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Borrar el pasado, borrar la historia

El actual presidente tiene problemas con el pasado y con la historia. Ambos le resultan incómodos. Pretende presentarse como “alguien sin pasado”, algo realmente imposible. Todos tenemos un pasado, para bien o para mal. Con el pasado porque muestra que sus orígenes políticos están ligados al FMLN, partido en que militó y que por un tiempo trató de convertir en su vehículo de ascenso a la presidencia. Cuando rompió con el Frente se acercó a diferentes partidos, cada uno peor que el anterior para terminar recalando en GANA, de credenciales más que cuestionables. Una vez que tuvo listo “su partido”, abandonó a GANA. Tal periplo partidario, tal flexibilidad ideológica serían difíciles de explicar en una biografía seria.

Por Carlos Gregorio López Bernal
Historiador

En las últimas semanas, la destrucción del piso del Palacio Nacional ha sido noticia y ha provocado la indignación de algunos, el silencio de muchos y la indiferencia de los más. Se han alzado voces condenando el hecho, reclamando cómo es posible hacer eso a un bien cultural supuestamente protegido por leyes nacionales e internacionales. Curiosamente, ninguna de las instituciones ligadas al quehacer cultural se ha pronunciado al respecto. Su silencio, es elocuente. Respiran la atmósfera de miedo que vive el país, o más simple, temen perder el mínimo apoyo que reciben del ministerio de cultura.

Por mi oficio, he pasado largas jornadas en el Palacio Nacional, consultando los fondos del Archivo General de la Nación, cuando funcionaba allí. Conozco el valor histórico del edificio y de los fondos documentales que albergaba. Sin embargo, lo acontecido con la supuesta remodelación no me extraña en absoluto. Más bien me parece lógico. Desde su gestión como alcalde, cuando comenzó a remodelar las plazas del centro, el actual presidente dejó claro que no le importa el valor cultural de los lugares históricos. Para construir ese adefesio que hoy se llama Biblioteca Nacional de El Salvador, se arrasó el edificio del Banco Hipotecario, también protegido. Actualmente se interviene el parque Bolívar, un espacio que se distinguía justamente por su peculiar diseño arquitectónico. Digo se distinguía porque seguramente de eso queda nada.

Más interesante sería tratar de entender el porqué de esas acciones. Lo cierto es que todos los gobernantes tratan en mayor o menor grado de romper con el pasado inmediato, con miras a posicionarse en el imaginario de la población como algo nuevo y disruptivo. Basta con leer los aburridos discursos de toma de posesión. Igualmente, todos tratan de dejar un legado material, una obra de infraestructura importante que sería el sello de su gobierno. En esos términos, ese “romper” con el pasado sería solo un recurso de posicionamiento y legitimación sin mayores consecuencias, como demuestra la facilitad con que muchos cayeron en el olvido.

El problema es cuando esa ruptura con el pasado va más allá y amenaza la memoria colectiva. Ejemplo de ello sería la manía de los gobernantes, mayas y aztecas, por poner un ejemplo cercano a nosotros, de perpetuar su memoria arrasando literalmente la de sus antecesores, que es lo que hacían con las pirámides. Cada uno “enterraba” la anterior y construía la suya encima. En ese caso había una clara intención de manipular el pasado y de borrar una parte de la historia en beneficio propio. Por el contrario, hay casos en que el gobernante pretende ser el heredero, el continuador de un pasado que considera valioso. Mussolini ligó muy hábilmente su presente con las glorias del imperio romano. Y muchos italianos se lo creyeron.

El actual presidente tiene problemas con el pasado y con la historia. Ambos le resultan incómodos. Pretende presentarse como “alguien sin pasado”, algo realmente imposible. Todos tenemos un pasado, para bien o para mal. Con el pasado porque muestra que sus orígenes políticos están ligados al FMLN, partido en que militó y que por un tiempo trató de convertir en su vehículo de ascenso a la presidencia. Cuando rompió con el Frente se acercó a diferentes partidos, cada uno peor que el anterior para terminar recalando en GANA, de credenciales más que cuestionables. Una vez que tuvo listo “su partido”, abandonó a GANA. Tal periplo partidario, tal flexibilidad ideológica serían difíciles de explicar en una biografía seria.

Necesita romper con el pasado, y al hacerlo se lleva de encuentro a la historia. Solo negando la historia se puede afirmar que se está lejos de “los mismos de siempre”; el problema es que se cuelan hasta en las fotos. Al negar la historia se puede afirmar, sin rubor alguno, que no tuvimos independencia; que por primera vez en doscientos años de vida republicana, hoy sí gozamos de democracia. También se puede afirmar que no hubo guerra civil, que esta fue un negocio de las cúpulas de izquierda y derecha, y ¿por qué no?, negar los acuerdos de paz, obviando que llegó al poder justo por la democratización que esos acuerdos facilitaron. Negar la historia, evitaría que la gente sepa que comparte con Maximiliano Hernández Martínez, el dudoso honor de haberse reelegido violando flagrantemente la constitución.

Hay sobradas razones para que los regímenes autoritarios sean alérgicos a la historia; lo suyo es la propaganda. Y es que la propaganda no requiere contrastar discursos con hechos, no necesita verificar qué dicen otras fuentes, no admite cuestionamientos. Propaganda son en cierto modo los espacios públicos, la estatuaria cívica, las ceremonias públicas, los desfiles militares. En todos se celebra el poder, en todos se escenifica el poder. En todos hay una tendencia al culto hacia el gobernante. Ya lo veremos en la próxima toma de posesión presidencial. Habrá un montaje, una escenografía a la altura de las circunstancias. Todos esos recursos, son también fuentes para la historia; y en su momento podrán ser usados para escribir la historia, y los ciudadanos del futuro sabrán lo que el gobierno hizo, más allá de la propaganda.

En fin, al negar el pasado se construye un discurso que afirma que la historia empieza en el momento en que el gobernante entra en escena; por eso se insiste tanto en la “refundación del país”. Alguna vez se habla de la refundación de la república, pero esto es más problemático, dado que el fundamento de la república es la constitución y la independencia de poderes.

Un poder sólidamente constituido puede controlar el presente e intentar controlar el pasado. El problema es que ningún gobernante por fuerte y poderoso que sea puede garantizar lo que acontecerá en el futuro. A veces, ni siquiera en el futuro cercano. En abril de 1944, Hernández Martínez reprimió exitosamente una sublevación militar, no necesitaba sentar un precedente, pero para ser consecuente con su estilo, varios de los implicados fueron fusilados. Un mes después estaba exiliado en Guatemala. Fue sacado del poder, no por la fuerza de las armas, sino por un paro cívico, liderado por estudiantes universitarios y grupos de clase media. Pasó a la historia; por cierto, no figura en sus mejores páginas.

Historiador, Universidad de El Salvador

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