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Julio nunca más… (2)

El 19 de julio de 1975 se realizó en El Salvador el concurso Miss Universo. Era parte de una estrategia gubernamental y empresarial para mejorar la imagen del país en términos políticos y apuntalar la apuesta por promover al país como destino turístico. Por eso el escenario montado en el Gimnasio Nacional emulaba una pirámide maya. El evento generó diversas reacciones. La oposición al gobierno tuvo material de sobra para armas sus críticas

Por Carlos Gregorio López Bernal
Historiador

En un artículo anterior se hablaba de la intervención militar a la Universidad de El Salvador el 19 de julio de 1972. En el presente se tratará la masacre de estudiantes el 30 de julio de 1975. Aunque ambos hechos están marcados por el cierre de espacios políticos en el país, el distanciamiento entre la comunidad universitaria y el gobierno, y el surgimiento de la insurgencia armada, el segundo tiene particularidades que es preciso considerar y que determinan consecuencias bastante diferentes.

La intervención a la Universidad puede ser un buen punto de partida. La irrupción de las fuerzas militares en el campus es el elemento que más se tiende a destacar; ciertamente que es impactante, pero no es lo más importante. Con todo y lo discutible del proceso electoral, la conformación del depuesto cuerpo de autoridades universitarias, deja ver una de las últimas manifestaciones del pluralismo del pensamiento político universitario. La mayoría era gente de izquierda ciertamente, pero no eran comunistas. El gobierno estaba obsesionado con el tema, sin entender que, para entonces, los comunistas podían ser necesarios, al menos porque aún creían viable la lucha democrático-electoral. Además, los comunistas tenían un sentido más amplio de la política y lo político.

Por el contrario, en las “nuevas izquierdas” había grupos que veían inútil la lucha política y pugnaban por formas de acción más radicales y contundentes. Diferían mucho sobre la estrategia a seguir, los principios doctrinarios y las alianzas posibles. Pero no subordinaban la acción a la resolución de esas dudas. Actuaban audaz y a veces irreflexivamente, y luego discutían sobre los resultados, contrastándolos con alguna teoría que parecía adecuarse. No eran anti teóricos, pero la teoría no les quitaba el sueño.

La comisión normalizadora entregó la universidad al rector Juan Allwood Paredes, en julio del 73. Este intentó reencauzar la institución al trabajo académico. Vistos a la distancia del tiempo, sus argumentos eran pertinentes, pero bastaba ver las condiciones en que se encontraba la Universidad después de la intervención para entender que no serían atendidos. Allwood renunció en agosto del 74, aduciendo que, “en las actuales circunstancias la Universidad de El Salvador no es gobernable”. Si el objetivo de la intervención eran normalizar la Universidad, la renuncia de Allwood fue evidencia de fracaso. Ciertamente que había habido un reflujo del accionar del movimiento estudiantil, pero ello no significaba renuncia. Simplemente habían cambiado de estrategia y reacomodaban fuerzas.

El 19 de julio de 1975 se realizó en El Salvador el concurso Miss Universo. Era parte de una estrategia gubernamental y empresarial para mejorar la imagen del país en términos políticos y apuntalar la apuesta por promover al país como destino turístico. Por eso el escenario montado en el Gimnasio Nacional emulaba una pirámide maya. El evento generó diversas reacciones. La oposición al gobierno tuvo material de sobra para armas sus críticas, que tuvieron dos líneas principales. La falta de libertades políticas y el derroche de recursos en un momento en que la economía del país todavía las consecuencias del desmantelamiento del MERCOMUN por la guerra con Honduras en 1969, y el aumento de los precios del petróleo por la guerra árabe-israelí de 1973. Además, el descontento campesino se acrecentaba por el problema agrario.

Los estudiantes organizados vieron en el concurso una oportunidad para hacerse visibles y volvieron a la calle para manifestarse. Asumían que el concurso había puesto al país en la agenda mundial y que ello obligaba al gobierno a no reprimir para no quedar en evidencia ante la opinión internacional. Su valoración funcionó mientras Miss Universo estuvo en primera plana. Pero las fuerzas policiales reprimieron drásticamente una manifestación organizada en la sede de occidente. Se organizó una marcha para el 30 de julio en San Salvador para protestar por los actos represivos en Santa Ana.

