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Héctor Lindo: Conmemoraciones democráticas y autoritarias del 15 de septiembre

Propongo que este 15 de septiembre reafirmemos nuestro compromiso con los principios con los que comenzamos nuestra vida independiente y que tantas veces ha traicionado nuestra clase política. Reconozcamos los estragos que ha infligido a nuestra nación lo que Jacinto Castellanos denominaba “la soberanía de la fuerza,” que nos transforma en súbditos dóciles. Es momento de superar las detestables divisiones y abrazar el respeto mutuo, la participación política, así como las aportaciones culturales y económicas de todos los segmentos de la sociedad.

Por Héctor Lindo |

Nuestra forma de celebrar el Día de la Independencia dice mucho sobre cómo relacionamos nuestro presente con la historia de la nación. Luego de 1821, las festividades del 15 de septiembre a menudo terminaban con discursos que reflexionaban sobre los eventos del pasado y su conexión con la realidad del país. Los oradores reconocían diversos problemas, pero manifestaban confianza en que la población salvadoreña podría superar las dificultades si se le daba la oportunidad de participar en la creación del futuro. Más tarde, en el siglo XX, las celebraciones patrias se utilizaron para exaltar al gobernante autoritario de la época, a quien se le atribuían habilidades excepcionales para guiar al país. El ceremonial oficial situaba a la ciudadanía en una posición de sumisión, se le asignaba el rol de seguir a un líder que tomaba decisiones unilateralmente.

Desde mi perspectiva, uno de los discursos del 15 de septiembre más fascinantes fue el ofrecido veinticinco años después de 1821 por un político de 31 años llamado Francisco Dueñas. Pese a su juventud, Dueñas había alcanzado el puesto de ministro general del Gobierno, algo que habría sido imposible bajo la dominación española. En su discurso, abordaba los derechos humanos, señalando que durante la era colonial las “leyes restrictivas de los derechos del hombre oprimían al americano industrioso y frenaban su progreso”. Dados sus modestos orígenes y la época en que nació, la democracia, el acceso a la educación, el ascenso social y el derecho a la participación política le resultaban novedosos. Dueñas, que tenía diez años de edad en 1821, sabía por experiencia propia que “por la independencia nos pusimos en capacidad de instruirnos en todas las ciencias y artes y de aproximarnos a la perfecta habilidad del entendimiento humano con el desarrollo de nuestras facultades intelectuales; por la independencia y la democracia vemos salir hoy de las masas populares los generales, los ministros, los presidentes, los obispos, los sacerdotes, los médicos y los abogados; mientras que sin ella todo teníamos que esperarlo de nuestros opresores”. Sabía que quedaba mucho por hacer, sus palabras las pronunciaba en tiempos convulsos, pero creía que era importante conocer la historia pues había que aprender de los fracasos; “… debe consolarnos la idea”, decía, “de que aún nuestros mismos errores nos instruyen cada día en las verdades que deben conducirnos a la felicidad”, y abogaba por “sostener los derechos de la sociedad entera”.

Treinta años más tarde tocó a Jacinto Castellanos, otro político joven de origen modesto (Eulogia, su madre, era analfabeta), pronunciar las palabras de ocasión. En línea con el espíritu democrático de Dueñas, habló de la importancia de la igualdad y la participación generalizada, afirmando que “las odiosas distinciones de amos y siervos, nobles y plebeyos desaparecieron para siempre; ahora no hay más que ciudadanos libres e iguales ante la ley”. Además, destacó la importancia del imperio de la ley. En su discurso estableció una distinción clara entre “la soberanía del derecho” y “la soberanía de la fuerza”. Decía que la primera estaba “representada por el pueblo”, mientras que la segunda caracterizaba a “los Reyes y su oligarquía”.  

El discurso oficial durante el mandato de Maximiliano Hernández Martínez era notablemente diferente. Este presidente había dejado de lado la "soberanía del derecho" y la igualdad ante la ley, manifestando en varias ocasiones su preferencia por "la soberanía de la fuerza". Esto quedó evidenciado con la masacre de 1932 y la ejecución sumaria de miles de personas, así como con la supresión de voces opositoras y la marginación de grupos significativos de la población salvadoreña, principalmente los indígenas, a lo largo de su presidencia.

