En un meloso video que circula en las redes sociales de tiempo en tiempo, “La generación de oro” es uno de los títulos que le han dado, se enaltece a las generaciones que crecieron en los Años Cincuenta, Sesenta y Setenta del siglo pasado, por varias razones: se dice allí que esas generaciones fueron las últimas que crecieron escuchando, atendiendo y respetando a sus mayores; que jugaron con juguetes baratos y -muchas veces- elaborados por ellos mismos; que salían a jugar a la calle con los amigos temprano por la tarde y entraban a casa cuando los llamaban para cenar sin que eso causara preocupaciones a sus padres; que fueron crecidos en la responsabilidad, en la modestia y en el convencimiento de que el esfuerzo personal (allí incluyen la educación y el estudio) era la manera válida y segura de ascender en la escala social y labrarse una mejor posición económica; que crecieron con una música que era música, que no agredía, que tenía ritmo y melodía; que muchos se casaron para toda la vida con su primera pareja; que fueron los creadores e inventores de muchos de las avances tecnológicos que han convertido a las presentes generaciones en esas masas anónimas, manipulables e inertes, que a vertiginosa velocidad están destruyendo el mundo que tomó tantos años construir.
Evidentemente no dice el vídeo que quien lo haya hecho pertenece o perteneció a una de tales generaciones, que su memoria le hace el favor de resaltar todas las cosas buenas que tuvo y minimizar las malas que sufrió, y que, como dijo Machado y cantó Serrat, “al volver la vista atrás, se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar”, lo que la hace a esa senda más bella y entrañable.
Internet y las redes sociales –fenómeno que se ubica casi justo en el cambio de siglo- es el parteaguas principal entre las generaciones “de antes” y las “de después”. Los efectos de las redes sociales en la salud mental de la población, sobre todo la de los jóvenes y adolescentes que son los más impactados por este fenómeno está empezando a estudiarse científicamente desde distintas aristas. Algunas hipótesis se pueden formular desde lo que se vive en los ambientes educativos y las consultas en la clínica.
Llama poderosamente la atención que, en la actualidad, el lenguaje de los chicos y chicas divida casi de igual manera (independientemente de la institución a la que acudan o al nivel que estén cursando) a los grupos que se forman en los cursos escolares: “los nerds”, “los populares”, “los bullies”. Grupos siempre ha habido, antes eran “los estudiosos” (sin la carga peyorativa de los nerds), “los deportistas”, “las bonitas”, “las creídas”, etc. Y siempre los habrá, no es ese el punto.
La popularidad es algo que impacta por las consecuencias negativas que puede tener en los jóvenes y adolescentes que están en período de formación. Con el afán de conseguir o mantener un cierto nivel de popularidad, muchas chicas y chicos se involucran en actividades que rayan en la ilegalidad (o que lo son claramente); aceptan retos estúpidos que, por su afán de pertenecer a un grupo, los ponen en peligro o en ridículo; cometen la insensatez de subir fotos de sus cuerpos desnudos a las redes sociales; se filman en actividades que para las anteriores generaciones eran absolutamente íntimas. Hay que decir que también algunas personas adultas lo hacen, pero como decía la deslenguada amiga aquella: “los adultos pueden hacer de su c..o un candelabro si quieren, pero a los chicos hay que cuidarlos” (refiriéndose a aquella parte de nuestro cuerpo que nos queda atrás, empieza con “c”, termina con “o” y tiene el mismo número de letras pero no es el codo).
Aquellas generaciones doradas también gustaban de la popularidad y la buscaban, al igual que éstas. La diferencia es que entonces era posible mantener a los medios de comunicación social a prudencial distancia de la intimidad personal y familiar (repare usted que los paparazzis no surgen antes de los años 70), que había un cierto respeto por los familiares de la figura pública y que, lo más importante, la popularidad era un efecto de las habilidades extraordinarias de alguien: la belleza de la voz, de las facciones, del cuerpo, de sus habilidades escénicas o algún otro atributo excepcional).
En la actualidad, culpa a las redes sociales e internet, casi cualquiera puede ser popular, por las más impensables, anodinas o estúpidas de las razones. Y lo peor de todo, es que luego, para seguir manteniendo y gozando de esa cuota de popularidad le toca seguirse embarcarcando en las más disparatadas de las acciones. Un ejemplo de lo que es “tomar el rábano por las hojas”
Psicólogo/psicastrillo@gmail.com