Desde la modernidad, los cambios se han acelerado notablemente, lo que ha generado una confusión y una incertidumbre constante, impidiéndonos captar completamente lo que sucede a nuestro alrededor. Esta situación se ha intensificado por los avances tecnológicos, que han propulsado significativos cambios sociales y económicos. Un claro ejemplo de esto es la Inteligencia Artificial (IA), que, de ser un concepto desconocido para la mayoría, se ha convertido en parte de nuestro día a día, avanzando a una velocidad que dificulta nuestra comprensión sobre su verdadero alcance.
A medida que la IA se vuelve aparentemente más "inteligente", nos preguntamos sobre sus límites: ¿reemplazará nuestros trabajos? ¿influirá en la vida política? ¿tomará decisiones cruciales en nuestras vidas? O, incluso más importante, ¿tiene o desarrollará una conciencia propia? Este último interrogante es el foco de este artículo. Si bien no poseo la capacidad de predecir qué trabajos o actividades dominará la IA en el futuro, espero aportar algo de claridad sobre esta cuestión, que no gira en torno a los cambios cuantitativos en las capacidades de los programas, sino sobre qué significa ser verdaderamente inteligente o consciente.
Arthur C. Clarke afirmaba que "toda tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia". Aunque es una frase interesante, nadie consideraría (incluyendo a Clarke) que, por muy espectacular que sea un truco o dispositivo, este sea mágico en esencia, ya que comprendemos que se basa en tecnología y que lo mágico no es más que una ilusión. Sin embargo, algunossí llegan a creer que lo que simula conciencia es, de hecho, conciencia, o que una máquina o programa suficientemente avanzado posee verdadera inteligencia.
Según Edward Feser, una computadora puede procesar símbolos e información, pero las Inteligencias Artificiales carecen de verdadera comprensión e intencionalidad. Esto no parece ser una limitación temporal de la tecnología actual, sino una diferencia fundamental entre la "inteligencia" artificial y el intelecto humano. Las visiones materialistas o reduccionistas de la conciencia tienden a igualarla a los impulsos eléctricos (y redes neuronales) en nuestro cerebro y en este sentido suelen asimilarla a una computadora; sin embargo, estas perspectivas suelen fallar al explicar la complejidad del intelecto humano, como la intencionalidad, el conocimiento, el pensamiento abstracto, subjetividad y el razonamiento moral. Por ejemplo, la IA carece de experiencias subjetivas o "qualia". Cuando procesa sonidos, imágenes o estímulos, puede reconocer patrones y, por ejemplo, identificar correctamente un color, pero no experimenta el color de manera subjetiva como lo hacen los seres humanos.
Esta diferencia entre la simulación de una conciencia y una conciencia real se ilustra con el experimento mental de John Searle, conocido como "La Habitación China, donde una persona dentro de una habitación manipula símbolos mediante reglas, con una configuración, operación y conclusión. Imagine una persona encerrada en una habitación, sin conocimientos de chino, utiliza un manual en español para responder correctamente a textos en chino que le son enviados. Aunque desde el exterior parece entender chino, en realidad no comprende lo que están diciendo los textos. Searle utiliza esta analogía para explicar el funcionamiento de las computadoras en la IA: procesan datos y proporcionan respuestas correctas según un programa, pero sin "entender" realmente la información que manejan. La IA puede estar programada para imitar la toma de decisiones o el razonamiento lógico, pero esto representa solo una simulación basada en la entrada de datos y algoritmos preestablecidos, y no una verdadera comprensión o razonamiento autónomo.
Es crucial entender que, a pesar de los impresionantes avances, existe una frontera significativa entre la simulación de procesos mentales y la posesión de una verdadera conciencia. Mientras la Inteligencia Artificial puede avanzar hasta límites inimaginables, su esencia permanece anclada en la lógica binaria y los algoritmos, sin acceso a la experiencia que define nuestra conciencia, y mucho menos a la realidad inmaterial que define nuestro intelecto.