Siglo XXI, 77 años desde la Segunda Guerra Mundial, 33 años desde la Guerra Fría. Uno pensaría que acontecimientos como esos son cosa del pasado, conflictos que quedaron en la memoria y como base para mejorar como sociedad. Sin embargo, casos actuales contradicen tal afirmación.
Entender una guerra nunca es fácil porque no resulta de una sola circunstancia, sino de varias, que al sumarse engendran un sentimiento de lucha y de desprecio, que pasa por alto la vida humana. La guerra es un flagelo que ha acompañado al ser humano desde las sociedades primitivas y que saca lo peor de éste para enfrentarlo con sus semejantes. Que una guerra se justifique en la “defensa nacional” no la hace menos guerra, pues más allá de las pérdidas económicas e inestabilidad política, el precio de las decenas de personas que mueren y sufren dicha guerra es mayor.
Dicen que las guerras son necesarias, sobre todo porque, en un mundo tan complejo, es difícil que reinen el amor y la abundancia, la igualdad y la homogeneidad, pues entonces se abriría paso una entropía social. Sin embargo, no considero que el precio a pagar para resolver conflictos sea el sufrimiento de toda una nación o del mundo, según sea el caso.
Se tiene conocimiento de que los mayores enfrentamientos bélicos de la historia han surgido por presiones sociopolíticas o económicas, y, específicamente, por la falta de diálogo entre los gobernantes de los países —problemas de comunicación graves, si se quiere ver de esa manera—. De ello se desprende que las consecuencias de estos conflictos podrían mermarse si tales líderes tomasen decisiones con un poco más de consciencia e invitaran a su adversario a tomar un café primero. Ya lo dijo Sun Tzu: “Quien sabe resolver las dificultades las resuelve antes de que surjan”.
Conflictos anteriores, como la Guerra de Vietnam, no se justifican en ninguna circunstancia. Sin embargo, considerando cómo era el comportamiento de las sociedades en esas épocas, dados los conocimientos primitivos y en desarrollo, la escasa información y el lento progreso en las tempranas relaciones entre los países, es más lógico pensar las razones por las que se inclinaban a tomar decisiones nefastas, tales como iniciar guerras. Poco se practicaba, por tanto, la resolución de conflictos por vías alternas, donde el diálogo y la paciencia son componentes primordiales.
Hoy nos encontramos en un mundo diferente, la consciencia colectiva de una sociedad no puede ser la misma que hace cuarenta y siete años. Hay avances sociales, políticos, económicos, informáticos, tecnológicos, incluso, psicológicos que permiten a una sociedad progresar y no quedarse con las ideas o adoctrinamientos de siglos pasados. Nos permitimos extender las maneras de hacer las cosas, entre ellas, la manera en cómo resolvemos nuestras diferencias.
El cambio es inevitable, desde la manera en la que nos comunicamos hasta la manera en la que recibimos información y cómo reaccionamos a ella. El mundo actual está plagado de conocimientos y estímulos constantes, donde se han descubierto nuevas alternativas para resolver problemas, donde se reconocen los derechos humanos, donde cada país aporta y está conectado con el mundo global —y, por tanto, sufre consecuencias directas o indirectas con los conflictos que suceden, así sea, al otro lado del mundo—. Con cada uno de los avances tecnológicos y conocimientos que se tienen hasta la fecha, la guerra parece previsible; no obstante, no es imposible. Lo anterior queda comprobado por, lo que parece ser, el cese dificultoso de guerras que sufren países como Siria, Yemen, Palestina, Israel, Etiopía y Ucrania.
Por cómo se desarrolla el mundo actualmente y la cantidad de información a la que se tiene acceso, se debe resaltar la importancia de que líderes gobernantes y organizaciones internacionales se pronuncien en contra o condenen este tipo de acciones y sometimientos cuando suceden. De lo contrario, se puede dar paso a una idea equivocada. Aunque el silencio no siempre debe interpretarse como apoyo, la ausencia de una declaración expresa sobre su posición no da a entender lo contrario.
Estudiante de Ciencias Jurídicas
Club de Opinión Política Estudiantil (COPE)