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La solicitud de apoyo a las Naciones Unidas para terminar la guerra

La guerra en El Salvador había tomado una dimensión internacional por la Guerra Fría y, así, la paz necesitaba tener la misma dimensión, pues era necesario que los Estados Unidos y la Unión Soviética, por ejemplo, apoyaran ese esfuerzo. Esta realidad limitaba el papel de la Iglesia Católica y la Organización de los Estados Americanos como mediadores.

Por Francisco Galindo Vélez

Para 1989, la nueva realidad del mundo y la nueva política exterior de los Estados Unidos y de la Unión Soviética de favorecer la vía de la negociación para poner fin a los conflictos en Centroamérica, significó que los apoyos externos con que contaba cada parte habían cambiado radicalmente, haciéndoles caer en cuenta, si es que aún albergaban alguna duda, de que no había más opción que sentarse y negociar el fin de las guerras.

La guerra en El Salvador había tomado una dimensión internacional por la Guerra Fría y, así, la paz necesitaba tener la misma dimensión, pues era necesario que los Estados Unidos y la Unión Soviética, por ejemplo, apoyaran ese esfuerzo. Esta realidad limitaba el papel de la Iglesia Católica y la Organización de los Estados Americanos como mediadores.

En relación con la Iglesia Católica, en su artículo titulado El Salvador, parte del libro que editaron Melaine Greenberg, John H. Barton y Margaret E. McGuiness, Words Over War(que puede traducirse libremente como palabras sobre la guerra, publicado el año 2000), Barbara Messing manifiesta que el gobierno y el FMLN estaban de acuerdo en que la Iglesia carecía del alcance y la autoridad internacional que ambas partes consideraban necesarias para llegar a una solución del conflicto. Añade que el conflicto tenía sus raíces en causas políticas con vínculos internacionales que la Iglesia no podía abordar eficazmente, y que ambas parteshabían concluido que necesitaban un tercero imparcial que tuviera esa dimensión internacional. Sea como fuere, la Iglesia tuvo un papel menos visible, pero no menos importante, pues conocía bien a los miembros del gobierno y del FMLN, a los partidos políticos, al sector privado y a la sociedad civil.

Con respecto a la Organización de los Estados Americanos (OEA), en el mismo artículo, Barbara Messing asegura que en realidad nunca fue una opción porque el presidente Alfredo Cristiani pensaba que necesitaban que los Estados Unidos y la Unión Soviética aceptaran, simultáneamente, suspender el apoyo a la guerra en El Salvador, y porque ni la Unión Soviética ni Cuba eran miembros. Agrega que, por su parte, el FMLN coincidía en que el hecho de que tanto la Unión Soviética como Cuba no fueran miembros dificultaba el logro del objetivo que se habían fijado las partes y, además, la veía demasiado cercana a los Estados Unidos. Finalmente, recuerda que el ex secretario de Estado Adjunto para Asuntos Interamericanos, Bernard Aronson, opinó que históricamente la OEA no había tenido una función de mantenimiento de la paz y que, por lo tanto, le hubiera resultado difícil montar la maquinaria necesaria para hacerlo.  

En tal estado de cosas, la opción lógica eran las Naciones Unidas. El 9 de octubre de 1989, el secretario general Javier Pérez de Cuéllar informó al Consejo de Seguridad que había decidido aceptar la invitación del gobierno salvadoreño y del FMLN para que las Naciones Unidas participaran como observadores en una reunión en San José, Costa Rica, los días 16 y 17 de octubre de 1989, y que asistiría el subsecretario general Álvaro de Soto, que el 1º de septiembre de ese mismo año había nombrado como su representante personal para el proceso de paz en Centroamérica.  

El Dr. Álvaro de Soto participó como observador en la reunión en Costa Rica y, como afirma Barbara Messing en el artículo ya mencionado, resultó ser una revelación al constatar que todos estaban de mal humor, se arengaban unos a otros y que una de las primeras cosas que alguien dijo fue que lo que se estaba diciendo era un horror y que lo grabaría, lo que dio pie para que todos pusieran sus grabadoras sobre la mesa. Agrega que, en ese momento, el Representante del secretario general concluyó que nada saldría de aquella reunión, ya que no grabar es una regla básica. La otra lección, señala Messing, fue la necesidad de limitar las relaciones con la prensa, pues en la reunión enCosta Rica los delegados salían cada media hora para informar a los medios sobre lo que acontecía al interior. 

El secretario general de las Naciones Unidas y su equipo abordaron el conflicto salvadoreño desde el ángulo de una amenaza a la paz y a la seguridad internacionales, con una interpretación novedosa de la Carta, en particular del artículo 33, que establece que las “partes en una controversia cuya continuación sea susceptible de poner en peligro el mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales tratarán de buscarle solución”, y del 99, que estipula que el “Secretario General podrá llamar la atención del Consejo de Seguridad hacia cualquier asunto que en su opinión pueda poner en peligro el mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales”. 

