Donald Trump vuelve a la carga contra los inmigrantes. Lo hizo en la campaña presidencial de 2016 contra Hillary Clinton, puso en práctica severas políticas antiinmigrantes durante sus cuatro años de presidencia y ahora, como el favorito del partido republicano para ser el rival del presidente Joe Biden en las elecciones generales de noviembre, recrudece una retórica que demoniza a los migrantes que cruzan la frontera desde México.
Trump no es un estadista de ideas, ni siquiera de ideología, sino un gran oportunista que maneja los mensajes nacional populistas con el fin de avivar los temores más básicos de quienes culpan al otro (usualmente el extranjero, alguna minoría señalada) de los males que aquejan a la sociedad. Erre que erre con el mensaje de Make America Great Again, el ex presidente señala con el dedo al flujo de migrantes que cruza Centroamérica, atraviesa México y pide asilo en Estados Unidos, como principales responsables de una supuesta situación catastrófica que “envenena” la “sangre” de la nación y pone al borde de una “guerra” al país.
Si hace unos años calificó a los migrantes mexicanos de “criminales” y “violadores”, en su reciente visita a la localidad tejana de Eagle Pass mientras el presidente Biden hacía lo mismo en Brownsville, ciudad fronteriza en el valle del Río Grande, redobló los ataques contra los inmigrantes indocumentados. El republicano los ha equiparado a una suerte de fuerza invasora maligna que acabará con el supuesto tejido seráfico de los estadounidenses, y que la administración Biden deja actuar impunemente. Junto al gobernador de Texas, Gregg Abbott, quien favorece las milicias de “vigilantes” para dar caza a quienes cruzan la frontera, Trump sacó a colación el reciente asesinato en Athens, Georgia, de una estudiante de enfermería a manos de un inmigrante indocumentado de Venezuela que había cruzado la frontera en 2022. Sin duda, el crimen que cometió José Ibarra contra la joven Laken Riley es un acto terrible por el que este sujeto deberá pagar. Otra cosa bien distinta es usar tan lamentable suceso para propagar la imagen falsa de que a causa de los inmigrantes los índices de criminalidad en Estados Unidos se disparan. Nada más lejos de la verdad.
La mayoría de los estudios indica precisamente lo opuesto: los inmigrantes tienen menos probabilidades de cometer crímenes violentos que las personas nacidas en Estados Unidos. Según un trabajo publicado por la Academia Nacional de Ciencias a partir de datos del Departamento de Seguridad Pública de Texas entre 2012-2018, los ciudadanos estadounidenses tenían el doble de probabilidades de ser arrestados por crímenes violentos que los inmigrantes indocumentados. Por otra parte, Ran Abramitzky, economista de la universidad de Stanford, ha coescrito un trabajo de investigación en el que se concluye que, actualmente, los inmigrantes tienen un 30% menos de probabilidad de ser encarcelados que los estadounidenses blancos. Y cuando el análisis incluye a los afroamericanos –con mayor población carcelaria que la población general debido a un sistema judicial y penal históricamente desfavorable a este grupo– la probabilidad de que un inmigrante acabe en prisión es un 60% menos que las personas nacidas en el país.
Pero en una campaña electoral en la que los republicanos –azuzados por la presión y el poder de Trump– bloquean cualquier proyecto de ley bipartidista que mejore la seguridad en la frontera a la vez que se tengan en cuenta los derechos fundamentales de quienes aspiran a solicitar asilo, lo que conviene es agitar el mito de que la inmigración es sinónimo de criminalidad.
Una vez más, Donald Trump se asoma a la política como un espectáculo de “pan y circo” en la Antigua Roma. A fin de cuentas, su vocación es la de un emperador dispuesto a distraer a la población con infundios. Toca arrojar a los inmigrantes a los leones. Eso es lo que hay detrás de su performance. [©FIRMAS PRESS]
*Twitter: ginamontaner