Dichosos los ojos que ven la belleza invisible; los oídos que escuchan la música del silencio; los labios que pronuncian el porvenir de una promesa; el verso dicho sin palabras; el sentir cercano lo hermoso de la lejanía; el tocar con la mirada las alas de su sueño. Eso se da en el niño o el hombre, viendo sus futuras conquistas; en la niña y en el poema hecho mujer que mira brillar el sol del posible-imposible amor. Las manos que tocan el infinito. O, dicho a la inversa, el distante infinito que nos toca. El genio creativo suele ver en la nada la imagen de su creación, tanto en la ciencia como en las bellas artes. El científico y el artista, en verdad no inventan: descubren. Al igual que los argonautas navegantes o los expedicionarios buscando mundos perdidos. El compositor de una canción o sinfonía suele escucharla antes en el silencio de su cosmos interior. O, en todo caso, inspirarse en la belleza, la gloria o el drama de la vida. El poeta, pintor, dramaturgo, danzarín, escultor… por igual juegan a ser la divinidad creadora, imitando o recreando la obra del divino Artista. Siempre viendo lo invisible; escuchando lo inaudito; alcanzando lo inalcanzable. Como los lejanos navegantes de la mitología griega del navío Argos -el gigante de los cien ojos- vamos por el anchuroso mar en busca del dorado “Vellocino de Oro” de la Cólquide. ”<Palabras Balaguer-Facebook>
En busca del "Vellocino de Oro" de nuestro sueño
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