“Mi fiel amigo de mimbre –le dijo una vez la enamorada aldeana al espanta cuervos. Aunque los labriegos te causaran mucha pena, siempre te cubriste de campánulas azules en invierno y de brillantes luceros en noches sin luz. Tampoco dejaste de imaginar la felicidad. Déjame ver lo que tienes por corazón” –agregó, abriendo con sus manos la camisa del muñeco. Asombrada, descubrió en su interior un perfumado panal de miel. Comprendió que por ello salían gotas de dulzura del pecho del espantajo, cada vez que la suerte o algún labrador le golpearan el alma con una vara. “¿Por qué permites que golpeen al espantajo?” –preguntó a Dios la joven labriega. “La miel sólo puede salir de un panal roto –respondió el Creador. Deja que el espanta versos siga dando miel.”
Años atrás el Creador había dicho al espantapájaros: “La bondad de tu alma debe ser premiada. Has sido bondadoso con los pájaros y con aquellos que buscaban las mieles de la felicidad perdida. Por ello he de premiarte. Desde hoy tendrás por corazón una colmena.” Así fue como hizo aparecer con su varilla mágica el panal dentro del pecho del espantajo. De esa manera siempre estaría cubierto de abejas y estrellas. Por cada golpe de la suerte y la adversidad, el muñeco de paja daba gotas de dulzura al picaflor de las llanuras. Como suele ocurrir con los hombres de buena voluntad que aceptan el precio de una lágrima a cambio de una estrella o de una gota de almíbar. (XXVII) De: “La Vida es Cuento” © C. Balaguer