Los años siguieron disipándose en el valle. Era un tiempo mejor que alumbraba la vida. El ahuyentador de pájaros decidió meter en el cerrojo del aire la llave maravillosa que le diera el ángel mensajero. Y nuevamente los dulces anhelos pudieron volver a ser posible. Recordando el suyo, el espantajo recordó el de todos. Porque cada quien veía en él su mismo deseo. Aunque se chamuscara en las quemas, el muñeco de mimbre guardaba la llave prodigiosa. Otras veces fueron la aldeana, el poeta, el diablo de las margaritas o el mago sin fortuna quien la conservara. Más de una ocasión le tocó a la muerte -sembradora de los plantíos- resguardar la llave del reino y así -después de morir las ilusiones- podrían volver a renacer. “Soy un sueño, amigo Espanta visiones –dijo la brisa que llegaba. Aquel que al despertar volvió se realidad. Déjame entrar y alumbrar el reino del eterno anhelo. Quiero vivir en un corazón y despertar en la dichosa dimensión del imposible.” “Puedes pasar, sueño sin despertar” –dijo el guardián de palma. Entonces el sueño sin nacer -en vez de meterse en las puertas del reino- entró al corazón del espantajo. “¡Espantapájaros ha vuelto a vivir!” –anunció la urraca gritona a los demás pájaros del sembrado. “¿Por qué lo dices?” –preguntó la incrédula perdiz. “Es claro -respondió el ave albiceleste. Se lo ha oído cantar y sonreír de nuevo. Y en los campos de la eterna sonrisa sólo sonríen los que vuelven a enamorarse de la vida.” (XLIV) De: “La Vida es Cuento” © C. Balaguer
El sueño sin despertar
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