiones que surgieron a raíz de la Guerra en Ucrania desde el 24 de febrero pasado. Los precios de varios productos de consumo corriente tanto como la gasolina o la electricidad refuerzan la presión sobre las poblaciones que ven el precio de la canasta básica aumentar creando un malestar social.
Los días que vienen son cruciales para la estabilidad del mundo: los referendos en las provincias de Ucrania darán un toque institucional al uso de la fuerza. Reforzarán las posiciones antagonistas en un mundo que entra cada día en una incertidumbre económica y de seguridad. Por cierto, de los referendos en el Donbas tanto como en Kherson y Zaporiyia dependerá el nivel de tensiones mundiales.
Especialista en relaciones internacionales/politólogo