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“Algorética”

La pregunta de fondo no debe ser qué se puede regular en Internet y hasta qué punto, sino si es posible aprovechar todas las oportunidades de la tecnología de las comunicaciones salvaguardando al mismo tiempo la dignidad humana y todo lo que ésta implica. Más aún: yendo a más, habría que pensar no solo en defender verdades tan importantes, sino en potenciarlas.

Por Carlos Mayora Re
Ingeniero @carlosmayorare

Hace años dirigía un trabajo académico que debía responder a la pregunta ¿en qué medida es la ética un obstáculo para la investigación científica? El alumno a quien estaba asesorando respondió afirmativamente en un primer borrador, pues -según su planteamiento- la ética impedía muchos tipos de investigación en los que, por ejemplo, estaban involucradas cuestiones ético-legales relacionadas con la manipulación genética y otros temas por el estilo.

Sin embargo, después de conversar y analizar lo que proponía, cambió su enfoque, al darse cuenta de que sin ética la verdad desaparecía del horizonte, y por lo tanto se diluía el objetivo mismo de las investigaciones científicas. Sin verdad, cualquiera podría publicar resultados engañosos, ocultar data, ignorar insumos que contradijeran su hipótesis, fingir escenarios… en una palabra: vaciar la ciencia de significado.

Me parece que algo similar está sucediendo a personas que piensan que sería ideal que la Internet careciera de regulaciones éticas, pues las consideran más un instrumento de contención que de orientación y guía.

La realidad es que la Internet, todas las interacciones que posibilita y los contenidos que pone a disposición, no puede estar dispensadas de tomar en cuenta aspectos tan importantes, como la dignidad humana, la justicia, la subsidiariedad o la solidaridad. Principios éticos imprescindibles para cualquier actividad humana.

No se trataría, sin más que se regule (o se oriente) la actividad desde los proveedores de servicio de Internet… eso sería -además de imposible- demasiado simplista; sino de que todos los que entran en relación con ella: empresas tecnológicas globales, gobiernos, organizaciones de investigación, dueños de redes sociales, y -por supuesto- los usuarios, fundamenten su hacer en principios éticos.

La pregunta de fondo no debe ser qué se puede regular en Internet y hasta qué punto, sino si es posible aprovechar todas las oportunidades de la tecnología de las comunicaciones salvaguardando al mismo tiempo la dignidad humana y todo lo que ésta implica. Más aún: yendo a más, habría que pensar no solo en defender verdades tan importantes, sino en potenciarlas.

Porque, en rigor, introducir y promover principios éticos significa construir una Inteligencia Artificial (software que posibilita los algoritmos) al servicio de la humanidad y no al revés, que es lo que sucedería si no se actúa.

Es lo que un experto señalaba recientemente: “El núcleo del debate en torno a la inteligencia artificial -es decir, lo que hace única y enormemente poderosa a esta tecnología específica- es su capacidad de actuar por sí misma: la IA adapta su comportamiento en función de la situación, analiza los efectos de sus acciones anteriores y trabaja de forma autónomas”. Es una herramienta, y como tal sujeta de ser utilizada de una u otra manera, éticamente hablando.

Es necesaria, a fin de lograr resultados de medida humana, una “algorética” o ética de los algoritmos como elemento imprescindible para utilizar la tecnología de la información y evitar totalitarismos informáticos, manipulación, manejo indebido de datos personales, invasión de la privacidad… etc. Tal como un libro reciente “El capitalismo de la vigilancia” muestra al desplegar la idea de cómo tienen un enorme poder sobre las vidas particulares, aquellos que poseen la ingente cantidad de datos recogidos y procesados por la IA, y los algoritmos que están en la base de esas tecnologías.

Una realidad que lleva a que unos pocos sepan todo de todos, y que nosotros ni siquiera sepamos qué saben ellos de nosotros.

La finalidad de dicha “algorética” sería, principalmente, la verificación competente y compartida de los procesos de recogida de información, y su utilización para beneficio de terceras personas y no solo de quienes tienen los datos, por parte de quienes diseñan y administran los algoritmos; pues a nuevas realidades (tecnología más y cada vez más abarcadora), la respuesta nunca puede ser la contención y prohibición -sería pretender poner puertas al campo- sino la actuación humana para lidiar justamente con relaciones humanas tecnológicamente mediadas.

Ingeniero/@carlosmayorare

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