Después de un aplastante triunfo en los caucus, Donald Trump ha cobrado impulso hacia su nominación a la presidencia. Un impulso que, sin duda, redoblará su discurso radical, sobre todo en lo que concierne a las políticas migratorias. Desde que en 2015 apareció y arrasó en la arena política, uno de sus leitmotiv más recurrentes ha sido el de la retórica anti inmigrante debido, en gran parte, a que la base del partido republicano ansía un hombre “fuerte” que acabe con lo que el ex presidente considera que erosiona el “tejido social” de Estados Unidos.
Sin ir más lejos, días antes de que dejara atrás como distantes rivales a Ron DeSantis y Nikki Haley, Trump añadía más animadversión al extendido prejuicio, al afirmar que los inmigrantes que cruzan la frontera sur con México “envenenan la sangre” de América. Su comentario destilaba ecos de los ponzoñosos escritos de Hitler (en concreto Mein Kampf) en lo relativo a la defensa de la “pureza aria” frente al supuesto elemento contaminante de los judíos. Sobra hablar del trágico desenlace en Europa que desataron las malignas ideas del gobernante alemán.
Ya en la campaña electoral de 2015 Trump sacó toda su artillería anti inmigrante, enfocada, principalmente, contra la inmigración mexicana, acusando a todos los migrantes indocumentados del país vecino de traer “drogas y crimen” y de ser “violadores”. Sus infundadas palabras, como el resto de su discurso populista, no le impidieron vencer en las urnas a la demócrata Hillary Clinton. No es menos cierto que a lo largo de sus cuatro años de mandato no pudo frenar completamente el tránsito por una frontera porosa; nunca acabó de construir el famoso muro infranqueable que había prometido que erigiría desde el minuto uno de su presidencia. En cuanto a sus draconianas políticas migratorias, convirtió en un embudo humano el otro lado de la frontera, con cientos de miles de inmigrantes que durante años vivieron hacinados en campamentos, porque el proceso de asilo que anteriores gobiernos republicanos y demócratas habían respetado quedó interrumpido. Fue parte del legado envenenado que heredó la administración de Joe Biden cuando éste venció a Trump en 2020.
Ahora el magnate neoyorkino aspira a ocupar la Casa Blanca nuevamente, espoleado por una derrota que hasta el día de hoy pretende disfrazar de “fraude electoral” para justificar su papel de instigador en la intentona golpista del 6 de enero de 2021. Lejos de suavizar su mensaje, lo endurece y sus partidarios lo aplauden sin cortapisas. En el caucus de Iowa los votantes republicanos manifestaron que sus principales preocupaciones son la economía y la inmigración. En esto último, piden y esperan “mano dura”. La mayoría coincide con su líder en que los inmigrantes “envenenan” la esencia del país, como si Estados Unidos estuviera formado por una población homogénea que desde tiempos inmemoriales estaban ahí, libres de los efectos “negativos” de cierta presencia extranjera. Según una encuesta encargada por CBS News y realizada por You Gov, casi la mitad de los estadounidenses está de acuerdo con esta aseveración; en particular, más de tres cuartos de los republicanos encuestados lo secunda; menos de la mitad de demócratas e independientes se muestra de acuerdo con esta afirmación diseminada por Trump.
A pesar de que su propia madre, Mary Trump, emigró de Escocia en 1930 huyendo de la pobreza y la hambruna y pudo asentarse en Estados Unidos gracias a la reclamación familiar de sus hermanas (también inmigrantes por motivos económicos), el ex mandatario arremete contra los inmigrantes, pero no todos: se refiere a los que cruzan la “frontera Sur”, porque tiene en mente a los que provienen de países latinoamericanos, no a los más “blancos” que podrían, como fue el caso de su madre y de al menos dos de sus esposas, llegar de Europa. Para él lo “ario” es lo supuestamente puro y los que repiten su dañino discurso parecen olvidar que de alguna parte llegaron sus antecesores, salvo que se tratara de los indios nativos que habitaban las praderas de la nación antes de la invasiva presencia foránea.
Lo paradójico es que hay estadounidenses cuyo origen está ligado a estas oleadas migratorias de América Latina, que también suscriben la descabellada y nociva idea de que hay inmigrantes que “envenenan” la sangre de la nación. Debe ser el síndrome del converso, incapaz de recordar la sangre, sudor y lágrimas que les costó a los que llegaron antes para que ellos tuvieran una vida mejor. Esa es la sangre que Trump y sus incondicionales nunca mencionan porque no les conviene. [©FIRMAS PRESS]
*Twitter: ginamontaner