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La ciudad sobre el monte

Una iglesia que opera únicamente en el marco de la libertad que la sociedad o los poderosos le otorguen no desea estar asentada sobre el monte, solo quiere ubicarse debajo de la cama. En este tipo de iglesia el criterio es que la luz no brille. Pero el llamado de Jesús es a seguir su camino; un camino de sencillez, ternura, compasión y perdón, pero que también recibe persecución y rechazo.

Por Mario Vega

Las enseñanzas de Jesús no tuvieron como propósito crear una nueva religión, por el contrario, su objeto fue el de romper con los moldes religiosos de su época para sustituirlos por una vivencia radical y vibrante de valores fundantes como el amor, la compasión y la reconciliación. Las personas que son salvadas de sus egoísmos y ambiciones por medio de ese mensaje, de manera natural, se asocian para formar comunidades a las cuales se les llama iglesias. En consecuencia, las iglesias poseen una naturaleza que contrasta con un mundo lleno de egolatría, avaricia y crueldad.
Hablando a esas comunidades de creyentes Jesús dijo: «Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder… que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos» (Mateo 5:14, 16). Las personas renovadas por la vivencia de las enseñanzas de Jesús son comparadas con la inevitable visión de una ciudad construida en lo alto de un monte, que no puede pasar desapercibida. El llamado de Jesús ha convertido a los discípulos en esa ciudad. No puede ser de otra manera, ellos son la ciudad que se puede ver; si no fuera así, entonces no habría ninguna conversión y no serían discípulos de Jesús.


Lo que es visible al mundo no es el sermón de los creyentes, sino el creyente mismo. No se debe disociar el mensaje de los mensajeros y tampoco pueden los mensajeros permanecer ocultos, incluso si desearan estarlo. La ciudad en el monte no puede esconderse porque está visible a todos. Los discípulos deben ser quienes son, o de lo contrario no son seguidores de Jesús. El discipulado de los creyentes consiste en ser visibles y ser distintos al mundo; de no ser así, no hay discipulado.


Cuando el creyente escapa para no ser visto está negando su llamado. Una iglesia que se convierte en invisible dentro de una sociedad ha dejado de seguir a Jesús. Las iglesias pueden negar su naturaleza ya sea por temor al ser humano o por una adaptación al mundo bajo cualquier excusa. Las iglesias pueden pensar que el dejar de contrastar con el mundo es una buena estrategia misionera para atraer a más personas. También puede ser que su ocultamiento y silencio se justifique con una torpe idea de prudencia frente a un mundo que muestra desprecio hacia la verdad, el perdón y la honestidad. Tal iglesia olvida que Jesús también dijo que de nada sirve ganar el mundo si se pierde el ser. Otros justifican su traición a las enseñanzas de Jesús presentando su cobardía como «humildad» y condenando la visibilidad de la ciudad en el monte como «farisea». No es necesario demostrar que quienes piensan de esa manera están totalmente embebidos por el mundo por más religiosos que sean.


Una iglesia que opera únicamente en el marco de la libertad que la sociedad o los poderosos le otorguen no desea estar asentada sobre el monte, solo quiere ubicarse debajo de la cama. En este tipo de iglesia el criterio es que la luz no brille. Pero el llamado de Jesús es a seguir su camino; un camino de sencillez, ternura, compasión y perdón, pero que también recibe persecución y rechazo. En todos esos elementos hay un denominador común: llevar la cruz de Jesús. La cruz es esa extraña cualidad que ubica a la iglesia sobre el monte. En ningún caso se habla de que Dios se hará visible, sino que son los hechos de justicia los que se hacen visibles y hace que la gente alabe a Dios por esos hechos.


Tanto la cruz como las obras de la cruz se hacen visibles, y la firmeza y fe de los discípulos se hacen visibles también. No obstante, nada queda digno de alabanza para el discípulo que lleva la cruz, ni para la iglesia que es visible en la montaña, porque, encima de sus buenas obras, únicamente el Padre que está en el cielo puede ser alabado. De esta manera, los hombres ven la ciudad sobre el monte y la iglesia vive bajo la cruz; y es entonces cuando Dios les resulta creíble y ven la luz de la resurrección en sus vidas.

Pastor General de la Misión Cristiana Elim.

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Cristianismo Lucha Contra La Corrupción Opinión

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