La represión fue peor. Estudiantes universitarios y de media sufrieron el embate de los cuerpos de seguridad. Fueron prácticamente emboscados en el paso a desnivel de la 25 avenida norte. Hubo muertos, heridos y desaparecidos. No se tienen cifras ciertas. Pero la brutalidad del hecho lo grabó en la historia y la memoria universitaria. Los estudiantes culparon no solo al gobierno, sino al rector Carlos Alfaro Castillo. La masacre, así se le llamó de inmediato, provocó un aumento del radicalismo estudiantil. El rector no dudó en afirmar que “El año de 1976 ha sido, sin lugar a dudas… el más violento en la historia de la Universidad”. A finales de octubre hubo una sucesión de hechos violentos en el campus, resultando muertos y heridos. A finales de marzo del 77 se instauró el Consejo de Administración Provisional (CAPUES) que dio una vuelta de tuerca más al autoritarismo y la intolerancia propio de una derecha extrema, a lo que se respondió en términos parecidos. El 16 de septiembre del 77 fue asesinado el rector Carlos Alfaro por un comando guerrillero.

Flores Pinel afirma que el año 78 transcurrió bajo una “sorda calma” que no auguraba nada bueno. CAPUES impuso un régimen de “campo de concentración en contra de la inteligencia, y la libre difusión de la docencia e investigación”. Ese orden aparente se rompió en septiembre de 1978, cuando vigilantes universitarios asesinaron al decano de Economía, Dr. Carlos Rodríguez. Hubo otros hechos violentos al interior del campus, un estudiante también fue muerto por vigilantes. Los docentes de economía y humanidades se movilizaron, fueron apoyados por estudiantes. La opinión pública se conmocionó y CAPUES entró en crisis cuando se supo que en la muerte de Rodríguez estaba implicado el decano de derecho y otros funcionarios.

En crisis venía el gobierno de Carlos Humberto Romero desde hacía ratos. Un problema más no le venía bien. Era claro que la intervención universitaria no había solucionado nada y dio marcha atrás. La Asamblea derogó el decreto de creación de CAPUES. La UES nombró un “Consejo Directivo Provisional” (CDP) que se encargaría de la normalización de las actividades universitarias. Una de las primeras disposiciones del Consejo fue demoler los garitones que el CAPUES había construido en las entradas principales de la Universidad y retirar las cercas que aislaban a unas facultades de otras. Por breve tiempo, la UES vivió un ambiente de optimismo y esperanza.

Algunos pensaron que el retorno de la autonomía y al autogobierno universitario era prueba de que la sangre de los estudiantes sacrificados en julio de 1975, no había corrido en vano. Se equivocaban; los problemas del país y de la universidad se habían acrecentado con los años. Para inicios del 79, el gobierno de Romero prácticamente había perdido el control del país. La insurgencia armada se había fortalecido ligada a un movimiento social cada vez más demandante y combativo. Los estudiantes universitarios y de media eran parte de esas movilizaciones. Para entonces, cada organización político militar tenía su frente de masas y estos su componente estudiantil. Convicción militante y juventud pueden ser componentes explosivos.

Los estudiantes no fueron protagonistas de primera línea en la caída del CAPUES, aunque su memoria así lo sostenga. Pero tomaron fuerza inusitada una vez el CDP se estableció. Sus demandas crecieron, y fueron acuerpadas por acciones de hecho cada vez más fuertes. Ignacio Ellacuría mostró su preocupación y advirtió que podían dar al traste con un proceso que se mostraba prometedor. Se logró elegir como rector a Eduardo Badía, pero renunció al poco tiempo. Aunque se cuidó de no culpar a las organizaciones estudiantiles, era obvio que la ingobernabilidad que adujo en su renuncia era provocada por ellas. Luis Argueta Antillón, militante del PCS, y hombre calmo y poco dado a giros imprevistos, asumió la rectoría de manera provisiona, pero la turbulencia política no amainó. Al final se negoció la elección de Félix Ulloa, una concesión del UR-19 y las FPL que garantizaba su hegemonía en AGEUS y la UES. Se cerraba así un largo ciclo de pluralismo político universitario, algo que los militares no vieron o no quisieron ver, e iniciaba otro caracterizado por la hegemonía revolucionaria radical. Esa sería la tónica de la década siguiente.

Historiador, Universidad de El Salvador

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