En pocos días, los presidentes de Francia, Emmanuel Macron; de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, y de Brasil, Luiz Inacio Lula da Silva, efectuaron visitas de Estado y oficiales en la República Popular de China. Cada uno tiene una agenda particular: Francia es, como China, miembro permanente del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas, del G20, así como poseedor de potencial nuclear, tanto civil como militar. París reconoció a China Popular en 1964 con el general de Gaulle, por lo que en 2024 se celebran los 60 años de una relación importante y, aún más, en un contexto internacional puesto bajo tensiones. La presencia de la presidenta de la Comisión Europea tenía el propósito de recordar la fuerza comercial de Europa tanto como la dimensión global de los intereses de ese continente.
Brasil, bajo la presidencia de Lula da Silva, busca volverse visible, es decir, ganando un espacio de influencia sobre el escenario internacional, usando su posición en los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica). Obviamente, intenta desarrollar una visión “alternativa” a la “occidental”. El margen queda estrecho pero el presidente Lula sabe que debe llevar la posición de manera visible y fuerte, para que le presten atención . Es sin duda, la razón por la cual criticó el dólar como moneda comercial mundial y las posiciones del Fondo Monetario Internacional (FMI), acusándolo en “asfixiar economías de unos países como Argentina”. Alejándose de dogmas y símbolos que ilustran la potencia económica de los Estados Unidos en el mundo, en medio de unas tensiones que acompañan la búsqueda de una nueva arquitectura internacional de seguridad, Lula está tomando a la vez posición y riesgos.
Puede ser que Brasil quiera aparecer como un portavoz de países que sienten aislados o insuficientemente representados. Puede ser que intente ganar una posición fuerte a la par de China y Rusia, para posicionarse como un posible mediador en el conflicto ucraniano. Por el momento, Lula tomó la postura contestataria del orden económico vigente mientras China se consolida como la segunda potencia económica mundial. Brasil y China no adoptaron las políticas de sanciones contra Rusia desde que empezó el conflicto, el 24 de febrero de 2022. Ambos países tienen un agenda compartida para consolidar sus posiciones económicas: por ejemplo, han sellado un acuerdo para que sus intercambios comerciales se realicen en sus monedas nacionales. Primer socio comercial de Brasil, los intercambios bilaterales significaron cerca de 150 mil millones de dólares en 2022, 89.7, siendo exportados por Brasil hacia China.
Ahora bien, las consecuencias para ambos actores no son las mismas: China busca consolidar su posición de nueva interfaz internacional con los Estados Unidos: potencia económica, con una presencia geográfica reforzada tanto en Asia, África como América Latina, tendrá que reforzar su dimensión militar global, estando todavía distanciada de EE.UU. Para Brasil, se trata de aparecer como un actor de primer rango de los BRICS, potencialmente impulsado por una forma de protesta contra el orden internacional clásico influido por Occidente, para poder hablar con los Estados Unidos en nombre por ejemplo de América Latina. El juego internacional podría ofrecer esta opción si estuviésemos en tiempos pacíficos. No es el caso hoy en día: las armas truenan como es el caso en Europa.
El fondo de pantalla se oscurece como es el caso en Asia, en el mar de China, donde la situación de Taiwán se vuelve aún más tensa. Y en la “periferia” de los centros de rivalidad, tanto en África, en Asia Central, en Medio Oriente, parece ser privilegiarse la lógica del más fuerte que la del diálogo.
Nutre una búsqueda de ordenamiento de una nueva lógica internacional que privilegia la de los bloques: la bipolaridad hoy en día sobre los Estados Unidos, contando con aliados dentro de los cuales Europa, y China que intenta construir nuevos conjuntos estratégicos tal como con Rusia o Brasil.
¿Sería posible abrir un espectro de alianzas según el concepto de la graduación en la convergencia de intereses? Fue lo que intentó hacer el presidente francés durante su visita a China, sobre el tema de Taiwán, defendiendo el concepto de la “autonomía estratégica europea”, buscando promover la idea de una “independencia” de Europa en la “interdependencia de los intereses estratégicos”.
El 8 de abril, buques de guerra chinos volvieron a rodear Taiwán y aviones de combate simularon ataques contra la isla.
Macron declaró que no era asunto de Europa “verse envuelta en crisis que no son nuestras”. En nombre de la “autonomía estratégica”, dijo, Europa no debe ser “seguidora” de Estados Unidos en una crisis como la de Taiwán.
Esta posición abrió el debate sobre el escenario internacional. Entre protestas y apoyos, la posición francesa sirvió por lo menos para hacer prevalecer el concepto de una gradualidad que no parece compatible con la lógica de los bloques. Es la experiencia que vive el presidente brasileño, intentando abrirse un espacio sobre el escenario económico pero cuidándose de aparecer sobre los temas a pesar de todo, céntricos, que son los que tocan a la seguridad y a la dimensión militar de la potencia.
Sin duda, cada uno en su tradición está intentando influir el rumbo internacional, recordando las virtudes del multilateralismo mientras el presente consolida las posiciones intangibles de los bloques. La unidad de valores en la diversidad de los intereses, es decir, los pilares del federalismo no parecen muy compatibles con el endurecimiento internacional al cual asistimos desde el principio de la guerra en Ucrania.
Politólogo francés y especialista en relaciones internacionales