El título de esta columna tiene que ver con lo único que justifica la existencia de la Fuerza Armada de acuerdo con Manuel José Arce: sin república seremos cualquier cosa, menos Fuerza Armada
Hay que recuperar la memoria, la historia y, especialmente, el espíritu de los Acuerdos de Paz que señalaron “El papel de la Fuerza Armada dentro de una sociedad democrática”.
El peor error de una sociedad es elevar la voz demasiado tarde ante los abusos del poder. Desearle que le vaya bien al presidente es un deber de todos, pero también implica señalarle cuando falla. La democracia no la salvan jefazos con acciones milagrosas e imposibles; la salvamos todos los ciudadanos. Los sentimientos no deben patear la razón.
Pasados 30 años de la reforma militar de 1992, por responsabilidad y con orgullo me referiré al tema castrense. “Al poder se le debe hablar claro”.
Veo con tristeza cómo el pasado se parece demasiado al presente, producto de una amnesia institucional y en lugar de alejarse de ese pasado triste, estamos cada día acercándonos más para hacerlo visible. Se debe desechar todo aquello en materia política e ideológica, alejarnos y dejárselo a la sociedad civil y política a quienes le son propias.
Lo relevante está en saber leer la historia, que enseña que “en tiempos normales, las diferencias entre sociedad civil y sociedad militar permanecen normales, porque están separadas, pero cuando los militares nos convertimos en soporte de gobernantes, el roce se vuelve doloroso”. Les recuerdo que luego vendrán las recriminaciones. Hay que retomar el camino.
Deseo dejar con claridad que el señor presidente tiene la calidad de su comandante general; dicha comandancia en su funcionamiento es un organismo colegiado y sus actuaciones deben estar dentro del marco de la Constitución y las leyes, no se debe a persona alguna, ni se puede utilizar a voluntad de persona alguna, que pueda crear un hiperpresidencialismo,
La Fuerza Armada no puede emplearse con fines políticos, actividades político-partidistas. Tampoco para cualquier objetivo, ni instrumentalizarla de manera general, como servir de seguridad de funcionario alguno, incluido el señor presidente. No se puede ocupar en dimensiones individuales y colectivas, que generen tensión, zozobra e inseguridad con su uso indebido, que el Estado tiene en su dimensión del Estado de Derecho. No hay espacio para las distorsiones en el quehacer castrense, nada exime la sensatez y la racionalidad, ni someterse a la voluntad de una persona, ni a una sola regla, que sustituya su deber aunque el discurso recurra a la retórica “DEL PUEBLO”
La Fuerza Armada es una institución con rango en la Constitución, a la cual está sometida; ocupa un lugar medular, como brazo armado del Estado, pero de manera diferente en relación con el pasado, dejando atrás el lastre de prácticas políticas e ideológicas, es decir, ¡ el futuro enterrando al pasado, y no el pasado enterrando el futuro! En la discusión de la reforma de la Constitución del 83, el señor general Aguirre sentenció: “Cuando las armas ingresan a la política, algo sale mal”. Luego el Lic. Rey Prendes también sentenció: “Cuando la política ingresa en las armas o las armas ingresan a la política ambas se corrompen”. Base de la apoliticidad.
Los ideales de un soldado están marcados en la Constitución. “Profesional. Obediente, apolítica y no deliberante”.
El deber de la observancia a las órdenes y mandatos no equivale a una obediencia ciega e irracional, su cumplimiento es inseparable de los valores democráticos y el respeto a la constitución y las leyes, en todas sus partes.
La obediencia tiene un carácter instrumental que permite lograr fines constitucionales, y su cumplimiento de órdenes no pueden afectar los principios básicos, y fundamentales de la Constitución, especialmente la separación de poderes, el Estado de Derecho, la seguridad jurídica, el fortalecimiento de la democracia. Utilizar a la Fuerza Armada para fines contrarios significa la ruptura del orden constitucional.
Me siento orgulloso de mi profesión militar, y escribo esta columna ante la epidemia de silencio, no seré parte de la conspiración del silencio, es una traición a mi institución y a la democracia. El silencio en la historia solo ha servido para ser cómplice de lo que sucede, no deben existir soldados enemigos de la República.
NO DEBEMOS PERMITIR EL USO DE LA INSTITUCIONALIDAD INCENDIANDO LA DEMOCRACIA, Y PERDIENDO EL FUTURO.
General retirado.