La deslumbrante astrofísica de la civilización moderna ha enfocado su mirada hasta los confines de nuestro universo, buscando el origen mismo de la vida y la Creación (ya divina o de la física cuántica). Ha podido observar las maravillas del anchuroso cosmos, no así las de nuestro propio ser y de nuestro mismo planeta, del cual nos hemos convertido en su mayor amenaza y enemigo. El nuevo y poderoso telescopio y observatorio espacial “James Webb” -desarrollado por la colaboración de veinte países- ha sido construido y operado por la Agencia Espacial Europea, la Agencia Espacial Canadiense y la NASA, para sustituir los telescopios anteriores. Su principal objetivo es observar las primeras galaxias formadas en nuestro Universo temprano. Es capaz de mirar más allá de 13,500 millones de años atrás, cuando nuestro cosmos (de 13,800 años de edad) tenía apenas unos 300 millones de años. Su espejo dorado e instrumentos infrarrojos han logrado detectar galaxias que surgieron después del “Big Bang” -o gran explosión del principio universal- cuando se formaron materia, tiempo y espacio. Las nuevas imágenes del “James Webb” muestran planetas gigantes, estrellas agonizantes y galaxias colisionando a altísima velocidad. ¿Cuánto significamos ante tanta grandeza? ¿O somos tan sólo “los ojos por donde Dios contempla el Universo”? El logro astronómico ocurre en la era cuando nuestra misma especie y civilización microcósmica corre un inminente peligro de autodestrucción, pese a ser testigos de tal grandeza creadora . <Palabras Balaguer-Facebook>
Telescopio "James Webb" revela lo más profundo del universo y no del alma humana
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