“Ahora me he convertido en la muerte, en destructor de mundos” expresó el físico nuclear Robert Oppenheimer, citando un texto hinduísta del Bhagavad-Gita. Ello, ante el horror y dolor humano, causado por las bombas nucleares lanzadas en Japón en 1946, de las cuales era coautor. La barbarie de guerras, invasiones, armas biológicas, limpiezas raciales del expansionismo geodésico convierte al “Homo Bellum” (Hombre de la Guerra) en eso mismo: muerte y destructor de mundos. Ante este crucial y dantesco escenario del S. XXI, sólo el Humanismo Universal nos devolverá el derecho a la paz y salvación de la especie y civilizaciones. “Amar es el arte de perdonar” reza el axioma. La imposibilidad de amar hace que el ser humano se entregue al dolor. Esto dentro del campo social, clínico y espiritual. Las guerras en el Orbe conllevan causas no precisamente humanistas. La “civilización” moderna justifica sus masacres y purgas raciales, argumentando un “derecho soberano” de supremacía y dominio. Cuando, en realidad, el trasfondo es la perversa teoría de conquista y dominación, más que de bien, paz y progreso en una relación social de ganar-ganar; vivir-vivir. La desmedida sed de poder y riquezas materiales lleva al Homo Sapiens Universal a su misma caída y miseria histórico-espiritual. Esto lo demuestran imperios militar y económicamente poderosos, pero moralmente pobres y débiles. Mismos del Hombre que se convierte en “muerte y destrucción” de mundos, como dijera el célebre físico nuclear.
El hombre convertido en “muerte y destructor de mundos”
.