El esfuerzo del académico francés Romain Bertrand en su libro Una Historia en Partes Iguales, analiza la historia del primer encuentro entre holandeses y los reinos y sultanatos en las islas al oriente de la India, la Insulindia, y afirma que en Java y Batam había ciudades estado bajo soberanía de un imperio más fuerte, o bajo la amenaza de una entidad más fuerte. En el momento de la llegada de los holandeses, las poblaciones locales ya tenían una idea de Europa y de los europeos por sus contactos con los portugueses 80 años antes. Pero la idea de Europa antecedía a los portugueses, pues remontaba a la llegada a Asia de Alejandro de Macedonia. Y esta relación con el gran macedonio perdura, pues un día que cruzábamos Turkmenistán, llegamos a la ciudad de Nakur, a un centenar de kilómetros de Asjabad, donde los habitantes afirman ser todos descendientes de los soldados de Alejandro.
En todo caso, un punto fundamental del libro es que la historia de aquellos pueblos no comenzó porque llegaron los europeos, pues la historia de otros países y pueblos no puede reducirse a su relación con Europa. Así, el autor logra alejarse de una historia en la que domina el eurocentrismo y muestra que en el momento del encuentro Europa no tenía ventaja sobre el mundo local.
Para acertar su apuesta por una historia a partes iguales, Romain Bertrand nos lleva en un viaje a través del tiempo y del espacio, los usos y costumbres de unos y otros, los protocolos de las cortes, las ideas, las convicciones y el imaginario de europeos y de insulindios. De este modo, nos lleva de la mano para que seamos parte de los dos primeros problemas del primer encuentro.
En primer lugar, señala que las relaciones de “primer contacto” son por definición, la mayoría de las veces, relaciones “embrujadas”, pues ninguno de los actores se dirige directamente a su interlocutor, que aún no conoce, sino a las representaciones que ellos mismos se han forjado de ese interlocutor.
En segundo lugar, nos habla del otro problema que se planteó en el momento del encuentro: el lenguaje de la comunicación, no solo verbal, sino también para medir el tiempo, el peso, la distancia y el valor de la moneda de comercio, entre otros.
Luego nos conduce en un viaje para hacernos comprender el momento histórico de cada uno, las intrigas internas, las ambiciones, la vida política, económica, social y cultural, las religiones, incluyendo el proceso de islamización de aquella región, la situación del protestantismo en Europa, y el uso de la religión, de parte de unos y de otros, para justificar empresas políticas, económicas e imperiales, las leyes, la justicia, la lucha contra el ascenso del misticismo en aquella parte de Asia que amenazaba el orden religioso y la política, y el culto de los soberanos.
Todo salpicado de anécdotas que facilitan la lectura y la comprensión: un día, los portuguese dijeron al gobernante de Malaca que querían tierras para su puesto comercial no más grandes que la piel de un búfalo. El gobernante aceptó, pero cuál fue su sorpresa cuando al día siguiente los portugueses le llevaron la piel de un búfalo cortada finísimas tiras y, así, lograron un espacio enorme para su puesto comercial. Este mismo truco lo usaron los holandeses en Java unos años después. Pero también cuenta historias de sultanes que decidieron abandonar glorias y lujos para dedicarse a la religión, y se convirtieron en ascetas que viajaban de ciudad en ciudad y de país en país predicando la palabra de Alá.
El mundo al que llegaron los europeos era muy desarrollado y sofisticado en cuanto a costumbres, cultura, relaciones diplomáticas, comerciales y culturales, y muy extenso, ya que existían relaciones entre el Sultanato de Malaca, Gujarat, Guandong, Aceh, Batam y el Imperio Otomano, entre otros. Y tenían una historia escrita en forma de historias de las cortes o de los sultanatos, por ejemplo, el Saraj Banten, pero también colecciones de leyes consuetudinarias, por ejemplo, las de Pahang, en el noreste de la península de Malasia, que datan de finales del siglo XVI.
Europa abierta a los demás por el comercio, el arte, los sonidos y los sabores, pero no a sus formas de hacer sociedad y así, reducidos durante mucho tiempo al desprecio o al olvido, y en el caso de lo que sería América Latina, al ocultamiento o encubrimiento, para recordar la fórmula del escritor argentino mexicano Enrique Dussel.
Para Enrique Dussel, “1492 … es la fecha del ‘nacimiento’ de la Modernidad; aunque su gestación -como el feto- lleve un tiempo de crecimiento intrauterino. La Modernidad se originó en las ciudades europeas medievales, libres, centros de enorme creatividad. Pero ‘nació’ cuando Europa pudo confrontarse con ‘el Otro’ que Europa, controlarlo, vencerlo, violentarlo; cuando pudo definirse como un ‘ego’ descubridor, conquistador, colonizador de la Alteridad constitutiva de la misma Modernidad. De todas maneras, ese Otro no fue ‘descubierto’ como Otro, sino que fue ‘en-cubierto’ como ‘lo mismo’ que en Europa ya era desde siempre. De manera que el 1492 será el momento del ‘nacimiento’ de la Modernidad como concepto, el origen de un mito de violencia sacrificial muy particular y al mismo tiempo, un proceso de ‘en-cubrimiento’ de lo no europeo”.
Desde esta perspectiva, en esta parte del mundo más que descubrimiento hubo encubrimiento, un esfuerzo por cubrir o borrar todo rastro del pasado que ha tenido impacto, por ejemplo, en la ausencia de una continuidad en que las personas recorren su historia y remontan hasta a su más remoto pasado sin interrupción y sin corte.
Exembajador de El Salvador y exrepresentante del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). También fue jurado del premio literario Le Prix des Ambassadeurs en París, Francia.