Las personas tienen ciertos parecidos con los partidos políticos. Algunas dejan una huella muy profunda, otras son intrascendentes, y de otras queda el mal recuerdo. Hay personas que rigen su vida por sólidos valores y principios; en los partidos políticos ese papel lo cumplen el pensamiento político y la ideología. Al menos así era. Un partido con una ideología bien definida podía ser dogmático y de difícil trato, pero al menos era confiable y predecible. Pero desde hace un tiempo valores e ideología han venido a menos. Hoy nos encontramos partidos y políticos sin valores y sin ideología, para quienes solo valen los resultados, y no se preocupan por los medios para lograrlos.
En instituciones políticas y personas, puede rastrearse la juventud, el desarrollo, la decadencia y en ciertos casos la desaparición. Sin embargo, en el caso de las primeras, es más fácil registrar su nacimiento que no su defunción. Pienso, por ejemplo, en el Bloque Popular Revolucionario (BPR), el aguerrido frente de masas de las Fuerzas Populares de Liberación (FPL), se dice que fue fundado en agosto de 1975; por cinco años fue actor de primera línea de la movilización social en El Salvador. Sin embargo, no hay manera de datar su desaparición. A inicios de la década de 1980, se fue disolviendo en la medida en que sus líderes y militantes se incorporaron a otras tareas revolucionarias.
En otros casos, sí es posible consignar la fecha de fundación y de desaparición; el Partido Comunista de El Salvador fue creado el 30 de marzo de 1930, y disuelto el 5 de agosto de 1995. Pero esa disolución fue una formalidad, en la práctica la estructura política siguió funcionando hasta copar la dirección del FMLN en la década siguiente, en alianza con lo que quedaba de las FPL. El FMLN histórico, se fundó como una alianza de cinco organizaciones político militares, el 10 de octubre de 1980, y se constituyó como partido político legalizado el uno de septiembre de 1992, en el marco de los acuerdos de paz.
En el caso de las personas, el nacimiento es intrascendente, aunque los biógrafos acostumbren darle tono de gran hecho. Cuando una persona nace, no hay manera de saber qué hará en la vida; ese significado vendrá a posteriori. Igual pasa con los partidos; por ejemplo, en 1994, cuando se dio la primera ruptura post acuerdos de paz en el seno del FMLN, Joaquín Villalobos y otros disidentes fundaron el Partido Demócrata, totalmente insignificante y que murió sin pena ni gloria en 1999.
Hay políticos que dejan huella, al grado que su figura se agranda después de muertos. Tal es el caso de Schafik Jorge Handal, fallecido en enero de 2006. Sus funerales se prolongaron por varios días, durante los cuales miles de salvadoreños le presentaron sus respetos. En los años siguientes, el FMLN trabajó intensamente para convertir a Handal en su referente identitario y pretendió perpetuar su memoria con diversos recursos, entre los que destacan su mausoleo en el cementerio de los Ilustres y un monumento al norte de San Salvador. Mientras el FMLN fue fuerte, el culto a Handal se mantuvo. Una vez el partido cayó, la figura de Handal perdió esplendor inmerecidamente, ya que su pensamiento y obra trasciende al partido.
Ahora bien, tanto las personas como los partidos decaen y envejecen; a veces como obra del tiempo, otras a causa de errores cometidos. Hay casos extremos en que cuando una persona ya no se siente a gusto con la vida opta por el suicidio, incluso en países más civilizados existe la posibilidad de la eutanasia, que da la posibilidad de una muerte asistida y digna, cuando la vida se vuelve insoportable. Ni el suicidio ni la eutanasia proceden en el caso de los partidos políticos, lastimosamente.
Independientemente de las circunstancias, una persona morirá tarde o temprano. No pasa así con los partidos políticos, al menos no siempre. Hay algunos que perviven cual muertos vivientes; con los años perdieron todo lo que valía la pena, pero hay políticos que se encargan de mantenerlos para parasitar su legado. El Partido de Conciliación Nacional y el Partido Demócrata Cristiano fueron los grandes protagonistas de la política nacional en la década de 1960; a ellos se debe buena parte de la modernización de la política nacional. Subsisten, pero no son ni la sombra de lo que fueron. Aprendieron a parasitar la política recurriendo al argumento de que le dan gobernabilidad al partido en el gobierno; logran un diputado, obtienen una alcaldía, pero son absolutamente intrascendentes.
El FMLN es otro partido decadente, y su decadencia es más trágica en tanto que ningún otro tiene un legado histórico tan vasto y significativo. Quizá ARENA podría reclamarlo, pero con significados diferentes. El Frente subsume las aspiraciones más sentidas de muchos sectores sociales, y sobre todo el compromiso más radical de miles de hombres y mujeres que sacrificaron sus vidas en aras de su bandera. El rojo de esa bandera es real. Desde su legalización, el FMLN ha participado en todos los procesos electorales y fue ganando alcaldías, diputaciones, hasta lograr la presidencia en dos periodos. Hoy está reducido al mínimo. Por primera vez no tendrá diputados ni alcaldes. Electoralmente no se puede estar peor. Decir que es la segunda fuerza política, como lo hacen algunos dirigentes, es engañarse.
Desde las pugnas internas de la década de 1990, hubo una lucha por definir que facción se quedaba con la marca FMLN. Disidentes, expulsados, marginados, ninguno pudo hacerse de ella. Al final la facción ortodoxa, en aquel entonces PCS y FPL se la apropiaron. Con mucho orgullo decían que el Frente unificado, depurado más bien, había logrado al fin la presidencia. Al parecer, todo se reducía a ello, no daban para más. ¿Qué puede decirle hoy la dirigencia del FMLN a sus militantes? Y pienso en las dos dirigencias, la legal y la que lo maneja tras bambalinas. Más bajo no se puede caer.
El FMLN nunca fue fuerte en Santiago Texacuangos, hoy menos. Aun así, en medio de la lipidia de la pasada campaña, llegó un señor a dar su aporte al partido. Dio 40 dólares y se disculpó por no poder dar más, “la vida está difícil” dijo. Ese campesino merece un partido mejor. Y no hay manera de que este lo sea. Y es una lástima, porque toda sociedad necesita un partido de izquierda que recoja las aspiraciones del pueblo y que se haga cargo de los agravios históricamente acumulados.
Historiador, Universidad de El Salvador