Pocas veces en la vida se tiene la bendición y el privilegio de conocer, trabajar y aprender de personas extraordinarias.
Conocí a Bobby como una figura pública, pues lo mencionaban en noticias empresariales, sociales y políticas. Recuerdo que varias personas querían que fuera presidente de la República y sabía que él era parte no solo del liderazgo empresarial salvadoreño, sino del liderazgo social y empresarial latinoamericano.
A mediados del 2013, después de haber tenido a mi primer hijo y tras la pérdida de otro, deseaba encontrar un trabajo retador, exigente, inspirador, que generara impacto pero que también me brindara la flexibilidad de trabajar a medio tiempo para poder estar con mi hijo, en esos años tempranos que son tan esenciales para su desarrollo socioemocional. En aquel entonces era difícil encontrar la combinación que deseaba, pero empecé a buscar trabajo.
Por cosas del destino, Bobby estaba recién nombrado presidente de la Fundación Rafael Meza Ayau (FRMA), tras una trayectoria de más de treinta años liderando el Grupo Agrisal. Me enteré de que justo en aquel momento estaba buscando a alguien que le ayudara a ejecutar su visión y la de la nueva junta directiva de la Fundación.
Acudí a la entrevista francamente sin ninguna expectativa y salí de ella con tanta inspiración. Al conocerlo, se sentía su presencia, pero al mismo tiempo su humildad y empatía. Conversamos por una hora y me compartió —como lo hizo los años siguientes— su visión para la Fundación. Bobby te hacía sentir que eras parte de una gran misión y que tenías todo el potencial para lograrlo. Él lograba inspirar y motivar con pequeñas conversaciones y relatos de sus experiencias. Cada vez que nos reuníamos, utilizaba historias interesantes para ejemplificar sus ideas.
Su inspiración constante y su sentido de responsabilidad social emanaban del recuerdo de su abuelo, don Rafael Meza Ayau, y no perdía oportunidad para compartir sobre él y su tío Lito. Siempre quiso honrar el legado de sus predecesores y empaparnos con el ejemplo de su filantropía a todos los que interactuáramos en la Fundación.
Fueron casi diez años los que tuve la dicha de trabajar con Bobby. En ese tiempo, con su visión, la guía de la junta directiva y un equipo extraordinario, logramos aumentar sensiblemente el impacto de la Fundación en nuestro país.
Es increíble cómo pasa el tiempo y cómo recordamos a las personas por la huella que dejan. La huella de Bobby en mi vida es grandísima pues él fue mi mentor y agradezco a Dios haberlo puesto en mi camino.
Bobby me enseñó que lo más valioso en una organización es su gente. Que es incorrecto pensar que lo laboral se tiene que separar de lo personal, pues lo personal es lo más importante para un ser humano.
Bobby me enseñó que hay que pensar en grande para lograr impacto. Yo siempre le decía: “Bobby, usted piensa a nivel de país”. Él sonreía porque sabía que era verdad, pero igual sabía que podía lograrlo.
Me enseñó que hay que mantenerse en constante aprendizaje. A pesar de que era una persona mayor, siempre me impresionó su pensamiento y sus ideas, las cuales estaban más a la vanguardia que la de muchas personas más jóvenes. Su mente siempre fue brillante.
Bobby me enseñó que las relaciones son una de las cosas más importantes en la vida. Él se mantenía en contacto con presidentes de varios países, directivos de universidades prestigiosas como Harvard, grupos élites de líderes latinoamericanos. Conservaba fuertísimos lazos con la comunidad salesiana, representantes de diferentes grupos políticos, exempleados de La Constancia y de Agrisal, becarios personales, así como con personas sencillas que de repente le escribían o me escribían a mi relatando algún gesto generoso o inspirador de cómo él había marcado sus vidas.
Era usual recibir por lo menos una vez al mes una llamada o una carta expresando agradecimientos a Bobby. A todos por igual, sin importar su posición social, los recibía con una sonrisa, un saludo amable y los escuchaba atentamente.
Bobby me enseñó que las mujeres con esposo e hijos pueden trabajar en puestos de liderazgo y cumplir sus metas personales y profesionales. Saliendo de la entrevista, no podía creer que me estaba ofreciendo un trabajo a medio tiempo, con flexibilidad, justamente remunerado, con beneficios y, lo mejor de todo, con plena confianza en mi desempeño.
Me decía: “Carlita, este trabajo a medio tiempo como que cada año se vuelve tiempo completo”. Y sonreía como pensando qué pena, eso no fue lo que pactamos. Y yo le contestaba: “Amo mi trabajo y soy feliz con la flexibilidad que me brinda para estar con mi familia”. Si era necesario, trabajaba en horarios extraordinarios pues mi compromiso con la Fundación y con la flexibilidad que Bobby me brindaba no tenía precio ni horario. Eso hacía que yo quisiera dar más y más.
Me enseñó que solos no podemos lograr mucho y por eso es tan importante identificar líderes que estén realizando obras increíbles y potenciarlos. Es así como tuvimos la dicha de conocer y trabajar con líderes extraordinarios como la Dra. Dinora de Viana, directora del Hospital San Juan de Dios de Santa Ana, el padre Jaime Paredes, de la Parroquia Cristo Redentor, y el padre Cafarelli, salesiano de la Universidad Don Bosco, entre otras muchas personas especiales que no alcanzaría a nombrar.
Gracias, Bobby, por su ejemplo, por su amor hacia los más humildes. Estoy segura de que nuestro Señor lo ha recibido como a un hijo fiel, porque en vida dio de comer al hambriento, vistió al desnudo, curó al enfermo y veló por los más desprotegidos de su país, al que tanto amó.
Directora Ejecutiva de la Fundación Rafael Meza Ayau.