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Dr. José Gustavo Guerrero: El coraje de las convicciones

“Don Quijote soy, y mi profesión la de andante caballería. Son mis leyes, el deshacer entuertos, prodigar el bien y evitar el mal. Huyo de la vida regalada, de la ambición y la hipocresía, y busco para mi propia gloria la senda más angosta y difícil. ¿Es eso, de tonto y mentecato?”... Don Quijote de la Mancha.

Por Francisco Galindo Vélez

Se recuerda, con razón, el papel del Dr. Guerrero en la VI Conferencia Internacional Americana en La Habana en 1928, pero no hay que olvidar su desempeño en la Conferencia para la Supervisión del Comercio Internacional de Armas en Ginebra, en 1925, de la que fue vicepresidente, y en la Conferencia sobre la Codificación del Derecho Internacional en La Haya, en 1930.

En la Conferencia de 1925, muchos delegados latinoamericanos vieron la oportunidad de lograr un contrapeso a la política de venta de armas de los países productores, ya que podía constituir una forma de intervención, y, en general, sus objetivos fueron: (1) asegurar que los gobiernos de América Latina tuvieran completo acceso a material bélico; (2) prohibir la venta de ese tipo de material a grupos, empresas, corporaciones o individuos; (3) impedir que países productores de armas reconocieran, en caso de conflicto civil, la facción que favorecían a través del suministro de armas.

El Dr. Guerrero deseaba una relación de igualdad entre los países productores y no productores de armas, y no solo movilizó a los países no productores para hacer un frente común, sino que buscó el apoyo del Reino Unido y de Francia porque estaban interesados en el control de armas en sus territorios coloniales. Se adoptó una convención sobre el comercio de armas y un protocolo sobre la prohibición del uso de armas químicas y biológicas, pero solo el protocolo entró en vigor.

Para el Dr. Guerreo, la defensa que hacían algunos países fuertes de los intereses de sus ciudadanos en países débiles podía ser otra forma de intervención, y por eso luchó en la Conferencia de 1930, sin duda influenciado por la reclamación Canessa contra El Salvador.

En su libro Mestizo International Law (Derecho internacional mestizo), publicado en 2014, Arnulf Becker Lorca recuerda que en su informe a la Conferencia, el Dr. Guerrero concluyó diciendo que la responsabilidad internacional solo podía plantearse por un hecho ilícito, contrario al derecho internacional, cometido por un Estado contra otro y que el daño causado a un extranjero no podía implicar responsabilidad internacional a menos que el Estado en el que residía hubiera violado un deber contraído por tratado con el Estado del que era nacional el extranjero, o un deber reconocido por el derecho consuetudinario de forma clara y definida. Así las cosas, la responsabilidad internacional no surgía por el daño sufrido por el extranjero, sino de la acción o inactividad imputable al Estado.

Para el Dr. Guerrero era fundamental definir las obligaciones cuya violación generaba responsabilidad internacional, por ejemplo, crímenes políticos, actos ilegales de funcionarios; y denegación de justicia. Contó con importantes apoyos, pero no el de los países más fuertes.

Sobre la reclamación Canessa, el Dr. Alfredo Martínez Moreno, en su artículo José Gustavo Guerrero, caballero andante del derecho, dice lo siguiente: “En el desempeño de esos cargos, le tocó una oportunidad histórica, procurar con éxito la defensa de los intereses nacionales en una cuestión importante, la Reclamación Canessa, que demandaba una cuantiosa suma a su patria. Nada mejor que escuchar sus propias palabras al respecto, que llevaban el sello no de la inmodestia sino de la sinceridad: ‘Esa clase de atentados contra la moral internacional no cesó hasta que El Salvador mostró al mundo que tenía hijos capaces de defenderlo en el plano de la libre discusión jurídica. Eso ocurrió en ocasión de una de esas reclamaciones que consumían nuestros exiguos recursos económicos. Después de cuatro años de ruda labor, las tesis que sostuvimos en Roma terminaron por imponerse y desde entonces salvamos nuestro honor y nuestro dinero’”.

El Dr. Guerrero fue un hombre de convicciones con el coraje para defenderlas. Esto le valió, por ejemplo, que durante la Conferencia de La Habana de 1928 la delegación de los Estados Unidos llegara a considerarlo una amenaza para sus intereses, como explica el profesor Daniel Stahl en su artículo Confronting US imperialism with international law: Central America and the arms trade of the inter-war period publicado en 2021.

