Napoleón Bonaparte (1769 – 1821) hizo temblar toda Europa mientras sentaba las bases teóricas y políticas para que el legado de la Revolución Francesa perviviera, primero en Europa y posteriormente en América, así como en todos los países que han puesto al ser humano como el centro de sus legislaturas y tribunales de justicia.
Dicen que era chiquitillo y para rematar, pobre; pero lo que le faltaba en estatura y recursos económicos, le sobraba en inteligencia. A los diez años, su padre lo envía a una escuela militar francesa, a donde el cipote algo retraído, bajito y que mascullaba un dialecto extraño, empieza a tener contacto con la cultura castrense. Para mejorar las cosas decide “afrancesar” su apellido, pasándolo de Buonaparte a Bonaparte.
Por su brillante actuación en el sitio de Toulon, lo ascienden a general. Marchó, comió, sangró al lado de sus tropas quienes le correspondían con una fidelidad cercana al amor filial. Por él, marchaban sin calzado grandes distancias; atravesaban ríos sin puentes; sin artillería ganaban batallas; logrando conquistar –para asombro de Europa y de Francia misma-, el rico norte de Italia, que se encarga de esquilmar a conciencia.
Continúa su marcha para someter a Austria, la poderosa enemiga del norte, de quien arranca el control político de la disputada orilla occidental del Rin. Dado que la poderosa Inglaterra continuaba reinando en los mares, decide comandar sus tropas para atacar las colonias de su Graciosa Majestad: próxima parada, Egipto. Barre con sus soldados a las fuerzas imperiales en la llanura frente a las pirámides.
Regresa a Francia como un nuevo César y como tal, da un golpe de Estado, se proclama cónsul y se propone crear un nuevo imperio tan poderoso y duradero como el Romano (…tufillo al Tercer Reich). Pero el corso se mostró tan buen estadista como general: llevó orden al caos inicial de la República, resuelve sus problemas económicos, termina con el hambre y promulga un código legal moderno que garantiza los derechos y libertades que el pueblo llano había conquistado por medio de la Revolución Francesa.
Al amparo de su innegable popularidad, en 1804 se corona Emperador en la Catedral de París, en presencia de un Papa de quien no permite ser coronado, toma de sus manos la corona y se corona él solito: el nuevo régimen trasciende al antiguo (no agarren ideas por favor…).
Aterradas, las fuerzas combinadas de Inglaterra, Alemania, Austria, Rusia y Suecia se coligan contra él y plantan cara a sus ejércitos, pero Napoleón se los lleva a todos por parejo con sus brillantes movimientos en la gran batalla de Austerlitz (1805), que más que una batalla fue una complicada danza de ballet militar.
Sometida Europa, empieza a cometer errores. Con sus ejércitos saquea España y parte de Portugal, pero el pillaje desarrollado por su ejército hace que el pueblo se rebele. Guerra de guerrillas y acciones de sabotaje causan considerables bajas entre sus soldados; pero la cosa no para ahí… Invade Rusia con más de 600,000 efectivos bien pertrechados. Logran tomar Moscú (que los rusos incendian antes de abandonar). Con el invierno encima, con hambre y sin posibilidad de ser reabastecidos por las grandes distancias, el ejército se retira con solo 5,000 sobrevivientes.
La noticia de sus recientes derrotas corre como pólvora. El antiguo dueño de Europa es depuesto de su cargo y desterrado a la islita de Elba. Los reyes de las naciones europeas pueden respirar tranquilos… o eso creían.
Pero el pueblo francés se había acostumbrado a sus libertades y derechos derivados de la Revolución Francesa y profundizados por el régimen napoleónico. Ya no había vuelta atrás: el Antiguo Régimen había sido enterrado, eso de deslomarte de sol a sol para que sacerdotes, aristócratas y realiza vivieran cómodamente, era cosa del pasado.
Mientras Napoleón continuaba desterrado, coronan a Luis XVIII como rey de Francia, pero el gusto les dura poco. Napoleón escapa y regresa al mando de un pequeño ejército, que va creciendo con más y más soldados que desertan para unirse a él. Luis XVIII escapa de Francia dejándole el camino libre. Reinstalado en el poder se enfrenta al ejército británico apoyado por Prusia y comandado por el General Wellington.
La batalla final se desarrolla cerca del pequeño poblado de Waterloo. Napoleón es derrotado por vez final y desterrado a la Isla de Santa Elena a donde finalmente muere seis años después, regresando a Francia solo para ser enterrado en los Inválidos, París.
La derrota de Napoleón no acabó con las ideas liberales de la Revolución Francesa que perviven hasta nuestros días, pero convirtió a Gran Bretaña en la primera potencia mundial hasta que surgió una nueva potencia, hija tanto de Inglaterra como de las ideas de la Revolución Francesa: Estados Unidos; pero esa es materia de otra columna…
Abogado, Master en leyes/@MaxMojica