Pasó el tiempo sin sentir, mientras el silvestre espanta-nubes y la aldeana vivían el sueño de su platónico romance. Pero la cosecha estaba por terminar. “¡Despertad a la aldeana, que ha quedado dormida junto al espantapájaros! –dijeron los labriegos. La corta del maizal ha terminado. Es hora de volver a casa para tornar el otro año. También despierten al espantajo de vara. Debemos evitar que se quede soñando eternamente su felicidad.” La suerte estaba echada. La bella y el espanta caminos habrían de despertar del ensueño de amor que una vez creyeron eterno. Así un labriego les despertó con golpes de una vara. Un paraíso más se había roto al abrir sus ojos. “Adiós, amigo espanta nubarrones -dijo entristecida la aldeana de los besos de miel. Tengo que volver a la aldea. Talvez vuelva a encontrarte en la corta del otro año y sea nuestra nuevamente la dulzura de amarnos. ¡Mago de pasto; príncipe de todos los anhelos! Finalmente hiciste nacer en mí el otro encanto de la vida. El que dura un instante eterno y se rompe al más breve golpe de una vara, cuando un servil labriego de la realidad llega a importunar. Debo irme. Nuestro encuentro ha terminado. Pero antes, dime tu nombre nuevamente, imagen de palma. Temo que mañana -al regresar a los sembrados- ya lo haya olvidado…” “Mi nombre es Sueño” –repitió la visión. “El mismo dorado ensueño que nace en mí cuando llegas y se rompe al decirte adiós, hasta el nuevo año. Como Espanta Picaflores del edén lejano, siempre te esperaré en la entrada de este reino remoto. Recuerda que al fin, para volver un sueño realidad tenemos que despertar.” (XIX) De: “La Vida es Cuento” © C. Balaguer
Sueño de amor que creyeron eterno
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