Quizá el término “woke”, que significa “despierto” en inglés, no es que suene mucho. En cambio, me parece que el lector sí que habrá oído de estatuas de personajes históricos derribadas por turbas; bibliotecas infantiles depuradas de libros sexistas, racistas o “haters”; cómicos, autores literarios, filósofos o políticos linchados en las redes sociales… y lo que engloba todas esas acciones: la llamada cultura de la cancelación.
Todas son manifestaciones de una mentalidad que se ha instalado principalmente en los ámbitos académicos, algunos medios de comunicación y en las redes sociales en el ámbito de los países occidentales. Una suerte de ideología a la que se adscribe gente “despierta”, porque se “da cuenta” de las injusticias históricas que se han cometido por motivos racistas, sexistas o clasistas; y que se perpetúan por una especie de estructuración de la sociedad, que hay que combatir.
Sin embargo, al mismo tiempo que reivindican y condenan da la impresión de que no reparan tanto en las injusticias que esa misma ideología o forma de pensar promueve; por el antiguo, pero nunca superado procedimiento de querer hacer pasar a todos por una concepción predeterminada desde la que se juzga y se actúa.
Los promotores terminan siendo grupos minoritarios cuyos integrantes cuentan con un nivel de educación importante, las redacciones de algunos medios de comunicación determinados y ciertas universidades prestigiosas que cuentan con el megáfono de los medios de comunicación, y la caja de resonancia de las redes sociales para hacerse oír, expandir sus planteamientos, y llamar a la acción.
Una acción que con frecuencia se concreta en el “linchamiento” público de monumentos y estatuas de quienes caen en su mira, el bloqueo de catedráticos y de conferencias cuyo contenido les molesta, etc. Todo esto, bajo el ojo atento de las cámaras, los redactores y los “tuitstars” respectivos, que dan vuelo a la onda expansiva de sucesos que de otro modo quedarían prácticamente desconocidos por el gran público.
Hay quien sostiene que en el fondo se trata de un fenómeno de neo tribalismo. La gran comunidad, la sociedad del post liberalismo, se fracciona en grupúsculos aunados en identidades que están convencidas, en primer lugar, que todo el sistema social ha sido montado y construido en su contra, en oposición no solo de sus intereses, sino de sus mismas personas; y en segundo lugar, se enquistan y se ocupan por reivindicar sus intereses, su dignidad, su dañada imagen; o en ganar con todo ello ventajas fiscales, sociales, económicas.
Paradójicamente, es el final del camino político que comenzó reclamando la igualdad de todos dentro de la sociedad, y que terminó fijándose en los derechos y en los intereses de una serie de grupos vinculados a movimientos contra culturales. Desde el feminismo de tercera o cuarta ola, hasta el más reciente “black lives matter”.
Es decir, la cultura Woke, o el movimiento Woke es el fruto de un cambio en los valores que fundamentan el pensamiento político de izquierda. Y, así, de fundar toda la acción política en la igualdad (de derechos y de obligaciones), ahora la base se encuentra en la búsqueda asimétrica de la justicia. Entendiendo como justa la acción que corrija desventajas de partida y marginaciones sociales-económico-culturales que sufren conglomerados minoritarios: mujeres, latinos, afroamericanos, personas no heterosexuales, por ejemplo; aglutinados precisamente por las injusticias que el mainstream cultural, o las clases pudientes -una vez más el concepto tribal- las han infligido desde sus “privilegios”a lo largo de la historia.
De manera que el viejo concepto de igualdad ante la ley queda obsoleto; pues lo que se necesita hoy día, dicen, no es igualdad sino un plus de protección para los históricamente marginados; de modo que en el mediano plazo se alcanzará la paridad de resultados que en su origen proponía la vieja y deseada igualdad de derechos y oportunidades.
Ingeniero/@carlosmayorare