La Esfinge concluyó diciendo al arquero: “Incapaces de olvidar se olvidan a sí mismos. El tiempo es el implacable juez de su fragilidad humana. Así que para recordar la vida debes olvidar, querido adepto. Debes aprender a usar el arco celeste del olvido. Debes asesinar arquero triste los días perdidos del amor...”Así, Kania aprendió el arte de los hombres fugaces: el de olvidar. Arte del Divino Recuerdo, que era el recuerdo de su dios interior. Porque la esfinge que Kania sacaba del espejo del zurrón, era la misma esfinge de su ser interior. Tenía el mismo rostro, los mismos ojos, el mismo llanto y el mismo reírse de sí mismo, y de lo que alguna vez soñó ser. Ya no era el cazador de esfinges, sino el cazador de sí mismo, de su propio y desterrado recuerdo. Hombre y a la vez desamparada fiera. Desnudo del ayer y sin el oro que cubría a la misteriosa Simha. Durante una batalla con su propio recuerdo, aprendió el arte más difícil de los hombres—fábula: el arte de morir. Desde entonces, al igual que la divina cantora del erial, ya no pudo morir, como es el destino de aquellos que perdonaron el pasado. (XIII) <de “La Esfinge Desnuda” -C.B.>
El arte del divino recuerdo
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