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Popularidad

Aquellas generaciones doradas también gustaban de la popularidad y la buscaban, al igual que éstas. La diferencia es que entonces era posible mantener a los medios de comunicación social a prudencial distancia de la intimidad personal y familiar (repare usted que los paparazzis no surgen antes de los años 70), que había un cierto respeto por los familiares de la figura pública y que, lo más importante, la popularidad era un efecto de las habilidades extraordinarias de alguien: la belleza de la voz, de las facciones, del cuerpo, de sus habilidades escénicas o algún otro atributo excepcional).

Por Jorge Alejandro Castrillo
Psicólogo

En un meloso video que circula en las redes sociales de tiempo en tiempo, “La generación de oro” es uno de los títulos que le han dado, se enaltece a las generaciones que crecieron en los Años Cincuenta, Sesenta y Setenta del siglo pasado, por varias razones: se dice allí que esas generaciones fueron las últimas que crecieron escuchando, atendiendo y respetando a sus mayores; que jugaron con juguetes baratos y -muchas veces- elaborados por ellos mismos; que salían a jugar a la calle con los amigos temprano por la tarde y entraban a casa cuando los llamaban para cenar sin que eso causara preocupaciones a sus padres; que fueron crecidos en la responsabilidad, en la modestia y en el convencimiento de que el esfuerzo personal (allí incluyen la educación y el estudio) era la manera válida y segura de ascender en la escala social y labrarse una mejor posición económica; que crecieron con una música que era música, que no agredía, que tenía ritmo y melodía; que muchos se casaron para toda la vida con su primera pareja; que fueron los creadores e inventores de muchos de las avances tecnológicos que han convertido a las presentes generaciones en esas masas anónimas, manipulables e inertes, que a vertiginosa velocidad están destruyendo el mundo que tomó tantos años construir.

Evidentemente no dice el vídeo que quien lo haya hecho pertenece o perteneció a una de tales generaciones, que su memoria le hace el favor de resaltar todas las cosas buenas que tuvo y minimizar las malas que sufrió, y que, como dijo Machado y cantó Serrat, “al volver la vista atrás, se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar”, lo que la hace a esa senda más bella y entrañable.

Internet y las redes sociales –fenómeno que se ubica casi justo en el cambio de siglo- es el parteaguas principal entre las generaciones “de antes” y las “de después”. Los efectos de las redes sociales en la salud mental de la población, sobre todo la de los jóvenes y adolescentes que son los más impactados por este fenómeno está empezando a estudiarse científicamente desde distintas aristas. Algunas hipótesis se pueden formular desde lo que se vive en los ambientes educativos y las consultas en la clínica.

Llama poderosamente la atención que, en la actualidad, el lenguaje de los chicos y chicas divida casi de igual manera (independientemente de la institución a la que acudan o al nivel que estén cursando) a los grupos que se forman en los cursos escolares: “los nerds”, “los populares”, “los bullies”. Grupos siempre ha habido, antes eran “los estudiosos” (sin la carga peyorativa de los nerds), “los deportistas”, “las bonitas”, “las creídas”, etc. Y siempre los habrá, no es ese el punto.

La popularidad es algo que impacta por las consecuencias negativas que puede tener en los jóvenes y adolescentes que están en período de formación. Con el afán de conseguir o mantener un cierto nivel de popularidad, muchas chicas y chicos se involucran en actividades que rayan en la ilegalidad (o que lo son claramente); aceptan retos estúpidos que, por su afán de pertenecer a un grupo, los ponen en peligro o en ridículo; cometen la insensatez de subir fotos de sus cuerpos desnudos a las redes sociales; se filman en actividades que para las anteriores generaciones eran absolutamente íntimas. Hay que decir que también algunas personas adultas lo hacen, pero como decía la deslenguada amiga aquella: “los adultos pueden hacer de su c..o un candelabro si quieren, pero a los chicos hay que cuidarlos” (refiriéndose a aquella parte de nuestro cuerpo que nos queda atrás, empieza con “c”, termina con “o” y tiene el mismo número de letras pero no es el codo).

Aquellas generaciones doradas también gustaban de la popularidad y la buscaban, al igual que éstas. La diferencia es que entonces era posible mantener a los medios de comunicación social a prudencial distancia de la intimidad personal y familiar (repare usted que los paparazzis no surgen antes de los años 70), que había un cierto respeto por los familiares de la figura pública y que, lo más importante, la popularidad era un efecto de las habilidades extraordinarias de alguien: la belleza de la voz, de las facciones, del cuerpo, de sus habilidades escénicas o algún otro atributo excepcional).

En la actualidad, culpa a las redes sociales e internet, casi cualquiera puede ser popular, por las más impensables, anodinas o estúpidas de las razones. Y lo peor de todo, es que luego, para seguir manteniendo y gozando de esa cuota de popularidad le toca seguirse embarcarcando en las más disparatadas de las acciones. Un ejemplo de lo que es “tomar el rábano por las hojas”

Psicólogo/psicastrillo@gmail.com

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