Los años pasaron en las altas cumbres del pasado. La leyenda de Rhuna el cazador de selvas, gacelas y esfinges, había sido olvidada por muchos. Excepto por los monjes del monasterio que -desde mucho tiempo atrás- resguardaron los mapas del reino, los cuales habían sido devueltos por el lejano héroe ancestral. Susmitananda -el nuevo príncipe de la “sonrisa de la bienaventuranza”- amaba a Lacsmi su hermosa mujer, en los floridos jardines del palacio de basalto y granito. Desde niños él y ella fueron unidos en matrimonio, porque de esa forma se conservaría la heredad del Reino de Rhuna, allá en las apartadas tierras altas. Las tradiciones hablaban del antiguo emperador —fundador de la dinastía— que perdió su trono por ir detrás de una pérfida esfinge. Nadie supo su destino. Se cree que aquel hombre llamado Kania conocía las artes mágicas del encantamiento y del ensueño. Que de esa forma habría logrado vencer a la temible cantora de los montes. Este enigmático personaje cuyo final es un misterio, devolvió a los rhunos el imperio —según rezaba la tradición— fundando un nuevo dominio. No obstante, se decía que con el tiempo había sido traicionado por su mismo pueblo en sus fallidos intentos de conquistar a las criaturas fabulosas del enigma y la gloria. Precisamente en una de las cuales llegó a convertirse el desaparecido conquistador. (LXXXI) <de “La Esfinge Desnuda” -C.B.>
Los años perdidos del último reino
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