Cierto amanecer llegó al reino del eterno florecer una inesperada visita. “¿Quién eres, viajero que llegas desde feudos lejanos?” -preguntó el Espanta alondras. “Soy un pobre diablo –respondió el recién llegado. Vago errante, sin encontrar dulzura ni perdón. La Humanidad me achacó su propio y sombrío pecado, atribuyéndome sus culpas. Pero yo, Señor del Maizal, sólo soy culpable de ser un diablo bueno. Y los diablos buenos sólo pueden existir en la tierra del imposible.”
“Puedes entrar al paraíso” –dijo el espantapájaros, compadecido del pobre diantre. “En esos campos del eterno romance tu trabajo será plantar las margaritas. Mañana los hombres se juzgarán a sí mismos y sabrán quién fue culpable o inocente: si tú o ellos. Mientras tanto, estarás plantando perlas.” Después vinieron las quemas de abril, cuando las primeras lluvias se anunciaban sobre la planicie y los aldeanos preparaban la siembra. Así el inocente demonio se puso a sembrar el paraíso.
Otro día de tantos llegó otro viajero hasta el umbral del reino del eterno imposible. Dirigiéndose al celador de paja dijo: “Señor, soy asesino. No de hombres, ni de pájaros, sino de sueños. Asesiné mis ilusiones más amadas y aquello fue como asesinar la vida. En cuenta el amor. Mi castigo fue dejar de anhelar. Busco la tierra del eterno idilio, a fin de saldar la deuda con mi felicidad.” “Puedes pasar, asesino de ilusiones -dijo el celador. Todos somos inocentes de matar nuestros anhelos. Allá en los campos del eterno reír volverás a crear la felicidad.”. (XXV) De: “La Vida es Cuento” © C. Balaguer