Al hablar de la Independencia de Centroamérica es común que se considere la influencia de factores externos. Esto lo aprendí en tercer ciclo de educación básica. Los profesores nos hablaban de la independencia de México (la Nueva España, para ser más exactos), la invasión francesa a España y la independencia de las Trece Colonias (Estados Unidos de América). De la Nueva España nos llegó la "invitación" a declarar la independencia, Bonaparte debilitó a la monarquía hispánica y del norte nos llegaron las ideas libertarias y el republicanismo que más retomaríamos. En el marco de la "semana cívica", ese argumento básico era aderezado con anécdotas y ejemplos, según el conocimiento y entusiasmo de cada profesor.
La influencia de lo acontecido en México es más que evidente. Se nota al leer los primeros párrafos del Acta de Independencia del 15 de septiembre de 1821. Se consigna haber recibido comunicaciones de Ciudad Real, Comitán y Tuxtla, en que "comunican haber proclamado y jurado dicha independencia, y excitan a que se haga lo mismo en esta ciudad"; luego vienen las consideraciones de que es mejor declarar la independencia "para prevenir las consecuencias que serían terribles, en el caso de que la proclamase de hecho el mismo pueblo". Expresión usada de los críticos del proceso para demostrar que las élites criollas maniobraron para no perder sus privilegios con la ruptura del antiguo régimen. El primero en plantear ese problema fue Alejandro Dagoberto Marroquín en su "Interpretación sociológica de la independencia" (1964).
Las implicaciones de la invasión francesa a la península en 1808 son más complejas. Al menos en un primer momento, en lugar de debilitar los vínculos de los dominios americanos con la monarquía, los fortaleció. Abundaron las reafirmaciones de fidelidad al rey, no solo discursivas sino en contribuciones económicas para luchar contra el invasor. Esa tendencia se mantuvo en el proceso de convocatoria a Cortes, pero comenzó a generar problemas cuando se discutió la representación que correspondía a los diferentes reinos. Los españoles cayeron en la cuenta de que si la representación era proporcional a la población, los dominios americanos tendrían mayoría y eso no les convenía.
Los "españoles americanos" se dieron cuenta de que no eran iguales a los peninsulares, las consecuencias de ese desencanto se hicieron sentir pronto, como bien demostró François Xavier Guerra en sus trabajos. Esa brecha se ensanchó hasta terminar en las independencias. El proceso gaditano legó la constitución de Cádiz (1812), que estaba vigente cuando se declaró independencia del reino de Guatemala y cuya impronta es notable en nuestras primeras constituciones.
Mucho más complicado es el tema de la independencia de las Trece Colonias. La experiencia colonial en los dominios hispanos e ingleses fue muy diferente y marcó definitivamente los procesos independentistas y la conformación de los nuevos estados. La española estuvo marcada por las expediciones militares con visos de cruzada; la inglesa parecía más una emigración en búsqueda de libertad y oportunidades de vida. La española era católica y militante; la inglesa, protestante y con cierto grado de tolerancia. Los hidalgos españoles veían en busca de fama y fortuna; los puritanos en busca de trabajo y libertad. De ningún modo excluían la posibilidad de enriquecerse, pero más bien como producto del trabajo y la austeridad. Aquí encajan bien las reflexiones de Max Weber sobre la ética protestante y el espíritu del capitalismo.
Una vez pasados los avatares de la conquista y enfrentando el colapso demográfico indígena, la monarquía española entró de lleno al control y la administración de sus dominios americanos, empresa compleja y muy bien llevada, si consideramos las limitaciones técnicas y de comunicaciones de la época. Tal cosa no aconteció en las trece colonias; desde un inicio los colonos tuvieron considerables márgenes de autonomía y se implantó una progresiva tendencia al autogobierno a través de las asambleas. La metrópoli intentó un mejor control de las colonias después de la Guerra de los Siete Años contra Francia (1756-1763), fortaleciendo a los gobernadores y el sistema impositivo, lo cual generó un fuerte rechazo en las colonias.
