Óscar Picardo publicó en este medio un artículo en que hacía un análisis de la excesiva digitalización de nuestra vida cotidiana y cómo la sobre exposición a medios digitales, especialmente las redes sociales están afectando el desarrollo cerebral de los jóvenes. Señalaba, además, que se están modelando expectativas de vidas contaminadas por los discursos de influencers y personajes que generan en los jóvenes ambiciones de éxito fácil, que al chocar con la realidad pueden tener efectos devastadores en la autoestima de sus víctimas. Muy rápidamente, Picardo también hace notar los beneficios que esta eclosión digital puede tener y que, lastimosamente no estamos aprovechando. No tengo nada que objetar a dichos planteamientos. “Como para quitarnos el sueño”, le respondí inmediatamente después de leerlo. Lo hice vía WhatsApp. Anoto el dato para mostrar hasta qué punto nuestra vida diaria está amarrada a dichos artilugios.
Debiéramos considerar que el fenómeno está condicionado por sesgos generacionales. Pertenezco a una generación a la que internet cogió ya madura. En algunos casos, el encuentro con lo digital fue complicado, y en ciertos casos traumatizante. Hubo que aprender a fuerza de necesidad y en ocasiones por cuestión de orgullo. Varias décadas después de ese encontronazo, lo digital nos acompaña en el día a día. La computadora, en sus múltiples variantes, es compañera inseparable en mi trabajo. En cierto momento mis estudiantes hasta le pusieron nombre. Por discutibles escrúpulos ideológicos, me resistí al teléfono celular; pero luego entendí que no tenía sentido ir a contra corriente. Eso sí, me cuido de no caer en las garras del consumismo. Nunca he usado lo que llaman “teléfono de alta gama”, y cambio el aparato cuando definitivamente no hay manera de rescatarlo. Donde vivo no hay internet residencial. La UES pasó casi cuatro años trabajando a distancia; yo sobreviví con la conexión de internet de mi celular. Incluso aumenté mi productividad, al no tener que gastar horas en el tráfico.
Más allá de la conectividad, los recursos informáticos facilitan el acceso a información de alta calidad. Hoy día, desde un simple teléfono celular, se puede tener acceso a las mejores bibliotecas y archivos del mundo, así como a bases de datos especializadas. La búsqueda en ficheros de cartón es una experiencia del pasado. Por otra parte, independientemente de la profesión que se ejerza, hay una abundante oferta de programas de computación que no solo facilitan el trabajo, sino que lo hacen más rápido y eficiente. Y en los últimos años, la irrupción vertiginosa de la inteligencia artificial abre otras posibilidades. Visto así, vivimos una época maravillosa. Estoy convencido de ello y hay abundante evidencia a favor de la tesis. ¿Dónde está el problema entonces?, ¿Por qué Picardo pinta un panorama tan desesperanzador?
Adelanto algunas ideas. En primer lugar, hay un problema de educación, tanto a nivel familiar como de sistema. Nuestros entornos familiares no son los más adecuados para generar hábitos educativos positivos. El nivel educativo promedio ronda el sétimo grado; antes de los celulares, ya los hogares estaban atosigados con la televisión y la radio. La práctica de la lectura no estaba arraigada, menos lo está ahora. Educar significa generar condiciones para pensar por cuenta propia, ponderando adecuadamente las alternativas de solución de cualquier problema y ser conscientes de que cualquier decisión tendrá una consecuencia. La evidencia disponible muestra que las decisiones de los mayores no han sido las mejores. Si no, veamos cómo está el país hoy día.
