Comencemos proponiendo que una sociedad moderna tiene una escala de valores respecto las diferentes disciplinas. Digamos que apostando al desarrollo y al bienestar un orden de importancia construido con sentido pragmático sería este: ingenierías, medicina, educación. Pues sí, no es posible pensar en construcción de infraestructura, generación de energía o desarrollo de software sin ingenieros competentes. Tampoco tiene sentido, pensar en una población saludable, en combate de epidemias sin médicos. Pero resulta que, ingenieros y médicos, antes de llegar a la Universidad e incluso en ella, han sido formados, al menos durante buena parte de su infancia y juventud, por profesores; es decir, educadores. El orden planteado al principio, puede ser cuestionable. En esa lógica alguien podría argüir: antes de apostar a las ingenierías y la medicina, debemos dar prioridad a la educación. El punto es que no lo hemos hecho. Basta revisar rápidamente la historia del país, los proyectos de educación y la asignación de recursos. Siempre ha habido consenso sobre la importancia de la educación, pero no hemos actuado consecuentemente.
Así las cosas, ¿Qué importancia debieran tener las humanidades para El Salvador del siglo XXI?, ¿Por qué cultivarlas si, a decir verdad, tienen poca aplicación práctica? Para empezar, hay un problema de definición, ¿Qué son las humanidades? Una definición básica diría que las humanidades son el conjunto de disciplinas académicas que estudian la condición humana, utilizando métodos que son principalmente analíticos, críticos o especulativos. Conjunto de disciplinas; es decir, no podemos encontrar las humanidades en singular, sino como agrupamiento, como conjunto. Y en tal condición serían importantes porque: Al exponer a los individuos a una variedad de textos, ideas y perspectivas, las humanidades les enseñan a analizar información de manera crítica, a evaluar argumentos y a formar sus propias conclusiones; es decir, generan pensamiento crítico.
A través de la literatura, la historia y los estudios culturales conocemos las experiencias, valores y creencias de diferentes culturas y épocas. Esto fomenta la empatía, la tolerancia y una comprensión más profunda de la diversidad humana. La disposición a considerar y debatir implica necesariamente habilidades de análisis textual, argumentación, redacción y expresión oral. No es poca cosa, especialmente en estos días cuando se trata de imponer discursos autoritarios, sobre simplificados e intolerantes. En las redes sociales pululan “contenidos” repletos de superficialidades, mal gusto y pésima redacción o elocución que evidencian que sus generadores tienen mínima o nula formación humanística. Entonces el problema no es la “utilidad” de las humanidades; bien trabajadas, sirven y mucho. Sin embargo, en el país tuvieron dificultades para implantarse y hacerse un espacio en el medio universitario, y aunque en la actualidad pareciera que tienen un espacio institucional garantizado, no gozan de la mejor opinión, ni están dando a la sociedad lo mejor de ellas.
La Facultad de Humanidades fue creada en 1948 como parte de un esfuerzo a nivel centroamericano por reintroducir el humanismo en las universidades; particular importancia tuvo en el proceso la red de intelectuales salvadoreños y guatemaltecos, entre quienes destacaban Juan José Arévalo y Carlos Llerena. Precisamente, bajo el liderazgo del Dr. Carlos Llerena, de ascendencia guatemalteca se realizó el Primer Congreso Universitario Centroamericano que marcó un giro importante en la concepción de universidad en Centroamérica. Este proceso universitario coincidió con la apertura progresista derivada de la caída de la dictadura martinista, la cual se amplió con la “revolución del 48” que, un par de años después, daría una constitución que rompió con la tradición de Estado liberal y que dio rango constitucional a la autonomía de la Universidad de El Salvador.
El Primer Congreso Universitario Centroamericano, realizado en San Salvador en 1948 fue un semillero de ideas y proyectos que marcaron una época en la educación superior regional. Las actas del congreso dejan ver cómo las autoridades universitarias percibían que el contexto de modernización y apertura democrática no solo les daba una oportunidad de remozamiento, sino les imponía un reto que, efectivamente asumieron. La declaración de San Salvador, 1948 decía: “Las Universidades Centroamericanas deben atender preferentemente a la formación humana… toda técnica debe estar al servicio de los más altos intereses humanos, y fundarse en el humanismo, pero a su vez éste propiciar los desenvolvimientos más progresivos de la técnica”. Más adelante señalaban que lo anterior implicaba, desarraigar de las universidades “el sentido profesionista” y aclaraban que ser profesional significaba “PROFESAR la ciencia y la cultura como dedicación y empeño profundos.”