Esas disputas provocaron una escalada de tensiones y conflictos hasta llegar a la declaración de independencia el 4 de julio de 1776, que implicó una guerra que se prolongaría hasta 1783.
Las luchas de independencia obligaron a la unión de trece colonias muy diversas. Desunidas no hubieran triunfado y para mantenerse libres debían permanecer unidas. Es muy revelador que sea en la Declaración de Independencia que por primera vez se hable de los "Estados Unidos de América". Sin embargo, la nominación esconde un problema clave, ¿de qué manera se gestionará la unión de los Estados? Poco se conoce, pero la primera forma de gobierno fue confederal y pronto mostró serios problemas, principalmente en lo referente al poder ejecutivo y al ejército y a las relaciones de estos con los Estados que se asumían soberanos. Ese problema está en la base de los debates contenidos en "El federalista" (1787), en el marco de la elaboración de la constitución federal en 1787, ratificada en 1789. "El federalista" es obra de referencia en el pensamiento político y constitucional estadounidense y respondía a las dudas de varios Estados sobre la Federación. El número 4 lo deja bien claro: "Dejad América dividida en trece o, si queréis, en tres o cuatro gobiernos independientes – ¿qué ejércitos podrían organizar y pagar? – ¿qué armadas podrían llegar a tener? Si uno fuera atacado, ¿correrían los otros a su socorro y dedicarían su sangre y su dinero en su defensa? ¿No correrían el riesgo de ser seducidos a permanecer neutrales mediante sus falsas promesas o embaucados por un desmesurado afecto por la paz? Al final de impuso el federalismo, pero las diferencias subsistieron, como lo probó el estallido de la guerra civil (1861-1865).
Que la independencia estadounidense y el federalismo influyeron la modelación del sistema político centroamericano parece fuera de discusión. ¿Hasta qué punto se les conocía o tenía Centroamérica las condiciones para retomarlos?, da lugar a muchas dudas. Adolfo Bonilla sostiene que ni los que elaboraron el "Proyecto de bases constitucionales" (1823), ni los constituyentes conocían a fondo el federalismo estadounidense. Esto lo demostró el marqués Juan José de Aycinena que, exiliado en Estados Unidos en 1832, se dedicó a estudiarlo, producto de lo cual escribió tres artículos que más tarde fueron conocidos como "El toro amarillo".
Los principales problemas eran que el ejecutivo y el ejército federal eran débiles en relación a sus contrapartes nacionales; también carecían de recursos económicos porque la fiscalidad dependía de los estados. Además, introdujeron el senado, una especie de cuarto poder que distorsionaba el equilibrio de poderes. Por el contrario, al federalismo estadounidense dio mucho poder al ejecutivo y al ejército porque debía lidiar con poderes estatales y no con ciudadanos.
Las debilidades del federalismo centroamericano se notaron pronto y fueron una de las causas de las guerras federales. Muy temprano, mentes brillantes como Juan José de Aycinena, José Cecilio del Valle y Pedro Molina pugnaron por reformar la constitución, pero no hubo consenso y las disputas continuaron hasta llegar al colapso federal en 1839.
El federalismo estadounidense no era perfecto, pero las "enmiendas constitucionales" permitieron procesar políticamente las diferencias. No obstante, la Guerra Civil fue en cierta medida consecuencia de problemas que no se habían superado. Aparte del problema de la esclavitud y las diferencias de las dinámicas económicas del norte y el sur, la secesión de los Estado Sureños fue un reto al ejecutivo federal. Abraham Lincoln lo entendió así cuando afirmó que la separación era "legalmente nula"; como no hubo retractación la guerra fue inevitable. Pero a diferencia del caso centroamericano, la unidad se afianzó y fue determinante para la paulatina expansión hacia el oeste y el crecimiento de la economía estadounidense.
En Centroamérica, el resultado fue cinco estados liliputienses incapaces de sostener sus soberanías como lo probó a mediados de siglo el filibustero William Walker, pero que terminaron consolidándose a finales del XIX, sin superar sus debilidades de origen.
Historiador, Universidad de El Salvador