El Dr. Guerrero brindó una respuesta en la conferencia que dictó en la Universidad de El Salvador en 1928: “La delegación de El Salvador secundó, en diferentes ocasiones, felices iniciativas provenientes de la honorable Delegación Norteamericana, y otras veces le prestó el activo concurso de su palabra y de su voto contra proposiciones de otras delegaciones latinoamericanas. Eso comprueba, de manera elocuente, que la actitud de nuestra delegación no fue en ningún momento sistemáticamente hostil a esa Delegación, con la cual, por el contrario, mantuvo siempre relaciones de perfecta cordialidad. Nuestra obra en La Habana no pretendió edificar sobre el estéril odio, sino sobre el campo fecundo del recíproco afecto y respeto. Jamás un interés mezquino, que no cabe dentro del amplio espíritu de confraternidad universal, pudo mover mis labios: pero tampoco el miedo o la ambición impusieron silencio a mis convicciones”.

En todo caso, volver a la unidad de las repúblicas de Centroamérica, fue otro tema que apasionó al Dr. Guerrero, pues había comprendido que juntas tendrían una mejor ruta para el desarrollo de sus pueblos y un mayor significado a nivel internacional. Participó, junto con el ministro de Relaciones Exteriores, Francisco Martínez Suárez, en las reuniones de países centroamericanos que en 1923 permitieron suscribir varios tratados. En 1927, ya como ministro de Relaciones Exteriores, trató de desarrollar una política exterior centroamericana y para eso invitó a sus pares de Centroamérica a una reunión, en mayo de 1927, a la que solo asistieron los ministros de Guatemala y Honduras. Suscribieron un convenio tripartito en que reconocían “como una necesidad de su política exterior el no obrar aislada o separadamente en el examen y resolución de problemas que afecten el interés general de Centro-América”, entre ellos, “las aspiraciones de los pueblos para restablecer la nacionalidad centroamericana”.

Como era “un universalista hasta la médula, Guerrero no podía menos de esperar que bien pronto se llevaría a cabo la celebración de un Pacto Federal, celebrado entre los cinco países hermanos de istmo centroamericano”, afirma el Dr. Ricardo Gallardo en su escrito In Memoriam: José Gustavo Guerrero, publicado en 1959. Así, en 1946, envió una nota a los presidentes de los países centroamericanos para que se adhirieran a un plan que él había elaborado para reconstruir la “Patria Grande”, y a una reunión en el Teatro Municipal de Santa Ana el 12 de septiembre de 1946. Solo llegaron los presidentes de El Salvador y Guatemala, respectivamente, el general Salvador Castaneda Castro y el Dr. Juan José Arévalo, que, como se recuerda en el libro, Reseña Histórica del Ministerio de Relaciones Exteriores de El Salvador, publicado en mayo de 2009, fueron “acompañados por otros delegados ístmicos, representantes del Partido Unionista Centro Americano (PUCA), obreros y escolares de diversos puntos de El Salvador”.

Sobre la reunión, en el mismo libro se dice que su fondo “no fue más que una repetición de la entrevista privada que sostuvieron ambos gobernantes, en la frontera de San Cristóbal, en la mañana del jueves 17 de mayo de 1945. Fuera de la firma de un documento de amistad entre ambos países -denominado Convenio de Santa Ana-, ese encuentro bilateral solo fue uno más de la larga lista de intentos por la unión de Centro América, en el que no han faltado los aportes periodísticos, intelectuales y musicales de diversas personas…”

La intención fue buena, pero con el antecedente de muchos intentos parecidos desde la disolución de la Federación en el siglo XIX, el resultado era predecible. La unión o la integración es lo más lógico para la región, pero las fuerzas de la desunión eran, y siguen siendo, más importantes que las de la unión o integración. Y los esfuerzos no cesan, ya no para hablar de unión, sino de integración, y hay avances, estancamientos y retrocesos, y este ciclo se repite una y otra vez y la meta se mantiene en un lejano y siempre inalcanzable horizonte.

Pareciera que en ese loable esfuerzo faltó al Dr. Guerrero hacerse una pregunta: ¿Qué había cambiado, en relación con esfuerzos anteriores en el siglo XIX y en la primera mitad del siglo XX, que hacía realista la posibilidad de éxito en 1946? Y esa es una pregunta que sigue vigente en el siglo XXI.

Lo que en este siglo XXI cambia la ecuación de las relaciones entre los países del istmo centroamericano es la gravedad del cambio climático. Se sabe que acarreará tremendas dificultades e indecibles sufrimientos y que el istmo es una de las regiones más vulnerables del planeta. Así las cosas, urge que los países se planteen una nueva forma de colaborar para hacer frente a esta amenaza, dirigir sus escasos recursos a lo que verdaderamente cuenta para, de manera conjunta, afrontar lo que lo que ya está aquí pero que apenas comienza a manifestarse, y tener una voz más fuerte en el escenario internacional. Un paso novedoso y creativo de colaboración regional sería, por ejemplo, considerar todas las aguas transfronterizas, dulces y saladas, como aguas centroamericanas.

Exembajador de El Salvador en Francia y en Colombia, exrepresentante del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) en Argelia, Colombia, Tayikistán y Francia, y exrepresentante adjunto del ACNUR en Turquía, Yibuti, Egipto y México.


 

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