Cabe recordar que en aquel tiempo había también conflictos en Guatemala y Nicaragua que podían poner en peligro la paz y la seguridad internacionales. Más allá de la tensión generalizada, había, por ejemplo, refugiados en toda la región y presencia y actividad de fuerzas irregulares en elterritorio de algunos países. Así, las Naciones Unidas decidieron abordar su tarea con un espíritu innovador, convencidas de que solo con una interpretación novedosa de la Carta había posibilidad de éxito.

Esto lo confirma Predo Nikken en su artículo titulado Negociando la nueva paz, parte del libro de Román Mayorga, Salvador Sánchez Cerén, Pedro Nikken, Enrique Ter Horst, Blanca Antonini, David Escobar Galindo y Álvaro de Soto, El Salvador, de la guerra civil a la paz negociada, publicado en 2014: “Tuve el privilegio y el honor de ser contactado por la Secretaría General de las Naciones Unidas como asesor jurídico externo para ese proceso. Cuando al inicio de las negociaciones me entrevisté por primera vez con el señor Álvaro de Soto, quien condujo admirablemente ese proceso como Representante del Secretario General, le pregunté por qué se buscaba un consultor externo teniendo la Organización una muy sólida Subsecretaría de asuntos jurídicos, me respondió que temían que la novedad de la empresa que se acometía no se adaptaría a los estándares normales de interpretación del ámbito de competencia de la ONU, según la Carta y que haría falta no temerle a los precedentes que se estarían creando mediante una lectura novedosa de la misma Carta, que abriera el camino para una operación de negociación y construcción de la paz, dentro de un conflicto armado no internacional…Pensé…que la protección de los derechos humanos y las libertades fundamentales, por ser uno de los fines de la ONU según su Carta, podría proporcionar una base conceptual sólida para abrir esos nuevos caminos y que, en las circunstancias del caso, el consenso de los actores nacionales, el beneplácito de los actores regionales y el mandato claro del Consejo de Seguridad constituían a su vez otra sólida base...para dar legitimidad, no solo política, sino fundamentalmente jurídica a la operación que se emprendía…”

De esta manera, Naciones Unidas se convirtió en el tercero imparcial que ayudó a bajar la tensión, generar confianza, hacer y explicar propuestas, interpretar palabras, frases y posiciones que de otro modo hubieran podido poner en riesgo todo el proceso de negociación. En su libro Conflict Resolution: An Introduction to Third Party Intervention(Resolución de conflictos, una introducción a la intervención de terceros, publicado en 2017), Soosaipillai I. Keethaponcalan recuerda la tipología de las funciones de un mediador de William Zartman y Saadia Touval: comunicación, formulación y manipulación; sin duda, las habilidades más importantes que usan los terceros para ayudar a resolver conflictos. 

En relación con esas tres habilidades, señala que: (1) La comunicación requiere que el tercero actúe como mensajero llevando y trayendo ideas entre las partes en conflicto. (2) La formulación incluye generar opciones y diseñar soluciones, y, como las partes ven el conflicto y su resolución a través de sus propias racionalidades y prejuicios, a menudo carecen de la capacidad de generar opciones que puedan adoptar, pero los terceros, por el contrario, pueden pensar creativamente en posibles alternativas. Pueden hacerlo fácilmente porque comprenden los intereses, preocupaciones y necesidades de ambas partes y, además, su evaluación de la situación no está oscurecida por los prejuicios de las partes en conflicto. Así, para ser efectiva, la estrategia de formulación requiere que el tercero tenga gran capacidad de persuasión. (3) La manipulación exige diferentes estrategias para empujar o atraer a las partes hacia un plan para resolver el conflicto;por eso se ha dicho a menudo que escuchar es una de las habilidades más importantes de la mediación. 

El Dr. David Escobar Galindo ha afirmado que fue en aquel momento que la Declaración franco-mexicana, de 28 de agosto de 1981, cobró su verdadero significado. Esa Declaración, vale recordar, reconocía la alianza del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional y del Frente Democrático Revolucionario como “fuerza política representativa”, y hacía un llamado para su participación “en la instauración de los mecanismos de acercamiento y negociación necesarios para una solución política de la crisis”. Para 1989, la mayoría de los países del mundo pensaba lo mismo. 

Exembajador de El Salvador en Francia y Colombia, exrepresentante del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) en Argelia, Colombia, Tayikistán y Francia y exrepresentante adjunto del ACNUR en Turquía, Yibuti, Egipto y México. También fue jurado del premio literario Le Prix des Ambassadeurs en París, Francia.

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