Creo que todas las niñas hemos soñado con ser princesas o bailarinas de ballet. Yo soñaba con lo segundo. Me encantaban los tutús, me encantaban las puntas, me encantaban los nombres en francés: “plié”, “arabesque”. Mis clases de ballet eran mágicas.
La casa dónde recibíamos la clase de ballet estaba frente al García Flamenco. Una cuadra más abajo estaba una tienda donde una señora hacía muñecas de trapo. Eran los años cuando uno era niña de a de veras y todavía mezclaba sus Barbies con muñecas así. Ese año, para Navidad, había escogido a la Fresita.
Una soleada tarde de octubre de 1979, me esperaba mi papá, no mi mamá, justo a la hora de salida. Esto era algo inaudito. Inmediatamente me subió al carro y aceleró. Cuando le pregunté que pasaba, me dijo que había habido un golpe de estado contra el General Humberto Romero. Llegamos a la casa, cenamos, y quizás para distraernos en lo que ellos escuchaban el radio de onda corta -pues se impuso una ley marcial y un estado de sitio que duraría hasta 1992-mi mamá nos prestó unas de sus revistas.
Y fue entonces que mi hermana vio la muñeca con pelo morado.
—Mirá —me dijo—, esta es la mía
—Ninguna muñeca tiene pelo morado
—Tu Fresita tiene pelo azul —me dijo mi hermana. Aunque era dos años menor que yo, era mucho más observadora.
—Pero parece negro. El tuyo es morado claro
Al día siguiente, ni fuimos al colegio, ni mi mamá fue a la oficina, ni mi papá tampoco. Años después supe que se habían disuelto la Asamblea y la Corte Suprema de Justicia y que había tiroteos en el centro de la ciudad. Lo que sí alcancé a leer era que el Presidente había huido a Guatemala. Cuándo le pregunté a mi papá quien era el nuevo presidente, me dijo que un grupo de personas; una Junta y se dedicó a escuchar a mi hermana y su petición de la muñeca con pelo morado. Eso me enfureció. Pero me enfureció más que no hubiera clase de ballet ni pudiera ir a ver a mi muñeca. Yo no entendía todo este relajo por el tal golpe de Estado.
No regresamos a la escuela hasta una semana después. Yo tenía pendientes, una visita a la casa de mi amiga Laura, por ejemplo. Pero el microbús iba medio vacío, y Laura no llegó ese día. Es más, nunca la volví a ver. Como tampoco a Roxana, Isabel y Marina. Marina y su familia salieron huyendo a Guatemala, porque ORDEN irrumpió en su casa, y milagrosamente no se llevaron a su padre, que era médico, detenido. La familia empacó sus maletas e intentó salir del país. Tuvieron un accidente en el camino.
Pero la vida continuó, con algunas modificaciones cómo que uno tenía que estar encerrado en la casa a las 6 (luego a las 7) o le disparaban. Así que todo se adelantó. Ya no nos dejaban jugar afuera de la escuela de ballet. Mi madre tan linda, me llevaba de vez en cuándo a ver a la Fresita, que seguía allí esperándome. Y mi hermana insistía en la muñeca de pelo morado para Navidad.
Una noche, mientras cenábamos, oímos un ruido estremecedor que hizo que las ventanas vibraran. Habían puesto una bomba en el Paseo Escalón. Inmediatamente, las luces se fueron. Las niñas comenzamos a llorar, y mi papá nos empezó a contar cuentos para tranquilizarnos. Nos dormimos a la luz de las velas. De nuevo, no hubo escuela al día siguiente porque no había luz…Después de eso, no fui a ballet más, ni vi a la Fresita
.
Poco a poco nos acostumbramos a las bombas. Para Navidad, nos permitieron estar fuera hasta las siete. Pero a veces era cuarto a las siete y mi papá no estaba en casa. Yo no sabía que estaba haciendo. Cuando al fin llegaba, hacía esfuerzos por no llorar. Tenía tanto miedo que lo mataran o explotara una bomba…
Llegó Navidad. Mis padres consiguieron una rama de ciprés enorme y la llenaron de luces. Mi mamá dijo que los pavos estaban chiquitos ese año así que tendríamos dos- fue hasta que fui adulta que me di cuenta que eran pollos. Pero lo más importante fue que la Fresita estaba debajo del árbol y también una muñeca llamada Morita, por su pelo morado.
Yo estaba asombrada de cómo mis padres la habían conseguido, porque no muchos juguetes entraban al país. Pero mi hermana y su ojo de (futuro) médico, vio que los labios no eran exactamente iguales. “No es la de la revista, “ dijo. Pero abrazó a su muñeca de todas formas.
Años después, mi padre me contó que la señora cerró su tienda, pues la situación de violencia se recrudeció. Se encontró una costurera y logró que le hiciera las dos muñecas para dárselas a sus hijas en Navidad. Era peligroso reunirse, así que la señora llegaba a la tienda dónde mi padre trabajaba y “compraba” bolígrafos (por años tuvimos bolígrafos de regalo) y le enseñaba las muñecas. El último día mi padre las “compró” . Esas eran sus llegadas tarde.
Durante el año de la encerrona, encontré a la Fresita. En esos días perdidos, le arreglé su pelo, le pinté de nuevo su carita, pero dejé mis puntadas que de niña le hice en el cuello, quebrado de tanto abrazo, pues fue mi compañera durante muchos años de bombazos en la guerra. La Fresita es el mudo testigo que el amor de los padres es más fuerte que la violencia.
Educadora.