Así pasaron por aquella fabulosa heredad del espantapájaros bueno, tantos buscadores del paraíso olvidado. “¿Quién eres, hombre iluso que llegas?” –preguntó una vez a un recién llegado, que llevaba una imaginaria corona de laureles sobre su frente. “Señor espanta zorros, soy un poeta” –respondió aquel, con aire de vanidad. “¿Y qué buscas -cantor- más allá de tus versos de papel y del perfume de inventadas rosas? ¿Qué pretendes hallar en las páginas de todo lo vivido?” “Busco la gloria y la fama, príncipe de mimbre que dominas la llanura -respondió el rapsoda. Anhelo que el mundo y la historia ciñan laureles a mis sienes y se me otorgue -en acto público, ante músicos y dignatarios- la rama dorada de la inmortalidad.” “Puedes entrar poeta a la tierra de los versos perdidos -dijo el celador. Allá encontrarás los dulces cantares de la felicidad. Talvez el encanto de la copla sin pronunciar, brillando eternamente. Pero recuerda siempre que -más que un verso- debes escribir una ilusión; un dulce dolor del corazón; el cantar de la verdad que nadie antes escribió. La gloria -debes saber- sólo dura un breve aplauso. Con los años leen tus versos, como mirando al fondo de tu propio corazón. Pero lo que encuentran ya no es al hombre ni al poeta, sino sólo sus sueños”. Después de eso, el lírico caminante se internó en aquella hermosa heredad, donde la vida se podía escribir en unos cuantos versos. (XXI) De: “La Vida es Cuento” © C. Balaguer
La vida escrita en unos cuantos versos
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