Durante su gobierno, el día de la patria se celebraba siguiendo prácticas propias de gobiernos autoritarios. Entre ellas, se resaltaban sus logros, una estrategia llamada en ciencias políticas “legitimidad de desempeño” (performance legitimacy), que legitima a estos gobiernos destacando la seguridad y las obras públicas. Los periódicos publicaban listas de escuelas, caminos y parques inaugurados, relacionándolos con el gobernante. Las autoridades repetían constantemente la amenaza del "peligro comunista", aunque era mínimo. Otros elementos eran desfiles militares con vistosos uniformes y expresiones patrióticas sin contenido real. Lo más característico de los regímenes dictatoriales era la exaltación de la personalidad (como en Ciudad Trujillo en República Dominicana). En 1937, cuando el presidente Martínez se preparaba para la reelección, los diputados de su partido, Pro Patria, le otorgaron un diploma con motivo del Día de la Independencia. En el documento, declaraban que “cuando surgen líderes con la talla moral del actual mandatario, merecen la gratitud y admiración del país,” y lo nombraron “Benefactor de la Patria.”

El contraste con las celebraciones del siglo XIX es notable. Francisco Dueñas y Jacinto Castellanos reflexionaban sobre los errores del pasado. Tenían como marco de referencia al pueblo salvadoreño. Lamentaban períodos en que solamente las personas privilegiadas tenían posibilidades educativas, de ascenso social, y de protección del sistema legal. Habían experimentado en carne propia que cuando se abren las oportunidades la población de El Salvador tiene mucho que contribuir y puede salir adelante. Su visión de futuro incluía la participación ciudadana y el Estado de derecho. En cambio, en el régimen del dictador el punto de referencia era el líder. El aparato propagandístico del Gobierno glorificaba sus acciones y la única lógica que imperaba era la del poder ejercido de manera vertical. Los regímenes autoritarios se fundamentan en la idea de que todo lo positivo proviene exclusivamente de sus líderes, sin confiar en la ciudadanía, y menospreciando la capacidad de las personas comunes para aportar ideas. Se les niega la posibilidad de superarse en un ambiente de libertad y oportunidades. La perspectiva desde las alturas impide ver las necesidades que se tiene cuando se vive en la llanura: la pobreza, la vejez desprotegida, las escuelas sin recursos, las enfermedades desatendidas, la vulnerabilidad ante los caprichos de la naturaleza.

Las palabras del joven Francisco Dueñas resultan sorprendentes y no concuerdan con la imagen que tenemos de él. Su caso da mucho que pensar, hasta se podría considerar paradigmático de la evolución del liderazgo salvadoreño. Al pasar los años abandonó sus ideales, se intoxicó con el poder al llegar a presidente, cambió la Constitución para reelegirse y se enriqueció al grado de que llegó a ser uno de los cafetaleros más importantes de El Salvador. Al igual que él, numerosos dirigentes en los siglos XIX y XX expresaron ideales que traicionaron al llegar al poder. La igualdad fue ilusoria para mujeres, indígenas y personas pobres, quienes enfrentaban obstáculos. El caso de Dueñas refleja el peligro de confiar nuestro futuro a personalidades en lugar de principios.

Propongo que este 15 de septiembre reafirmemos nuestro compromiso con los principios con los que comenzamos nuestra vida independiente y que tantas veces ha traicionado nuestra clase política. Reconozcamos los estragos que ha infligido a nuestra nación lo que Jacinto Castellanos denominaba “la soberanía de la fuerza,” que nos transforma en súbditos dóciles. Es momento de superar las detestables divisiones y abrazar el respeto mutuo, la participación política, así como las aportaciones culturales y económicas de todos los segmentos de la sociedad. Comprometámonos con la confianza en las capacidades de la población salvadoreña y con "la soberanía del derecho", lo que significa respeto a la Constitución y a los principios en los que se basa: separación de poderes para que el sistema de contrapesos evite abusos de poder y arbitrariedades, derechos humanos, respeto al debido proceso, libertades individuales como la libertad de expresión, transparencia en la gestión pública, rendición de cuentas y no reelección.

Escritor e historiador.

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