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Cristianización de las repúblicas en Latinoamérica

“We must make America pray again (…) God Bless The USA Bible (…) La religión y el cristianismo son lo que más le falta a este país” (Donald Trump).

Por Óscar Picardo Joao

El emperador Constantino, en el 313 d.C, promulgó el Edicto de Milán con el que se ponía fin a la persecución religiosa y se otorgaba tolerancia para las nuevas creencias y la libertad de culto para los cristianos. Posteriormente el emperador  Teodosio promulgó el edicto de Tesalónica en el 380 d.C., mediante el cual el cristianismo se convirtió en la religión oficial del Imperio. Luego la Iglesia se romanizó y surgió el Cesaropapismo (Böhmer), que desembocó en una época oscura durante el alto y bajo medioevo, incluyendo la creación de los tribunales de la “santa” inquisición (1184) para perseguir a los herejes y a los enemigos del Estado.

Por muchos años, décadas y siglos prevaleció el principio de Cipriano de Cartago (s. III) Extra Ecclesiam nulla salus (Fuera de la Iglesia no hay salvación). Desde esta perspectiva, el Papa Bonifacio VIII, en el año 1302, a través de la bula Unam Sanctam reafirmó: «Es absolutamente necesario para la salvación de toda criatura humana que esté sujeta al Romano Pontífice». También en esta bula el papa alcanza el máximo grado de descripción teórica del poder eclesial: el poder temporal está sometido al papado y será el pontífice quien legitimará a los soberanos.

Religión y política siempre ha sido una ecuación peligrosa. En nombre de Dios se han cometido muchas atrocidades. En América, durante el proceso de conquista se utilizó el modelo de “Espada y Cruz”, dos núcleos simbólicos para “iluminar” a los pueblos hundidos en su “idolatría y superstición”; aunque los verdaderos motivos, vinculados a la ambición material, el empeño colonial impuso la verdad única de la Biblia, y su anuncio del Reino de los Cielos, cuya entrada se garantizaba solo por la iglesia y la fe cristiana. La espada de la conquista fue cruel bajo la cruz alzada por misioneros (E. Ierardo). Obviamente, también se reconocen misiones excepcionales de humanismo, pero son justamente eso, excepciones; sin olvidar el debate entre los frailes Sepúlveda y De Las Casas (1549-51), sobre las Leyes de Indias, la esclavitud y la humanidad de los autóctonos (Subliminis Deus).

Más tarde, ya en épocas de independencia y emancipación aparecería el nuevo modelo de “patronato regio”, el cual consistió en el conjunto de privilegios y facultades especiales que los papas concedieron a los reyes de distintas monarquías europeas y que les permitían, al principio, ser oídos antes de una decisión papal o elegir directamente en sustitución de las autoridades eclesiásticas, a determinadas personas que fueran a ocupar cargos vinculados a la Iglesia católica (derecho de patronato).

Es interesante evaluar como desde la instalación de los españoles (1500) hasta los movimientos de independencia (1800) surgen todas las apariciones de la Virgen María en Latinoamérica, generalmente a personas autóctonas sencillas con mensajes de conversión: Santa María la Antigua (1510), Guadalupe (1531), Maipú (1540), del Rosario (1559), Chiquinquirá (1560), Concepción del Viejo (1562), Copacabana (1583),  Quinché (1585), Caacupé (1603), Caridad del Cobre (1628), Luján (1630), Coromoto (1651), de la Paz (1682), de los Ángeles (1635), Aparecida (1743), Suyapa (1747), … y uno se pregunta: ¿Por qué no, antes?, ¿por qué no después?, ¿por qué no en Norte américa?, ¿hay una razón religiosa o política detrás de estos fenómenos?.

Gracias a las ideas de la Ilustración -y a los movimientos masónicos-, hacia la mitad del siglo XIX casi todas las constituciones habían incluido alguna forma de libertad religiosa en su articulado, los principios del Estado Laico y la separación de poderes. También en esta época -a mediados de siglo- aparecen los primeros misioneros protestantes, presbiterianos, metodistas y congregacionalistas, levemente vinculados al sentimiento anticlerical masónico. Algunas hipótesis sociológicas de mediados del siglo XX indicaban que las nuevas iglesias evangélicas pretendían fragmentar el catolicismo, como una extensión estratégica de la Doctrina Monroe “América para los americanos”, y así debilitar los lazos culturales.

El protestantismo de principios del siglo XX era una pequeña minoría en la mayoría de los países, compuesta en su mayor parte por clases medias y bajas, pero tenía una amplia red educativa y médica y buena relación con los políticos de corte liberal. A finales del siglo XX el protestantismo -sobre todo el movimiento pentecostal- se encuentra en franco ascenso y logra conectar bien con la política en ciertos sectores.

Entre procesiones, secularizaciones masónicas, clericalizaciones y controversias protestantes llegamos el siglo XX, y aparecen en el horizonte político los movimientos dictatoriales y anticomunistas, y con ellos, también, las Comunidades Eclesiales de Base (CEB) y la Teología de la Liberación con Gustavo Gutiérrez, luego los hermanos Boff, Jon Sobrino, Juan Luis Segundo, José Comblin, entre otros. Un cristianismo crítico y comprometido con los Derechos Humanos emerge como una alternativa liberadora de la opresión con alto impacto en el espectro político. Las Democracias Cristianas de la época tocan el poder de modo rapsódico; luego todo cambia. 

Tal como anotamos en “el negocio político de la fe”, ya en el siglo XXI: “La religión ha entrado en un proceso de entropía o de involución perversa; actualmente identificamos tres rasgos: I.- la ideología religiosa del bienestar; II.- la compra de salvación (antes indulgencias); y III.- el uso político de la religión (…) Muchas iglesias -no todas- son parte de una industria de la manipulación y fragmentación de las sociedades; la fe comienza a competir con los nacionalismos exacerbados y se crean parcelas útiles para el uso político. Unos son bendecidos con ciertos privilegios, otros son castigados con la exclusión y la narrativa de enemigos u opositores. La historia se repite: o estás conmigo o estás contra mí”.

La clase política ha identificado ciertas características importantes de las necesidades religiosas humanas que pueden ser utilizadas para mantener y acumular el poder: 1) El mesianismo, como un recurso de conexión entre la acción política y Dios; 2.- El uso de la religión como un ansiolítico para resolver problemas económicos y sociales; 3.- El uso y manipulación de una religión infantilizada para fines políticos; 4.- Vender la idea que los elementos religiosos pueden ser parte del diseño de soluciones políticas (leer la Biblia); 5.- El uso político de Dios como aliado partidario; entre otras manifestaciones.

Una curiosa frase que circula en redes sociales, de autor anónimo, señala: “Todos éramos humanos, hasta que la raza nos desconectó, la religión nos separó, la política nos dividió, y el dinero nos clasificó”. Cada vez estamos más separados, fragmentados e histriónicos, gracias a la política y a la religión; cada estanco institucional tiene su propia verdad y métodos soteriológicos.  

Disclaimer: Somos responsables de lo que escribimos, no de lo que el lector puede interpretar. A través de este material no apoyamos pandillas, criminales, políticos, grupos terroristas, yihadistas, partidos políticos, sectas ni equipos de fútbol… Las ideas vertidas en este material son de carácter académico o periodístico y no forman parte de un movimiento opositor.

Investigador Educativo/opicardo@uoc.edu

KEYWORDS

Cristianismo Historia Contemporánea Opinión

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