La especie cósmica del triste ser humano argumenta sus guerras, mas no su paz, progreso e iluminación. En la “cúspide” de su “evolución” en vez de crear un mundo mejor lo agrede y arrebata. Incapaz de amarse a sí mismo y a la vida, termina amando materias, en tanto sus nobles anhelos acaban borrados por su propia mano. Su paz interior la vende al mejor postor. Cambia el oro del amor por el de la industria de muerte. Antes de reprimir a otros lo ha hecho contra sí mismo, intentando ganar con la guerra, lo que no puede con la paz. Su desarrollo intelectivo en la escala de su evolución lo ha llevado a crear tanto paraísos como infiernos. Los primeros, borrados por su propia mano; los segundos, inscritos con dolor, sangre y soledad. Su doble naturaleza se mueve entre la bondad y el sadismo; entre la esperanza y perversión. Su imposibilidad de pacto, su injusticia, falta de sabiduría y entendimiento -junto a su desmedido apego al dolor- hacen que el mismo se vuelva un nefasto “placer” en su alma. Para crear un nuevo mundo necesita sustituir sus perversas teorías de dominación por la alumbrada gloria de la paz y el progreso, a fin de recobrar el perdido Edén que antecede nuestra historia sagrada. “Eros” el placer y “Thanatos” la muerte, en algún lugar de la galaxia… ¿Sueño feliz o pesadilla interestelar?
El odio y el amor en algún lugar del universo
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