Una “cuenta fortunas” -que también buscaba el paraíso- llegó hasta la figura de palma, queriendo cruzar los umbrales de aquel reino lejano: “Príncipe de los campos; guardián de la dulzura –dijo. Busco la dulce profecía. Soy la vidente que lee el destino en las estrellas y en la palma de las manos. La que mira viajes en el fondo de las tazas de café; la suerte en las barajas o en el mensaje secreto de los sueños. Esta vez vengo a ti, buscando adivinar mi felicidad.” “Antes de leer las cartas del oráculo, lee lo escrito en tu propio corazón. Ahí encontrarás el prodigio.” –respondió el celador. Luego el espanta albures preguntó a la pitonisa: “Y tú, adivina viajera, ¿Qué lees en mis manos de pastura?” Tomando sus manos de paja entre las suyas, la mujer leyó su suerte. “Este verano te anuncia fortuna -dijo- en tu amorío con la joven campesina que trabaja en las eras. A pesar que ella misma habrá de abandonarte cuando terminen las cortas. Te acechan los mismos incendios de la temporada. Debes de estar atento de cuidar las puertas de la felicidad.” “Puedes entrar” -dijo a la nigromante (“cuenta fortunas” sin fortuna) que luego se internó en el valle del sempiterno verdor, tras la dicha del porvenir de su destino. Y los sucesos fueron de esa manera. Al final de la cosecha el espanta lirios volvería a decir adiós su amada cantora y nuevamente quedaría solo –“espantapájaramente” solo- sobre el llano. Sin la dulzura de una caricia ni de un cuento de felicidad. Porque en la tierra del imposible los espantajos como él no tuvieron porvenir en el amor. Sólo en la gracia de sus anhelos de caña y hojarasca. Como suelen ser los delirios y anhelos. (XXXV) De: “La Vida es Cuento” © C. Balaguer
La “cuenta fortunas” sin fortuna
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