También debemos considerar el acceso a recursos digitales, más allá del correo electrónico y las redes sociales. Aunque la oferta es amplia y crece cada día, conocerla, discriminar y usarla provechosamente no está al alcance de todos. En este punto, lastimosamente, es la basura lo que primero aparece en las pantallas. Entramos al campo digital con un problema de educación, y eso condiciona el tipo de acceso a recursos que tendremos. Uno esperaría que esta desventaja fuera solventada por el sistema educativo y no siempre es así. La escuela tiene condicionamientos socioeconómicos que pueden ser determinantes. Posiblemente en los colegios privados de buen nivel, los estudiantes reciban una formación que les permite tener claros criterios de búsqueda, acceso y uso de los recursos digitales, pero esto cambia en el sector público. Hace unos años, el Ministerio de Educación dotó de computadoras portátiles y tabletas a los estudiantes de primaria y secundaria, una muy buena decisión, hay que reconocerlo. No hay evidencia que demuestre que esos aparatos estén incidiendo positivamente en la escuela. ¿Por qué razón? No se ha formado adecuadamente a los docentes. Se optó por cursos “enlatados” a distancia que se aprueban por asistencia y no por capacidades.
Y aquí entra un tema discutible y subjetivo, que no debiéramos obviar. Y es la disposición o resistencia de cada persona para enfrentar los cambios y asumir los retos que estos conllevan. Las instituciones pueden ofrecer posibilidades de formación y actualización, pero aprovecharlas y asumirlas como parte del trabajo depende de cada persona. Se supone que los docentes universitarios debiéramos estar relativamente actualizados en el uso de este tipo de recursos. Obviamente, cada disciplina tiende a priorizar unos más que otros en función de sus necesidades. Independientemente de ello, hay algunos que son de uso común. Pienso, por ejemplo, recursos bibliográficos. Hasta hace unos años, eran las bibliotecas las que mejor suplían las necesidades bibliográficas y por eso se insistía tanto en la necesidad de actualizar constantemente sus acervos. Sigue siendo válido. Sin embargo, las bases de datos y los portales digitales se han convertido en la mejor fuente de información. La Universidad de El Salvador tiene acceso a quince sitios excelentes, algunos de ellos especializados. Son recursos caros a los que se debiera sacar el mayor provecho. Y los primeros que debieran usarlos son los docentes, y no todos lo hacen. Si los docentes no los usan, ¿cómo van a estimular a los estudiantes para que lo hagan?
Relacionado con lo anterior: el uso de gestores bibliográficos automatizados para construir el aparato crítico de los trabajos académicos. Me apoyo en la IA que dice: “Un gestor bibliográfico es una herramienta de software que te permite recopilar, organizar, citar y compartir referencias bibliográficas. Esencialmente, es una base de datos personal donde puedes almacenar y gestionar toda la información de las fuentes que utilizas en tus trabajos académicos.” Sus principales ventajas son: “te permiten crear una biblioteca personal con todas tus referencias, organizadas por proyectos, temas o cualquier otro criterio que te resulte útil”. Además, “te permiten generar citas y bibliografías de forma automática en diferentes estilos de citación (APA, MLA, Chicago, etc.). Esto te ahorra tiempo y esfuerzo, y reduce el riesgo de errores en las citas.”
Cualquiera que haya escrito una tesis o publicado un libro o un artículo académico sabe lo complicado y tedioso que es hacer el aparato crítico “a mano”. Incluso conociendo bien el estilo de citación, los errores son inevitables. Un gestor bibliográfico comercial o de uso libre resuelve esos problemas. En mis seminarios, siempre enseño a mis estudiantes el uso de alguno. Al principio se resisten, pero una vez superan las resistencias iniciales se entusiasman con el programa. El argumento es sencillo: no gaste sus neuronas en al aparato crítico. Deje ese trabajo a la computadora; ella hará mejor. Usted dedíquese a las ideas. Paradójicamente, son los docentes los que más se resisten al cambio. Los argumentos sobran: que los estudiantes “deben saber hacerlo”, que no siempre tendrán una computadora o el programa a la mano, etc.
Le pedí a la IA que tratara de convencer a un docente universitario que se resiste al gestor bibliográfico; esto respondió: “Sé que al principio puede parecer un poco abrumador, pero le aseguro que, una vez que se acostumbre, se preguntará cómo pudo vivir sin él. Piense en ello como una inversión en su bienestar y en la calidad de su trabajo. Y si necesita ayuda, estoy aquí para lo que necesite. Podemos explorar juntos algunas opciones y encontrar el gestor bibliográfico que mejor se adapte a sus necesidades”. ¿No vivimos tiempos maravillosos?
Historiador, Universidad de El Salvador