Las humanidades fueron una reacción al “profesionismo”, pero ya para la década de 1960, las habían caído en ese problema. Por una razón muy sencilla: los espacios laborales para los graduados. Entre 1950 y 1956, la Facultad de Humanidades creó 12 carreras, por mencionar algunas: En marzo de 1953 se crearon las licenciaturas en filosofía, en letras y en ciencias de la educación. El 26 de abril de 1955 se crearon la licenciatura en periodismo y un profesorado universitario de secundaria en historia y ciencias sociales, otro de secundaria en letras que tenía dos menciones: en castellano y literatura, y en idiomas vivas (sic). Asimismo, se creó un Doctorado en historia y ciencias sociales, del que al parecer no tuvo graduados. El 5 de junio de 1956 se crearon: un grado de “Psicómetra”, la licenciatura en Psicología, un “Diploma” en correspondencia comercial, otro de “Traductor e intérprete”. La tendencia se acentuó en la década siguiente. Entre 1963 y 1972, la Universidad creó 16 carreas nuevas, 8 de ellas fueron de Ciencias y Humanidades, de las cuales 3 eran profesorados. Y es que, desde un principio, la docencia fue como espacio “natural” para las humanidades.
Cierto que desde un inicio hubo una producción humanista. Basta revisar revistas de esas décadas, tales como La Universidad, Cultura, y Humanidades para encontrar trabajos importantes de Alejandro Dagoberto Marroquín, Manuel Luis Escamilla, Napoleón Rodríguez Ruiz, Matilde Elena López, Waldo Chávez Velasco, Julio Enrique Ávila, Manuel Vidal, Hugo Lindo, Pedro Geofroyy Rivas, Ricardo Trigueros de León y otros. Sin embargo, es evidente que para mediados de la década de 1960 ya había un sesgo profesionalizante en la Facultad de Humanidades que competía con la producción académica y la investigación. Esa tendencia se acentuó a partir de 1965, con la implantación de las áreas comunes, en tanto que el aumento de la matrícula elevó la cantidad de cursos a serviren el nivel básico. La intervención militar de 1972, y las administraciones de la “Comisión normalizadora” y el CAPUES afectaron fuertemente a Humanidades, quizá porque era una de las facultades más politizadas.
Se fue perdiendo esa veta de reflexión y producción literaria y, sobre todo, de análisis y problematización de la realidad que caracterizó a las humanidades en su mejor momento. Tendencia que se mantiene en la actualidad. Es realmente preocupante que haya tan poca investigación y análisis de la problemática nacional desde las humanidades. La mayor parte del trabajo se orienta la docencia. En algunos casos se hace investigación, pero se tienen dificultades para la divulgación. Al punto que a veces se termina publicando fuera de la Universidad. Hablaba al inicio del tema educación donde hay tantos problemas. El departamento de educación de la UES es el más antiguo del país, tiene un cuerpo docente bien formado; las maestrías en educación vienen de hace rato. En los últimos años se han creado programas de doctorado que ya tienen graduados. Es plausible afirmar que se tiene recurso humano competente, pero se investiga poca y se escribe menos. Por lo tanto, la capacidad de incidencia es mínima. Pues lo mismo podría decirse de otras disciplinas humanísticas.
Romper esa tendencia requiere repensar el papel de las humanidades, pero también el de los docentes del área. Dejar de actuar como simples transmisores de conocimiento y pasar a generar conocimiento a través de la investigación. Pero también ser generadores de opinión calificada, no necesariamente desde la investigación sino a partir de la experiencia acumulada. Y para esto hay que escribir. Por supuesto que también se necesita un cambio de actitud de las autoridades de la facultad. Que no sea necesario “pelear” (literalmente) para tener un tiempo para investigación, porque se asume los docentes tienen que dar clases y solo eso. Pero que cuando se tenga ese tiempo, se garantice la entrega de resultados. Así de simple.
Historiador