Julio Castro, en su libro “Estampas del viejo San Salvador”, describe a Miguel Ángel García (1856-1955) como un “hombrecito de pocas carnes”, empleado en la oficina de Correos. Antes de eso había trabajado en una botica y para aumentar sus ingresos tocaba música en el vestíbulo del Hotel “Siglo XX”. También fue empleado de Administración de Rentas y escribiente en el ministerio de Gobernación. Visto así, don Miguel Ángel sería un anónimo e intrascendente burócrata.
Sin embargo, este hombre hizo un trabajo inconmensurable por la historia salvadoreña. A lo largo de muchos años, trabajando incansablemente, logró publicar su “Diccionario histórico-enciclopédico de la República de El Salvador”, del cual se dice que alcanzó 29 tomos; hay quienes afirman que dejó listos los manuscritos de varios más. Esa obra no tiene parangón entre nosotros. No se sabe con certeza cuántos volúmenes publicó. Tampoco hay una colección completa del Diccionario en un solo lugar. Don Carlos Meléndez, el historiador costarricense se ufanaba de tener 22 tomos en su biblioteca particular. Cuando lo visité en Heredia, lo primero que me mostró fue el Diccionario, resguardado en librera aparte. Esa biblioteca fue adquirida más tarde por la Universidad de Costa Rica; buena parte de ella está digitalizada.
El origen de dicha obra parece haber sido el desencanto del autor con la historiografía salvadoreña de inicios de siglo XX. Al menos así lo deja ver en la presentación del tomo 1 (1927). García resentía el excesivo peso de la política y el patriotismo de la historia liberal, que “pone velos con ideologías de aparente sinceridad, cambiando así la forma del fenómeno histórico, hasta el grado de no poder señalarse, donde comienza la justicia de los unos, con respecto de la injusticia de los otros”. Agregaba que el desafío era “realizar un nuevo análisis con método científico del alma misma de los factores tiempo e individualidades, y darnos de ellos solo lo característico”. Y para esto era necesario disponer de fuentes primarias.
A ello dedicó el resto de su vida. Cuando publicó sus primeros tomos era empleado de Correos, y al parecer continuó como tal, pero disponiendo de algún tiempo para sus investigaciones. Trabajó en archivos oficiales y particulares, en bibliotecas. En ocasiones alguien le daba documentos. Le interesaba todo tipo de documentos, es decir, tenía una visión holística de la historia. Y todo lo que llegaba a sus manos era transcrito con pasión y rigor benedictino.
Era una tarea ardua, solo soportable a fuerza de dedicación, paciencia, tiempo y amor por el pasado. Trabajaba con recursos mínimos: papel, lápiz, una máquina de escribir y los documentos. Cuando ya tenía un tomo completo, debía buscar el apoyo de mecenas para financiar la edición y publicación; de ahí las “dedicatorias” que acompañan cada volumen; por ejemplo, a Maximiliano Hernández Martínez, Francisco Dueñas, Miguel Pinto, Pío Romero Bosque, Arturo Araujo, Maximiliano Hernández Martínez y otros. En 1931, el Ejecutivo acordó editar por cuenta del gobierno “los tomos siguientes”, que serían del 4 adelante, pero no hay evidencia de que haya sido así.
Inicialmente García trabajó pensando exactamente en un diccionario histórico, bajo ese esquema publicó 12 tomos, entre 1927 y 1948. Iniciando con la entrada ABA (de Justo Abaunza) y llegando hasta COL. Contiene mucha información de personajes, lugares y hechos (batallas, asonadas, etc.), pero también instituciones. En cierto momento comenzó a publicar tomos “temáticos”; pareciera que algunos fueron hechos por encargo. Dedicó dos tomos a la ciudad de San Salvador (1546-1946), los cuales ilustran la vida de la ciudad en una variedad de temas. Cuatro tratan sobre la Universidad de El Salvador, los cuales han sido ignorados, a pesar de que serían una fuente valiosa para escribir una historia que supere la escrita por Miguel Ángel Durán. García dedicó un tomo a José Matías Delgado y tres a Manuel José Arce. A pesar de que en cierto momento los militares intentaron darle más realce a Arce, no aprovecharon la riqueza del Diccionario.
En la misma línea independentista, está el monográfico dedicado a los procesos de infidencia en contra de los próceres, texto fundamental para entender las luchas de los próceres, la represión monárquica y las estrategias usadas por los involucrados para defenderse judicialmente. Por último, está el tomo dedicado a la Asamblea Constituyente de 1885, la que redactó la constitución más liberal conocida hasta entonces, tanto que el presidente Francisco Menéndez, la consideró una amenaza y mandó a disolver la constituyente. Poco tiempo después, una Asamblea más dócil dio la constitución de 1886, que es prácticamente la de 1885, sin los radicales artículos que incomodaron a Menéndez. Ese tomo contiene discursos y debates dignos de una antología, y evidencia que una Asamblea conformada por individuos cultos, con ideales y con criterio propio pueden aportar mucho al país. Los actuales diputados debieran estudiarlo.
La ingente obra de García es una fuente valiosa para quienes investigan sobre la historia de El Salvador; en un solo tomo podemos encontrar documentación, que nos llevaría meses encontrar en archivos y bibliotecas. García tenía un concepto muy amplio de la historia; compiló información de muy diversos temas con un rigor encomiable. Lastimosamente no ha sido valorado justamente por los historiadores nacionales y tampoco por los extranjeros. Sean estas palabras un reconocimiento a su esfuerzo.
Historiador, Universidad de El Salvador