Eva Stella y yo, Lucrecio, sabíamos que el viaje en la nave ultra lumínica “Ícaro” sería nuestra última odisea y de la misma especie humana que –en el tiempo cósmico—sólo era fugaz ilusión. Fue cuando vimos en el futuro del éxodo nuestras vidas pasadas. Las cuales, en la elipsis tiempo-espacio, ya habían llegado al mañana. En el viento del desierto escuchamos las risas de “Lagu” (“Luz” en lengua veda) y de “Parvati” (Diosa de la Tierra) como les nombraría la raza azul del “tercer cielo” a nuestros futuros hijos interestelares. Nuestro amado planeta Tierra quedaría en la soledad de la Historia. Kâlî, tenebrosa edad cósmica, cubriría los confines de nuestra última civilización. El Tiempo –potencia trascendente que crea y desintegra lo creado, rompiendo las ataduras y humanas ilusiones— escribiría la última odisea del Homo Estelar. El mismo que -en la evolución cuántica- habría surgido milenios atrás en los desiertos de Siria, Egipto e Irak, fundando las grandes civilizaciones de la Historia. Antes de emprender nuestra última odisea de amor, Indra y Karuna nos perdimos por siempre en el profundo desierto bajo la luz estelar de la leyenda. (LXI)
El viaje de "Ícaro" a las estrellas
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